2: Mi último deseo.
A los diecinueve años de Elena le detectaron cáncer. La vida de todos en la familia tomó un giro drástico. Escuchar a los doctores hablar con términos que parecían enormes trabalenguas que mi pobre cabeza de dieciséis años (En ese tiempo) solo había captado las palabras de: Quimioterapia, cáncer, recuperación y clínica.
Definitivamente fue una patada en el estómago. La imagen de Elena después de la noticia sigue tibia en mi cabeza hasta ahora.
Llegó al garaje a romper los retratos que había hecho con el paso del tiempo. Se derramó a llorar en rodillas y no supe que hacer, solo miraba oculta en la puerta temblando.
—¡AHHHH! —Sus gritos desgarraban su garganta, y las lágrimas no paraba. Paso el dorso de su mano intentado limpiar los rastros, pero nuevas invadían. Siguió rasgando más dibujos, hasta que unos brazos la rodearon. —¡YA NO PUEDO MÁS FINGIR!
—No lo hagas Elena, no te pierdas a ti por esto. —Hablo acariciando su cabello.
—R-Ruel, ¿qué haré ahora? Podría morir en cualquier momento. Yo, yo tengo miedo. —Le devolvió el abrazo refugiando su cabeza en el hombro.
—También yo L. Lo siento tanto.
La chica llena de vida que se ponía retos y miraba el mundo con chispas, desapareció con el paso del primer año sin mejoras. Era como si la enfermedad hubiese chupado su energía del cuerpo de mi hermana mayor.
Su precioso cabello castaño que eran su especial atractivo se convirtió en un triste nada, siendo remplazado por pelucas de diferentes estilos y colores.
El cáncer le prohibió muchas cosas, como cuando: Dejó de correr cuando sus músculos empezaron a doler, dejó de ir a la playa cuando los pequeños desmayos y sangrados en la nariz comenzaron, y renunció a las universidades que había postulado cuando tuvo su primera recaída fuerte.
«¿Cómo un espíritu libre puede vivir atado a un ancla?»
Amaba pintar, era su sutil manera de mostrar lo que escondía en su alma lo cual las palabras no lograban expresar, pero dejó de hacerlo al sentirse inútil de no poder sostener un pincel de la misma forma.
Tenía recuerdos de lo que era Elena, digo, no siempre fue así de grisáceo como cuando me enseño andar en bicicleta, un día sin sol ni señales de llover donde tenía la protección necesaria y una Elena entusiasta.
—¿Estás segura qué es buena idea? —Preguntó mi yo de siete años a una Elena de diez.
—Sí, sí. Kiah deja de ser un miedoso pajarito, no hagas caso a papá ya no necesitas las rueditas traseras. —Sonrió alzando victoriosamente las rueditas cuando logró sacarlas. —Esta es tu prueba de valor. Solo debes bajar la loma y después iremos por un helado.
Trague en amargo al ver con desconfianza la loma que veía. —Es-está bien.
—¡Confía en mí mi pequeña!
En un empujón conocí lo que era la ley de gravedad. El viento en mi cara y sentir que no tenía ni el control del volante me aseguró un raspón de rodilla y dos muelas flojas. Sin embargo, por unos breves segundos me sentí hecha una historia. No un recuerdo de lo que viví si no una historia sin final.
Elena si cumplió con lo del helado y aunque nos dieron un sermón por igual, ese trayecto de la loma no podía quitarla de mi cabeza.
La recordaba intrépida y arriesgada. De esas personas que ríen y su sonrisa contagia. Me enseñó a usar corpiño, y no me abandonó en mi primer día de colegio. Me enseñó a leer y a saltar la cuerda. Me mostró que en el arte hay pinturas donde las personas dan su interpretación, pero son un mensaje oculto de quien las pintó para alguien más. Aprendí con ella que si das el primer paso los otros no se ven gigantes y que te rompan el corazón no es tan malo, no los siguientes días. Me enseñó a bailar salsa y a capturar peces en la pecera.
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"HASTA QUE ME OLVIDES."
De TodoKiah idolatra a su hermana Elena, pero la vida da un giro cuando a esta le diagnostican cáncer y no llega a sobrevivir. Años mas tarde, la culpa termino a trapando a Kiah, descubriendo que su hermana murio por causa distintas que podían ser cambiada...