Introducción

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Argentina. Enero de 1830.

Lo primero que vi, fue su aura. Su alma emanaba un color violeta brillante, con algunos rayitos iridiscentes.

Se trataba de un alma especial: espiritual. Una vez cada cien años nacía alguien así. La única persona con ese color de aura que tuve el placer de conocer fue a la escritora Jane Austen, cuyo espíritu había sido destinado.

Volví la atención a esa preciosa mujer cuya aura me había llamado tanto la atención.

Evidentemente, era una muchacha criolla: hija de un inmigrante español y una mujer nativa de Buenos Aires. Su tez era de un tono canela suave, su cabello lucía negro y largo, sus ojos oscilaban entre el color café y el negro, y su silueta era simplemente magnífica. Llevaba puesto un vestido beige bastante casual, pero que demostraba que la señorita pertenecía a una clase media-alta, y un pañuelo blanco de seda en el cuello.

Fue amor a primera vista, sin dudas.

Me acerqué para hacerle algunas preguntas personales, y su criada —una mujer de tez de color chocolate, algo regordeta y bastante mayor que ella—, me mandó a freír espárragos.

—¡La señorita Mía no habla con desconocidos!

Mía.

Como no tenía nada mejor que hacer (excepto mi trabajo de inmortal, que casualmente tenía que llevarlo a cabo allí, en el centro de Buenos Aires), me dediqué a observar lo que hacían las mujeres: Mía insistía en ayudar a la criada con sus tareas, cargaba las canastas cuando iban a las diferentes tiendas a comprar alimentos e incluso disfrutaba de recibir atención masculina cuando su empleada se veía distraída.

Era una mujer inalcanzable, incluso para un inmortal.

—Mi niña, este sábado cumplirá veintiún años, y aún no ha aceptado a ningún pretendiente... su padre está sumamente preocupado por usted. Teme que, cuando llegue el día de su muerte, no haya un hombre a su lado para protegerla...

—No aceptaré a nadie que no ame, María —suspiró la muchacha—. Y no me gustan los cumpleaños. Siempre me hacen apagar velas... y ya saben que le tengo miedo al fuego.

—Lo sabemos, mi niña, pero es la tradición. Todos apagan velas el día de su cumpleaños. Debería estar agradecida por haber nacido en una familia prestigiosa y no tener que prender fuego para cocinar...

Mía se quedó pensativa unos instantes.

—Debería vencer mi miedo, especialmente si alguna vez me convierto en la esposa de alguien —comentó, y luego se tapó la boca con la mano, conteniendo una risita.

¿Acaso había sido irónica?

La criada soltó una carcajada ruidosa. Podría decirse que su risa hasta era contagiosa.

—Mi niña, con la educación que usted tiene y su gran temperamento, no necesitará mover ni un dedo por un hombre.

—No pienso hacerlo —admitió con orgullo—. Si alguna vez elijo a alguien, debe ser una persona que me trate como a una reina. Y sino, prefiero quedarme sola.

—Eso lo dice ahora porque es muy joven... pero debería pensar en su padre... Está preocupado por usted porque aún no ha aceptado a nadie... Debería elegir un buen esposo, que la trate como la dama que es.

—No me casaré sin amor. Es una decisión súper importante, y mis sentimientos deben ser demasiado profundos por un hombre para que yo lo acepte. Y hasta ahora, he visto que son todos iguales: sólo se fijan en mi belleza y me tratan de inferior por pertenecer al sexo opuesto. Si la sociedad contemplara derechos igualitarios para las mujeres, yo sería una señorita de negocios. Sería una mujer independiente y no necesitaría de la protección masculina para sobrevivir.

MI AMANTE INMORTAL (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora