Capítulo XX

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  Maeve era libre, una vez más, o al menos así lo veía Coraline cuando fue el día anterior de darle el alta a hablar con ella. Con su resplandeciente sonrisa entró al cuarto donde la muchacha estaba almorzando mientras miraba animados en la televisión, sí, Maeve estaba progresando con sus trastornos alimenticios de saltarse las comidas como si nada. Al menos ahora almorzaba dos veces a la semana.

—Buenas tardes, Maevie. - La saludó la mujer estirando la última vocal de aquel apodo bobo que le había puesto a la joven. —Tu sabeees...que yo te quiero mucho.

Maeve se rió cuando la doctora usó aquel juegecillo una vez más. Desde que se enteró de la coincidencia de que Jenkins amase la película de Coraline y la puerta secreta, y ese fuera su nombre, se vio la película solo para decirle alguna frase la de cinta de vez en cuando para alegrarla.

—Ni lo pienses, Coraline Jones. - Ambas se rieron.

—La verdad llevo días pensándolo, y no aceptaré un No como respuesta. - La joven giró los ojos sin quitar la sonrisa, cada vez que la cirujana llegaba con ese entusiasmo significaba algo bueno pero impredecible.

Coraline se sentó en la camilla y puso el plato de sopa a un lado en una mesita de noche.

—Aún no puedes usar la prótesis por más de media hora y lo sabes, ¿no? - Maeve asintió. —Y es difícil andar sin ella y sin ayuda. - Volvió a asentir. —Entonces...todos en casa hemos decidido acomodarte una habitación para que te quedes hasta que puedas usar la pierna mecánica.

Maeve se quedó perpleja, la sopa caliente en su estómago se sintió como un iceberg causante de un doloroso contraste dentro de ella. Veía a la doctora, como siempre, esperanzada de que ella aceptara la propuesta, pero las palabras pesaban como plomo.

—No tengo dinero para pagar eso.

—¡No, tonta!, es una ayuda voluntaria hasta que no corras el peligro de caerte por cada salto que das. - Le explicó mientras sostenía las manos marcadas.

—Puedo usar muletas. - Coraline giró los ojos.

—El punto es que ni Elliot ni yo queremos que estés sola en esa mansión, podrías darte un mal golpe y nadie estar ahí o…qué sé yo, no quiero que te hagas daño.

Coraline se calló otra parte de la oración, pues a parte de ella y su pareja, Jasper también se había entusiasmado por tener a la muchacha bajo su mismo techo. Incluso Amelia estaba feliz porque según ella, tendría una hermana grande para jugar.

—No puedo aceptar algo tan grande, Coraline. - Hizo una pausa. —No quiero dar tanta lástima como para que me adopten.

—Maeve, la lástima no es el único sentimiento que existe en el mundo.

《Es fácil decirlo cuando estás rodeada de personas que te hagan experimentar más que las lágrimas.》

—Pero es el único que causo. ¿Crees que quiero ser así, Coraline? ¿Crees que quiero que la gente vea una mujer que no es capaz ni de comer un plato de sopa sin sentir que no debe o que no se lo merece? ¿Crees que no quiero tener al menos un amigo sin que este se quede mirando fijamente mis cicatrices o mi puto muslo? - Por cada interrgante salían más lágrimas, sin embargo, Coraline no bajó la mirada ni un momento.

—¿Y no quieres que eso cambie? - Maeve asintió.

—No sé cómo cambiar, la última vez que traté terminé encerrada en el baño y las baldosas llenas de sangre. - Sollozó la muchacha, avergonzada de los fracasos que se paseaban por su memoria en ese momento.

—Pues cerraré con candado el baño cada que estés triste y pondré bajo llave las cuchillas de la casa si así lo necesitas. - Coraline le levantó el mentón húmedo por las lágrimas que corrieron hasta ahí. —Ya no estás sola, Maeve Jenkins.

Entonces ella se lanzó a los brazos de la cirujana, mojando su bata con lágrimas de tristeza que ahora eran opacadas por unas de felicidad. Mamá, eso era lo único que sentía Maeve cuando abrazaba aquella fuente de calor que estuvo buscando toda su vida.

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