Capítulo XXXIX

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El despertar se sintió diferente cuando no fue la luz del Sol lo primero que le perturbó el sueño a Maeve, bueno, eso también, pero lo primero fueron los ronquidos bajitos de Jasper al lado suyo. Ella se rió aún estando contra su pecho, mirando hacia arriba ligeramente para ver un hilo de baba corriendo por su cara y su pelo despeinado.
Nunca había estado tan cerca de Jasper, o al menos de una forma tan tranquila en la que pudiera apreciar todas sus facciones. Perdida en su faz miró hacia atrás, sumergida en lo que Jasper Herst comenzaba a significar en su vida y en lo inesperado que había sido encontrar paz en su figura.
Se atrevió a tocarlo, a definir su rostro relajado con la yema suave de sus dedos. Tocó sus cabellos, los mismos a los que se había aferrado el día anterior a la hora del beso y que resultaban como seda cara entre sus manos; delineó sus pómulos suaves, la piel sana de sus mejillas hasta su mentón, con el resto de la mano pasando como por encima de la mandíbula masculina, convencida de que tenía el perfil de una deidad griega. Jasper le parecía tan único, el único que había tenido la osadía de hacerla dudar si la soledad era el mejor lugar, el único tan sinvergüenza que logró ponerla nerviosa con una mirada.

—Buenos días para ti también. - Maeve retiró la mano apenada cuando lo escuchó despertar.

El muchacho abrió los ojos poco a poco, sintiéndose aún en sueños al encontrar a la jovencita a su lado, tan hermosa como su propia alba, tan natural como una dama desarrelgada en las mañanas sin comparación a la mejor belleza de un arte.

—Disculpa si te desperté. - Dijo ella, todavía sin despegar su mirada de la que recién veía la luz de la mañana.

—Tarde o temprano lo tendría que haber hecho. - Le respondió mientras se sentaba en la cama para estirarse.

Maeve se quedó acostada, enredada en la colcha mientras lo veía andar por el cuarto en busca de ropa para ponerse. Observó cada movimiento con suma atención: la forma en que se revolvía el plumero castaño que tenía por cabello, la manera en que sus músculos se marcaban con cada estiramiento que realizaba, lo atractivo que se veía con solamente existir.

—¿Puedes traerme mis muletas? Me será difícil bajar las escaleras sin ellas. - Pidió ella en voz baja, apartando la mirada cuando Jasper se quitó la camisa.

—Oh, disculpa, ahora mismo te llevo. - Maeve se puso de quince colores cuando notó que se acercaba a ella, aún sin la camisa puesta.

Jasper la cargó sobre su espalda, ya le había incluso encontrado comodidad a la postura para las veces que debía ayudar a Maeve a desplazarse. Ella se apegó tímidamente, similar a un pequeño mono que le teme a las alturas mientras él la llevaba escaleras abajo, la casa aún estaba dormida a excepción de ellos.
Cuando Jasper la dejó en el suelo de su habitación se tomó un segundo para dejar un beso casto sobre los labios de ella antes de volver al segundo piso, dejándola tiesa sin siquiera mirar atrás, dándole la espalda y privándola de ver la sonrisa tonta que le producía la acción de besarla.
Maeve, sola, se aseguró de que los rincones de su cuarto estuviesen vacíos y enseguida quitó la blusa de aquel perchero de los horrores. Eran sólo las ocho de la mañana y ya tenía la cabeza pesada de tan sólo recordar que iba a salir con Jasper a su "primera cita" dentro de dos horas.
La muchacha se sentó en la cama, mirando fijamente al closet cerrado, armando dentro de su creatividad conjuntos de ropa que, según ella, deberían funcionar para ir a una exposición de arte. Recordaba que Eloise solía ir a unas cuantas, para estar presente en la inauguración mayormente, siempre usaba ropa extravagante y digna de una alcaldesa que, por supuesto, a Maeve no le agradaban ni un poquito.
Se frotó la cara para sacarse el tema, para después agarrar sus soportes y encaminarse al baño a realizar su aseo. Desde la ducha caliente se veía, en el espejo que poco a poco se empañaba con el vapor de agua; se veía bonita, le apetecía sentirse linda ese día.
Volviendo a su cuarto con una toalla enroscada en el pelo y sólo las bragas puestas abrió el closet una vez más. Sacó al menos cuatro percheros hasta ver un vestido que siempre había querido usar, probablemente era la única cosa bonita que Eloise le hubiese regalado en toda la vida. Era blanco y de tirantes, con forma de rombo en los senos y la parte torácica siendo como una tela lisa ajustada, ajustada también en la cinutra por un elástico invisible por fuera, y luego caía suave como una cortina adornada de margaritas hasta la mitad de su muslo.
Se colocó un collar fantasma del que colgaba una hermosa margarita de resina coloreada. Su pie lo vistió con una sandalia blanca de la que realmente no conocía qué tipo de zapato era, sólo sabía que era la cosa más cómoda (y bonita) que había tenido en su vida. Maeve no se había mirado aún al espejo cuando la puerta tras ella se abrió, la muchacha enseguida volteó para encontrarse a Coraline con una expresión de asombro en el umbral de la puerta.

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