Capítulo XLIV

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El pincel se deslizó otra vez por la espalda de Jasper luego de haber sido colmado de pintura morada. Maeve estaba a horcajadas sobre la espalda baja del muchacho, los dos sumidos en un silencio cómodo que de vez en cuando cesaba cuando alguno de los dos tarareaba una canción.

—¿Qué estás pintando? - Quiso saber Jasper, ya casi cuando la muchacha había terminado.

—Un cuadro. - Le dijo con una simpleza divertida, volviéndose a fijar en la revista a su lado. —Tú tranquilo, esta pintura se cae.

El muchacho suspiró, volviendo a reposar la cabeza en sus brazos cruzados sobre la almohada. Maeve hizo unos trazos más, sin contar los retoques que se le ocurrió hacer en el camino. De un momento a otro, la muchacha se levantó y agarró un lienzo del rincón que tenía para guardarlos.

—¿Qué vas a hacer con eso?

—Tu arquea la espalda hacia arriba, ya verás. - Le respondió Maeve, la emoción acentuándose en su voz.

Jasper obedeció y colocó la espalda lo más recta posible, después sintió como Maeve usó su piel como si fuera un cuño. Le pegó el lienzo a la espalda, haciéndole presión para dejar impreso el dibujo.

—Te presento, mi querido novio. - Se aclaró la garganta, ya tenía la atención de Jasper pero quería crear un poco más de ambiente. —Los girasoles, de Van Maeve, a la Jasper.

Era una copia del cuadro de Van Gogh, excepto porque los girasoles eran morados, en un jarrón de cristal y rodeados de mariposas grises. No era lo más exacto del mundo, tenía algunos lugares mal impresos pero seguía viéndose con claridad, la espalda del muchacho aún tenía el cuadro intacto.

—Tengo muchas pregutas y muchos elogios que hacerte, pero me gustaría saber ¿Por qué te gustan tanto las mariposas grises?

—La mariposa siempre ha sido mi animal favorito y... - Maeve se rió cuando vio la ceja arqueada de Jasper. —Sí, muy cliché, pero tiene trasfondo.

La muchacha dejó el cuadro a un lado para que comenzara a secarse, después se sentó en el borde de su cama al lado de Jasper. Miró su cuadro una última vez antes de responder.

—Las mariposas son seres hermosos, llaman la atención sobre todo por las alas; sin embargo, no pueden verlas. - Hizo una pausa breve. —Yo por mucho tiempo dudé si tenía algún color...o siquiera si podría volar.

—¿Y por qué tus alas son grises?

—Porque es uno de mis colores favoritos...y porque de ese color son mis ojos. - Maeve encogió los hombros. —¿Sabías que una mariposa adulta tiene un promedio de vida de dos semanas?

—No, pero ahora lo sé, y también quisiera saber cómo se quita la pintura que tengo en la espalda. - Le dijo él, sentándose en la cama.

—Báñate y restriégate bien la espalda con jabón y el estropajo de baño. Tan fácil como eso, y te aconsejo que lo hagas antes de que la pintura se seque o será más difícil.

Jasper sonrió maquiavélico, un mohín coqueto pero malvado. Se incorporó de su posición para sentarse frente a la muchacha que jugaba con un pincel pasándoselo entre los dedos.

—¿Me ayudarías a quitármela? - Maeve arqueó una ceja, sin entender la mirada juguetona que encontró al levantar la vista.

—No es tan difícil, párate bajo el chorro de agua y frótate, ya si necesitas ayuda te quito yo lo que quede con una toalla húmeda. - Jasper se empezó a reír, jalando a Maeve a sus brazos.

—Dios, por cosas como estas te amo tanto. - Le abarrotó el pelo a besos, abrazando fuerte su figura.

—¿Y a ti que bicho te picó? - Maeve lo miró, aún extrañada y con el tierno despiste.

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