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El carruaje imperial, con sus caballos negros relucientes, se detuvo frente a las imponentes puertas de Kirigakure.  Las puertas, de madera oscura y adornadas con intrincados grabados, estaban custodiadas por guardias con armaduras de acero pulido.  El aire húmedo y salado del mar llegaba hasta ellos, cargado con el aroma a pescado y algas.

Boruto, aún con la mano sobre la de Sarada, salió del carruaje.  El sol, reflejándose en el agua, cegaba ligeramente sus ojos. Sarada, con su vestido carmesí ondeando ligeramente con la brisa, bajó a su lado, su mirada recorriendo las murallas de la ciudad.

—Es… impresionante —murmuró Sarada, sus ojos brillando con admiración.

Boruto asintió, su mirada fija en las puertas.  —Kirigakure…  Siempre me ha parecido una ciudad misteriosa.

Un oficial, con una armadura similar a la de los guardias pero con distintivos dorados, se acercó a ellos.  Hizo una reverencia profunda.

—Sus Majestades, bienvenidos a Kirigakure.  El Mizukage les espera en el palacio.

Boruto y Sarada intercambiaron una mirada.  El viaje había sido largo y agotador, pero la emoción de la llegada a esta nueva ciudad, y la promesa de un tiempo a solas, les daba fuerzas.

—Llévenos al palacio —dijo Boruto, su voz firme.  El oficial asintió y, con una señal, dos guardias escoltaron a los emperadores hacia el interior de la ciudad.  Las calles, estrechas y empedradas, estaban llenas de actividad.  Mercaderes ofrecían sus productos, artesanos trabajaban en sus talleres, y la gente se movía con una energía vibrante.  Boruto y Sarada, rodeados por la escolta, se sentían como si estuvieran en un mundo diferente, un mundo alejado del protocolo y las responsabilidades de la corte de Konoha.  Por un momento, al menos, eran solo Boruto y Sarada, dos jóvenes enamorados, explorando una nueva y fascinante ciudad.

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El jardín del palacio era un laberinto de senderos sinuosos y flores de colores vibrantes. Sumire se sentaba en un banco de piedra, la mirada perdida en el movimiento de las hojas de un árbol cercano. Su rostro reflejaba una tristeza profunda, una melancolía que parecía emanar de su ser.

De pronto, una figura elegante se acercó a ella. Era la Princesa Karin, con su vestido de seda azul cielo y una sonrisa amable en los labios.

—Perdonen la intromisión, señorita Sumire —dijo Karin, sentándose a su lado con una gracia natural—. He observado que está usted… algo pensativa. ¿Sucede algo que pueda confíarme?

Sumire se sobresaltó, volviendo a la realidad. Miró a Karin, un poco sorprendida por la inesperada visita y la familiaridad de su tono.

—Ah… no es nada, Su Alteza —respondió Sumire, su voz apenas un susurro.  —Solo… pensando.

Karin la miró con atención, su sonrisa desapareciendo ligeramente. Su mirada era penetrante, pero a la vez comprensiva.  Se inclinó ligeramente hacia Sumire, creando una intimidad inesperada.

—No me engañe, Sumire. Se nota en su rostro.  A veces, el peso de los pensamientos se refleja en los ojos.  ¿Puedo ayudarla de alguna manera?  Quizás… ¿algún hombre le ha roto el corazón?

La pregunta directa de Karin golpeó a Sumire como un puñetazo en el estómago. No esperaba que alguien, mucho menos una princesa, se acercara a ella con tanta franqueza y empatía.  Sumire se mordió el labio inferior, dudando.

—No… no exactamente —respondió Sumire, su voz apenas audible—. Es… complicado.

Karin asintió con comprensión, manteniendo el contacto visual. 
—Entiendo.  A veces, la vida nos presenta desafíos inesperados.  Y a veces, esos desafíos nos dejan con más preguntas que respuestas.  ¿Le gustaría hablar de ello?  No estoy aquí para juzgar, sino para escuchar.

𝑬𝒎𝒑𝒆𝒓𝒂𝒕𝒓𝒊𝒛 𝑼𝒄𝒉𝒊𝒉𝒂 • |Borusara|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora