Capítulo 60: "Despedidas"

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—Lo llevaré hasta Bariloche —Dimitri tomó a Alexander entre sus brazos.

Ámbar no podía dejar de llorar. No podía creer que Alexander hubiera perdido su inmortalidad por su culpa. Se sentía terrible.

—Estás herido, Elenis —intervino Abraham—. Te acompañaré.

Entre ambos inmortales, lo sostuvieron y se lo llevaron lejos de la Asamblea.

—Tranquila —Elohim se acercó a Ámbar—. Fue su decisión. Él ya no quería formar parte del Cielo.

—Él siempre dejó que su subjetividad le nublara el juicio —explicó Namael—. Sabemos que sería un alivio para él abandonar sus tareas de Emisario.

—El último espíritu que trajo debería haber tenido un juicio estricto —explicó el ángel negro Jequn—. Sin embargo, nos insistió en que revisáramos su conducta, ya que no era un mal hombre. El alma reencarnaría, pero Alex quería que fuera feliz en el Cielo ¿Pueden creerlo?

¿Se referían a Mateo Pérez?

—Al final lo enviamos al Paraíso —intervino Raguel.

Ámbar aún no estaba en paz con el asunto de Alexander.

—¿Y cómo sé que no van a atacarlo? ¿Cómo puede estar a salvo? —sollozó la humana de aura púrpura.

El dolor estaba carcomiéndola por dentro, y la simple idea de que alguien pudiera lastimar a Alex la aterrorizaba.

—Porque nos ocuparemos inmediatamente de quienes podrían herirlo, calma —la voz de Raguel sonaba suave y tranquilizadora—. Ahora debemos encargarnos de ti.

Elhoim le alcanzó un brazalete de plata con rubíes a Namael. También una aguja de diez centímetros de color dorada.

—Hay que clavarle esta aguja en el índice derecho y dejar caer tres gotas sobre la pulsera. Luego, debe colocársela y tendrá que usarla para siempre.

—¿Y si me la quieren robar? —Ámbar sabía que no era una gran idea usar piedras preciosas en Buenos Aires.

—Estará pegada a vos por el resto de tu vida. Aunque intenten quitártela, no podrán. Si te cortaran el brazo, el brazalete se movería a otra parte de tu cuerpo —explicó Elhoim—. Esta es la más avanzada tecnología Celestial.

La escritora tragó saliva. No le gustaba la idea de estar atada de por vida a un objeto.

—Estarás bien, Ámbar —intervino Samantha, alentándola.

Boyer permitió que le clavaran la aguja —a pesar de que los pinchazos fueron dolorosos—, mancharan la pulsera con tres gotas y luego se la colocaran en la muñeca derecha. Le entregaron una venda y un desinfectante para su herida.

—Necesito un espejo —musitó de pronto.

Los ángeles le hicieron seña a un Emisario novato, quien corrió para buscar un espejo y colocarlo frente a Ámbar.

La intención de la escritora no era observar su rostro sucio y lastimado, sino utilizar la piedra que le había dado Alexander.

La sacó de su bolsillo y la apretó en la palma de su mano. De esa forma, pudo ver en el espejo que su aura ahora proyectaba un precioso color verde esmeralda.

—El verde está asociado a personas compasivas y espirituales, pero no cuenta con la fuerza del violeta. Tampoco tiene el tinte de la muerte —explicó un ángel dorado.

Ámbar se alegró tanto de que su alma ya no fuera púrpura, que sintió ganas de llorar una vez más.

Al final, se había quejado de que la piedra no le había servido, pero ahora le había encontrado un uso: había visto que su futuro dejaría de ser violeta.

MI AMANTE INMORTAL (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora