capitulo doce

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La habitación de la Emperatriz Viuda Hinata, con sus paredes tapizadas en seda azul cielo y sus muebles de madera labrada, emanaba un aura de serenidad y melancolía. La luz tenue de las lámparas de cristal proyectaba sombras danzantes sobre las paredes, creando un ambiente de intimidad.

Hinata se encontraba sentada en un sofá de terciopelo rojo, sus manos entrelazadas sobre su regazo. Sus ojos, normalmente llenos de dulzura, reflejaban una profunda tristeza.

Ana, la ama de llaves, se encontraba de pie junto a ella, esperando pacientemente a que la Emperatriz hablara.

“Ana,” dijo Hinata finalmente, su voz apenas un susurro. “A veces siento que la vida se ha detenido.”

Ana, con un gesto de comprensión, se acercó a Hinata y le tomó la mano.

“Sé que es difícil, Majestad. Pero su hijo, el Emperador Boruto, está haciendo lo que puede para reconstruir el reino.”

Hinata asintió lentamente. “Lo sé, Ana. Estoy orgullosa de Boruto, es un buen gobernante. Pero… a veces echo de menos a Naruto.”

Ana se quedó en silencio, esperando que Hinata continuara.

“Era… diferente,” dijo Hinata, con un suspiro. “Naruto era… es… era un hombre lleno de vida, de alegría. Siempre tenía una sonrisa en su rostro, siempre encontraba una manera de hacer reír a todos.”

“Y era un gran emperador,” añadió Ana, con un tono reverente.

“Sí, era un gran emperador.  Pero más que eso… era mi esposo,” dijo Hinata, sus ojos llenándose de lágrimas. “Lo amaba profundamente.  Y aún lo amo.”

Ana se quedó conmovida por las palabras de Hinata.  Sabía que la Emperatriz Viuda aún guardaba un profundo amor por el antiguo Emperador.

“Sé que nunca lo olvidará, Majestad,” dijo Ana, con una sonrisa suave. “Su memoria vivirá siempre en nuestros corazones.”

Hinata asintió, con una lágrima rodando por su mejilla.  “Sí, Ana.  Siempre lo recordaré. Siempre lo amaré.”

Las dos mujeres se quedaron en silencio por un momento, compartiendo un sentimiento de profunda tristeza y nostalgia.  El amor por Naruto, un amor que trasciende la muerte, era un faro de luz en la oscuridad de su tristeza.

...

La Emperatriz Sarada, descendió de su carruaje real en el bullicioso mercado del pueblo. A su lado, sus leales doncellas ChouChou y Sumire la acompañaban, luciendo trajes elegantes pero prácticos para la ocasión. Un grupo de guardias del palacio seguían a la comitiva, asegurando la seguridad de la Emperatriz y del pueblo.

La gente del pueblo, al ver a Sarada, se arremolinó alrededor, con miradas de asombro y respeto. Sarada, con una sonrisa cálida en el rostro, se acercó a los más necesitados, llevando consigo cestas repletas de alimentos y provisiones.

"Queridos ciudadanos," comenzó Sarada, su voz resonando con dulzura y autoridad. "Hemos traído alimentos y suministros para ayudarles en estos tiempos difíciles. Que nadie en nuestro reino pase hambre."

ChouChou y Sumire se acercaron a la multitud, distribuyendo los alimentos con cuidado y atención. Los rostros de los ciudadanos se iluminaban con gratitud y esperanza al recibir la ayuda de la Emperatriz y sus doncellas.

Los guardias del palacio, con sus armaduras brillantes y sus miradas vigilantes, se mantenían atentos, asegurando que todo transcurriera sin contratiempos.

Mientras Sarada continuaba repartiendo comida y conversando con la gente del pueblo, ChouChou y Sumire se encargaban de coordinar la distribución y asegurarse de que cada persona recibiera lo que necesitaba. Su empatía y dedicación eran evidentes en cada gesto y palabra.

𝑬𝒎𝒑𝒆𝒓𝒂𝒕𝒓𝒊𝒛 𝑼𝒄𝒉𝒊𝒉𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora