Jerusalén. 26 de julio de 2019.
Hacía calor, y eran más de las cuatro de la tarde.
Luzbel y Namael se encontraban en uno de los lugares sagrados de Dios. No había humanos entrenando para ser Emisarios y tampoco ningún Demoníaco. Sólo podían verse los ciudadanos a un kilómetro de distancia.
El señor de las Tinieblas era consciente de que Dios estaría observándolos en ese territorio. También sabía que Namael sería más fuerte allí.
Sin embargo, él también había sido un ángel rojo, por lo tanto, sería tan fuerte como el líder Celestial. Ni siquiera Dios había sido capaz de quitarle su fortaleza.
—¿Qué estás buscando? —Namael se puso frente a su hermano, a una distancia muy breve—. ¿Por qué estuviste molestando con los Cazadores y marionetas en diferentes partes del mundo? ¿Qué esperas?
—Quiero ver a Dios.
—Dios no se ocupará de una escoria como...
En ese momento, Luzbel convirtió su mano derecha en una garra con uñas largas y filosas, como lo hacían los Cazadores.
Namael tomó su cetro y decidió atacarlo primero. Lo hirió levemente en el abdomen, pero su enemigo no dudó en defenderse.
Se vieron envueltos en una larga y violenta lucha.
* * *
Pelearon hasta el anochecer. Tenían la carne desgarrada, les faltaban algunas plumas a sus alas y su ropa se había manchado con sangre.
Sin embargo, el Diablo no se daría por vencido. Había venido a una cosa. Tenía que conseguirla.
En ese momento, usó su magia para crear una ilusión. Fue tan rápida e imperceptible, que Namael no notó lo que había hecho, hasta que fue demasiado tarde: Luzbel se le había arrojado encima y había comenzado a apretarle el cuello... pero no para asfixiarlo, porque así no morían los inmortales. Sino para robarle los recuerdos.
* * *
Namael se resistió, pero la magia negra era demasiado poderosa. No quería mostrarle su secreto a nadie, y mucho menos, a él.
Luzbel estaba loco. No había dudado en asesinar a sus padres y a sus hermanos a diestra y siniestra, y también había sembrado la semilla del caos en el mundo durante milenios...
—¡NO! —farfulló, intentando zafarse de esa magia asfixiante.
Sin embargo, hubo una imagen que se escapó de su mente. Se deslizó como agua entre sus dedos.
Dios.
Dios lucía como el primer humano que había existido en el mundo. Tenía aspecto de un adorable niño de tez de color chocolate, cabello crispado y baja estatura. Aparentaba unos siete años.
Estaba muerto en sus brazos. Muerto por la angustia de la rebelión de Luzbel. Le acarició el rostro, y lo enterró en el paraíso: un lugar mágico en donde sólo habitaban las almas que reencarnarían.
Namael sabía que no podía decirle la verdad a los Celestiales: por eso se puso más riguroso con el sistema de almas destinadas. Él debía hacer que murieran para que reencarnaran. Ahora que Dios ya no respiraba, la espiritualidad debía continuar de alguna forma. Los espíritus debían renovarse en el paraíso.
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MI AMANTE INMORTAL (COMPLETA)
RomanceAlexander Samaras es un ser inmortal que se enamora con facilidad. Ámbar Boyer es una humana con un alma muy especial, y está casada con un hombre que no la ama y no la respeta. Los caminos de Samaras y Boyer estuvieron destinados a cruzarse desde h...