Capítulo XXXVIII

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El toque que solía ser suave en sus senos se detuvo en una de las cicatrices de su torso, el beso que cobraba calor en sus bocas también se apagó cuando el tacto de Jasper reposó en una de las marcas. Maeve lo miró temerosa, expectante bajo el cuerpo desnudo del muchacho que tan cuidadosamente estaba delineando los pequeños relieves de la piel lechosa.
Sus cicatrices se volvían nada cuando Jasper las tocaba, como un reparedor de juguetes capaz de hacer una Maeve nueva y sin roturas de todas las veces que se cayó del estante de alguna niña irresponsable.
No tenía voz, no tenía oído, ni siquiera gusto para probar sus besos, sólo tenía corazón para saber que alguien se encontraba deseoso de ella. El olivo de sus ojos nunca brilló tanto como esa vez, le aceleraba todo mientras apretaba su cuerpo contra el de Maeve, mientras escribía poemas con tinta roja en el cuello femenino.

—Jazz. - Intentó decir ella, sin embargo el gemido se ahogó en alguna parte de su boca.

—¿Quién te dijo que no eras bella? Que al infierno será enviado por pecar con la mentira. - Le susurró en su oído, y por más que no pudiera Maeve escuchar el cumplido, su pecho se ensanchó como si hubiese comprendido cada palabra.

Las manos de él, fuertes y seguras, le acariciaron más allá de la cintura, se atrevieron a conocer entre sus muslos, allá donde nadie debía ir. La envolvió en el frenesí de lo nuevo, en la emoción del estímulo, le comenzó a hacer el amor sin haber metido siquiera un dedo más allá de los pliegues, le bastaba con caricias superficiales entre los labios vírgenes.
Ahogada en el tacto apretaba los ojos, eliminando otro sentido para acentuar los pocos que le quedaban en función. Se sentía alto, casi tanto como cuando le dio una calada a un cigarro de marihuana en su adolescencia en busca de otra distracción. Sin ser capaz de moverse se dejaba hacer, se dejaba tocar y estimular hasta que el tacto comenzó a apagarse gradualmente. Maeve sintió miedo, sintió pavor de quedarse a medias y no tocar la cima que el placer podía ofrecerle, que Jasper podía ofrecerle.
Quiso abrir los ojos, buscar a su amante y devolverlo a su trabajo, volver a sentir gloria creciendo entre sus piernas, sin embargo, estaba inmóvil, incapaz de realizar un movimiento. La parálisis la tenía asustada, la redujo a una muñequita amarrada con bridas a su caja.
Cuando al fin pudo despegar los párpados se vio respirando agitada, mirando a los lados en busca de Jasper y dándose cuenta de que era solamente un sueño traicionero. A su lado vio los palitos rojos alumbrando en la oscuridad marcando las cuatro y veinte de la mañana, suspiró mientras se frotaba la cara, dudando si podría conciliar el sueño de nuevo. Se tiró hacia atrás y el colchón rebotó.
《¿Qué diablos soñé?》, se preguntó con la vista perdida en el techo blanco. Maeve se encontró apretando las piernas mientras se abrazaba a sí misma, divagando entre los pasajes de su sueño candente. 《Si un beso fue capaz de hacerme soñar esto, no quiero ver lo que cause unos toques de más》. Estaba pasmada, pero como adolescente principiante en las artes de la sexualidad que era, no pudo evitar abrazar la almohada mientras sonreía con emoción. 《¡Tuve mi primer sueño erótico!》. Oh, que efímera la felicidad hasta que el foco rojo alumbró en su mente.
《El sexo no es para mí, es para aquel que debo hacer disfrutar, así me cueste mi propia sangre》, todo rastro de la tibieza que Maeve tenía en el corazón (Y también un poco entre sus piernas) desapareció en cuanto los recuerdos la invadieron en pesadilla. Todo se quemaba dentro de su cabeza, el sentimiento de que un momento tan hermoso le podría pasar a ella, todo eso se iba a la mierda mientras los ojos de ella comenzaban a enrojecerse. Sólo besos, no se iba a permitir nada más, nada que involucrase volver a sufrir en ese estado de debilidad y desnudez.
La soledad le cayó en los hombros como una lluvia de flechas, le asustó la oscuridad y la escasez de presencia en su cuarto, o eso pensó hasta que miró a un lado y vio la silueta conocida de aquel que debía llamar padre. Entonces el sentimiento no le incomodó, sino que fue intercambiado por un terror intenso. Maeve gritó una sola vez, el miedo le envolvió los huesos y su piel blanca se volvió un papel de tanta palidez. Lo veía ahí, inerte en una esquina, sin siquiera saber si era él mientras ella se echaba hacia atrás, pero el bombillo rojo colgando de su cuello le decía que era la cámara que amargura grabó ocho años atrás.

—¡Maeve! - Elliot entró con un bate a la habitación, encontrando a la muchacha recostada en un rincón del cuarto con las rodillas pegadas al pecho y señalando a una esquina.

Cuando el hombre prendió la luz Maeve no vio nada, sólo un perchero con una blusa que dentro del bolsillo tenía el propio reloj digital que ella usaba, al parecer se había quedado sin batería y encender una luz roja era la señal que daba. Se sintió estúpida y culpable de haber despertado a todos en la casa por una idiotez. El llanto se iba a reanudar, Jasper que desde la puerta miraba se encaminó hacia su lado.

—¿Qué pasó, cariño? - Le preguntó Coraline, aún al lado de su esposo.

—Pensé que había visto a alguien en el cuarto. - Sollozó. —Por favor, discúlpenme por despertarlos.

—Está bien, Maeve, cualquiera tiene un mal sueño. - Le dijo Elliot desde el sentimiento paternal que ella en ese momento necesitaba. —¿Crees que puedas volver a dormir? - Ella tomó unos segundos para pensarlo.

—La verdad no lo sé, preferiría dormir en el sofá a quedarme aquí sola. - Respondió mientras se limpiaba las lágrimas.

—¿Estarías cómoda si durmieras en mi habitación? - Le preguntó Jasper, trayendo de vuelta a su cabeza el sueño que había tenido.

Maeve asintió, aún con la pesadez de que podría volver a tener uno de esos sueños atrevidos e incomodar a Jasper. Él la cargó en su espalda, llevándola hasta el segundo piso de la misma forma hasta dejarla en la puerta de su habitación. El matrimonio se metió a su cuarto después de desearles las buenas noches, dejándolos en el cuarto a solas.

—¿Quieres hablar de ello? - Le propuso él, sentándose en la cama de dos plazas donde ella ya se había acomodado para el lado pegado a la pared.

—Preferiría dormir. - Le respondió Maeve, queriendo enterrar el tema lo más rápido posible.

Jasper asintió, cubriéndola con la colcha y acomodándose bajo la misma. Dejó un beso en la frente de Maeve, uno suave y de buenas noches con intenciones de tranquilizarle el llanto. Lejos de lo que Jasper esperaba, Maeve no se encogió contra la pared, sino que se apegó a él y cerró los ojos en su pecho con el muslo accidentado tirado sobre su cadera. Que honor para el joven, se atrevió incluso a sentir que era el refugio de Maeve, sin saber que había acertado cuando ella cayó en las nubes sintiéndose segura.

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