Capítulo III

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No parecía difícil, la puerta al baño no estaba tan lejos como se veía, o al menos así se consolaba Maeve con su vejiga hinchada por las ganas de orinar. Había pasado tanto tiempo pensando en si su muslo a medias serviría de algo a la hora de dar brincos hasta el baño donde por supuesto podría resbalarse y caer. Todas sus estrategias terminaban con ella en el piso.

—No me voy a caer, no me voy a caer. - Repitió en voz alta mientras jalaba las sábanas fuera de su cuerpo.

Cuando su único pie tocó el piso sintió como si hubiese pisado el corazón de su madre. ¿A cuántos malditos grados tenían el aire acondicionado? Puso todo su peso en su pierna, la maldita de su madre no le había ni acercado unas muletas para caminar. A base de brincos y apoyada en la varanda de la cama avanzó unos dos metros, le faltaba la mitad y ya no tenía nada a lo que agarrarse.

—Yo puedo, claro que si. - Se dio alientos una vez más.

Luego de los tres brincos más cortos de su vida se dio cuenta de que no podía. Lo único que supo es que estaba en el piso y que unos segundos después alguien no esperado entró a su habitación y la puso de pie.
Maeve no sabía quién era aquel que la estaba aguantando de los antebrazos, le agradecía internamente pero su sistema urinario estaba llamando la atención.

—Seas quien seas, gracias, pero si me disculpas me va a reventar la vejiga si pasa un minuto más.

—¿No quieres unas muletas?

—La puta de mi madre se las llevó, ahora déjame ir al baño. - Maeve se soltó de él, volviendo a caer al suelo.

Ella comenzó a arrastrase como un gusano, haciendo sonreír al muchacho. Jasper abrió la puerta y se colocó detrás de ella para alzarla. Teniendo Maeve agarrada por las axilas la llevó hasta delante de la tasa de baño mientras aguantaba la sonrisa causada por las blasfemias que decía que iba a hacerle si no la soltaba.

—Si te suelto vas a aterrizar en el suelo, ahora haz lo que tengas que hacer. - Le dijo Jasper mientras se giraba de espaldas a ella.

Maeve se preguntaba quién diablos era ese, muy caballeroso pero igual de baboso para su gusto. ¿Quién se pensaba que era para así sin más acompañarla a orinar? Sintió alivio y vergüenza cuando pudo soltar todo lo que tenía, sabiendo perfectamente que él podía escuchar el embarazoso sonido de la orina cayendo al váter.
Cuando Maeve se levantó en un intento de independencia pasó lo que sabía que podría pasar, con las bragas colgando de sus muslos casi se cae hacia delante, incluso cerró los ojos, lista para recibir el impacto. Pero no, no fue más que el pecho de aquel muchacho lo que sintió contra su rostro.
Maeve alzó la vista, encontrándose con los ojos de él, sus miradas unidas como si mezlcasen el gris del iris de la fémina y el verde olivo con tintes ámbar de él.
《¿Está mirando mi cicatirz?》 Maeve no pudo evitar pensar en eso, sintiéndose insegura inmediatamente. Las manos de él estaban en sus hombros, permitiéndole la movilidad de sus brazos con los que se subió las bragas que aún estaban estiradas en la mitad de sus muslos. No dejó de mirar sus ojos ni un segundo, estando al tanto por si quería hacerle daño, acción que nunca llegó.
Ella se vio obligada a cortar el contacto visual, sus mejillas rojas porque por primer vez alguien le estaba dando una ayuda sincera. Por encima de sus pestañas lo vio sonreír.

—Ya puedo volver yo sola. - Le dijo Maeve tratando de quitárselo ya de encima.

—Estaré detrás tuyo. - Maeve apretó los labios casi que frustrada, ¿Acaso él o entendía que ella quería estar sola?

Esta vez con brincos más confiados llegó a la cama sin problema alguno, ya una vez que estuvo sentada en el colchón se tomó el trabajo de ver quién era ese joven o mínimamente tomarle una descripción física.
A primera vista parecía sacado de un cliché romántico donde la chica buena se queda con el badboy que apostó por su virginidad, pero por algún motivo latente en el rincón más recóndito de Maeve, le parecía todo lo contrario. Ella no estaba acostumbrada a la ayuda, un lado suyo seguía alerta, expectante a la idea pesimista de que él esperaba el momento para lastimarla también.
La puerta se abrió a la vez que entró el médico de antes, el cual dirigió su mirada al muchacho y este enseguida salió. El hombre cerró la puerta con su mano libre, en la otra tenía una carpeta con un bolígrafo.

—¿Quién era él? - Quiso saber la muchacha.

—Es mi hijo, Jasper. - El hombre le dedicó una sonrisa.

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