25. Trato

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El sol se hacía paso por las persianas de la sala, ambientando el lugar con una débil luz amarillenta, anunciando en sus ventanas el nuevo día naciente.

Los pequeños rayos de luz molestarían los pesados párpados del moreno, quien dormía plácidamente en el sofá color aceituna de la sala, usando como almohada el torso de Da Rey, quien dormía a su lado con gran comodidad.

Moviéndose ligeramente, se separaría del mayor, divisando la estancia donde estaba descansando, sintiéndola cálida nuevamente, como si fuese su hogar.

Aquel que nunca tuvo y que, irónicamente, destruyó.

Volteando en su dirección, lo admiraría nuevamente, apreciando los dulces mechones lacios de color azabache que caían con descuido por su rostro, dándole un toque sumamente adorable. Sonriendo ante su panorama, guiaría su mano hacia la mejilla del más pálido, acariciándolo con suavidad, queriendo prologar para siempre ese sentimiento tan cálido y reconfortante que Da Rey le proporcionaba.

Pero aquella caricia lo lastimaría, más de lo que alguna vez pudo imaginar.

Estaba enamorado, y eso le hacía feliz; pero también lo destruía internamente.

Y recordando cómo llegaron a dormir juntos en la sala, su rostro mostró un pronto gesto de verguenza, sonrojándose sus mejillas por las memorias que ahora se reproducían en su mente.

Sabía que después de la noria, bajaron de la atracción para guiarse al auto y así irse para poder cenar una comida la cual estuvo malditamente deliciosa, para luego regresar a casa con algo de cansancio por pasear por todo el muelle. El moreno estuvo evitando a toca costa a su madre, quien le insistía a ir a la casa junto al lago, la vieja casa de sus abuelos, pero él simplemente no quería ir allí, así que solo se sentó en el sofá, a ver el lago desde los ventanales de su hogar.

Dejando a Da Rey solo para que se diera una ducha, el moreno viajó por sus pensamiento, recordando con gran pesadez su vida, invadido por el arrepentimiento y la culpa. No podía pensar en su infancia y en su vida dentro de Wennessy sin pensar en ella, en Erika.

Su mirada viajaría por la casa, notando cuán desgastada ya se veía, observando por detrás el gran lago que se extendía por kilómetros hacia el horizonte. También divisaría las abandonadas construcciones de la vieja viña, como el molino, el pozo de agua o los almacenes de barriles de uva.

Dando otro suspiro, notaría cómo las lágrimas invandirían su campo de visión, dificultándole ver con claridad, sintiéndose cada vez más miserable.

Todo era su culpa, y sin querer arrastraría a Da Rey con ello.

Tras unos minutos, los cuales Diego sentiría como horas, notó como un cuerpo extraño se posaba sobre sus hombros, así que alzando la mirada y abriendo los ojos, notó lo que más le reconfortaba; Da Rey estaba parado frente suyo, observándolo con gran detenimiento, demostrando aquellos ojos que tanto amaba el de cabellos ondulados.

- Quédate conmigo; por favor- Dijo Aquino, casi inaudible.

Así fue cómo terminó durmiendo con Da Rey en aquel sofá, enrollados al otro en forma de burritos, brindándose mimos y caricias, sintiendo el corazón tan malditamente agitado del otro. Aquino solo necesitaba un espacio para llorar y llorar, y el azabache fue su lugar seguro durante esa noche.

...

Con los ojos un poco hinchados, Diego se terminó levantando del sofá, dejando al mayor dormir durante un par de horas más, mientras él se alistaba para preparar el desayuno y así degustar juntos.

𝓦𝓮𝓷𝓷𝓮𝓼𝓼𝔂'𝓼 𝓓𝓪𝔂𝓼 |  𝓓𝓾𝔁𝓲𝓷𝓸 (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora