Capítulo XIX

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Maeve ya estaba seca y vestida, sentada en su cama mientras detrás de ella Coraline le cepillaba el pelo. Cerraba los ojos con tranquilidad, unos minutos atrás se había tomado la pastilla que le había dejado Elliot y se había vuelto a tomar la temperatura, la fiebre había bajado un poco.

—¿Aún te duele la cabeza, Maeve? - La cirujana se levantó, ya habiendo terminado de desenredar los cabellos castaños.

—Un poco, pero está bien. - Ella dirigió su vista hacia la pelinegra, la cual estaba guardando el peine en el gavetero del cuarto. —Gracias por el baño.

La mujer le sonrió mientras se colocaba la bata, ya teniendo que ir devuelta a su oficina o alguna reunión que tuviera agendada. Mientras ella terminaba de alistarse se escucharon golpes en la puerta, Coraline miró el reloj que marcaba las seis de la tarde, sabiendo exactamente quién era y que probablemente había estado un rato fuera.

—Adelante. - Dijo Coraline mientras abría la puerta.

Un Jasper con las manos en los bolsillos entró al cuarto, saludando en breve a su madre y quedándose parado junto a ella, como pidiéndole que se fuera. La mujer casi se derrite en ese instante, viendo la timedez rebosante de su hijo que se apenaba de saludar a Maeve con ella delante. Se dio vuelta para irse, agitando la mano hacia la muchacha y luego pasando por el lado de Jasper.

—Es linda, ¿no? - Él se sonrojó, sabiendo ahora que su madre lo había cachado viendo a Maeve desnuda.

Se quedaron solos entonces, aún en silencio el muchacho arrastró el taburete de pintar hasta la camilla y ahí se sentó. No dijo nada, simplemente miraba a Maeve que le devolvía el gesto con gracia.

—¿Viniste a mirarme o al menos me darás las buenas tardes? - Se mofó ella y seguido tosió.

Jasper se rascó la nuca, todo el atrevimiento que tenía se iba a quién sabe dónde cuando pensaba en Maeve. 《¿Qué te pasa?, ¡Demuestra el hombre que eres! 》, le dijo su voz interna.

—La verdad es que podría estar toda la tarde mirándote. - Se atrevió a piropear, ella sólo giró los ojos sin quitar la sonrisa.

—¿Y ni siquiera has tenido la idea de pedirme una foto?, eres algo masoquista. - Jasper se puso de al menos quince colores.

—¿Desde cuándo eres tú tan atrevida?

—No lo sé, tal vez la pastilla que tomé tenía algo de marihuana. - Los dos se rieron.

Al callar, el rostro de Jasper se tornó serio, de la misma forma en que su comportamiento envalentonado retomó su lugar cuando sostuvo una de las manos de Maeve entre las suyas, un gesto al que al parecer le había agarrado gusto.

—¿Como estuviste esta semana?

—Mejor, ya mi muslo no está taaan sensible. - Respondió alargando la A de tan. —También me darán el alta la semana que viene. - La voz de Maeve pareció querer decaer, sin embargo, no lo hizo.

—¿Estás feliz?, ya saldrás del hospital. - Ella negó.

—Me iré a una casa sola para retomar mi vida rutinaria. - Hizo una pausa, como escogiendo las palabras para definirse. —Volveré a ser una marginada social que involuciona a ermitaña. - A Jasper le disgustó la definición.

—Aún puedes seguir pintando, puedes trabajar como pintora y relacionarte con personas.

—Jasper, yo pinto porque me gusta, no estoy a la altura de tenerlo como oficio. - Maeve miró el caballete en la esquina del cuarto con un lienzo a medio pintar.

—Yo sin duda sería tu principal comprador si decides empezar un negocio. - Ella le sonrió de forma casi fingida, antes de que sus comisuras volviesen a caer Jasper exclamó:—¡No te vengas abajo, Maeve!. El talento corre por tus venas, inténtalo al menos.

—Tengo muchas fugas de talento entonces. - Dijo ella, riéndose mientras veía sus antebrazos.

—Dejaré pasar el chiste negro. - Maeve aún mantuvo el semblante de gracia. —Anda, sé que puedes al menos hacer un cuadro decente para vender en línea o algo así.

—Te diría que lo pensaré sólo por ti, pero eso te hincharía demasiado el ego.

Jasper sintió un calor en el pecho cuando sintió el aura que irradiaba Maeve, ya no era aquella energía melancólica y llena de terror que desprendía hasta por los poros. Ese día Jenkins estaba bromeando con él, le extendía confianza sin miedo, y si aún no estaba totalmente segura de su proceso de socialización, no lo hacía notar.

—Esta semana tuve un examen y no pude evitar pensar en ti. - Comentó él, cambiando el tema.

—¿Y de qué se trató ese examen?

—Era una simulación de un vuelo tranquilo, veía a las azafatas y solo podía pensar en que una de ellas eras tú. - Dijo él, con una idea amistosa en la cabeza que él mismo no pudo evitar mal pensar.

Maeve sin embargo pareció no sentirse demasiado bien con ello, buscó enseguida algo para cambiar el tema.

—¿Cuántas veces pensaste en mí en la semana? - Le preguntó con una sonrisa fingida de la que Jasper no se percató.

—Unas cuantas, si te soy sincero, es difícil no hacerlo cuando tengo el cuadro que me obsequiaste colgado en mi habitación.

Y entonces por primera vez, probablemente en su vida, Maeve sintió que el corazón le latía y que las mejillas se le ponían como dos dulces manzanas. Jasper ni siquiera era consciente de las consecuencias de sus palabras, pero sus palabras fueron una llama ardiente en una Maeve hecha de mantequilla.

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