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El crepúsculo pintaba el cielo con tonos de naranja y púrpura, mientras Sarada se mantenía de pie frente a un gran espejo de cuerpo entero. ChouChou y Sumire, la ayudaban a vestirse. El nerviosismo de Sarada era palpable; su respiración era entrecortada, aunque se esforzaba por mantener una postura impasible. El kimono rojo imperial, tejido con hilos de oro, ya estaba puesto, su rica seda cayendo en cascada alrededor de ella.

—Su Gracia, ¿se encuentra bien? —preguntó ChouChou, notando la inquietud de la Emperatriz mientras le ajustaba el obi. Sus dedos se movían con precisión, pero su expresión reflejaba su preocupación.

Sarada suspiró, sus ojos reflejando su ansiedad. Su mirada se desviaba del espejo, hacia la ventana donde el sol se despedía.

—No es nada, ChouChou. Solo... estoy algo inquieta por la visita del Lord Hyuga. Es... una figura imponente, y su opinión sobre mí... pesa.

ChouChou sonrió con comprensión, aunque su expresión revelaba que comprendía la magnitud de la preocupación de Sarada. Sumire, con movimientos suaves y precisos, le colocaba un delicado broche de jade en el cabello.

—Entiendo, Su Gracia. El Lord Hyuga es un hombre respetado, su juicio es agudo. Pero Su Majestad es una gobernante sabia y capaz. No hay razón para preocuparse. Él verá su inteligencia y su dedicación.

Sarada, sin embargo, no parecía tan convencida. Su reflejo en el espejo mostraba una imagen de elegancia y poder, pero sus ojos reflejaban la tensión interna.

—Pero es el padre de la Emperatriz Viuda, ChouChou. Su opinión sobre mi desempeño... influye en la corte. No puedo permitirme ningún error. Esta noche... todo debe ser perfecto.

ChouChou, con una sonrisa tranquilizadora, le acomodó el cabello con delicadeza.

—Su Gracia, usted es la Emperatriz. Su inteligencia y su valentía son admiradas por todos. El Lord Hyuga lo verá. Usted se ha preparado, ha demostrado su capacidad. Confíe en sí misma.

Sumire, terminando de arreglar su cabello, añadió con suavidad:

—Su Gracia, recuerde que Su Majestad el Emperador confía en usted. Y nosotros también.

Las palabras de sus doncellas, aunque reconfortantes, no lograron disipar completamente la tensión que sentía Sarada. Pero el apoyo de ChouChou y Sumire le dio un poco de fuerza. Se miró de nuevo en el espejo. Se veía imponente, digna de su posición. El rojo del kimono parecía arder con una fuerza que reflejaba su determinación. Sin embargo, la inquietud seguía latente. Un ligero temblor en sus manos delataba sus nervios.

En ese momento, se oyó un suave golpe en la puerta. ChouChou abrió la puerta, y Boruto entró en los aposentos. Sarada lo observó, su corazón latiendo con fuerza. La presencia de su esposo le trajo una sensación de calma que las palabras de sus doncellas no habían logrado. ChouChou y Sumire, con una reverencia respetuosa, se retiraron, dejando a la pareja a solas.

—Boruto... —susurró Sarada, su voz apenas audible.

Boruto se acercó a ella, su mirada llena de ternura y comprensión. Su presencia, un faro en la tormenta de su ansiedad, le devolvió la serenidad.

—Todo saldrá bien, Sarada. —dijo Boruto, tomando su mano. —Confía en ti misma, como yo confío en ti.

La mirada de Boruto, llena de amor y apoyo, disipó la última pizca de duda en el corazón de Sarada. Con su esposo a su lado, se sentía lista para enfrentar cualquier desafío.

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Karin se encontraba sentada en un rincón del jardín imperial, disfrutando de una taza de té caliente. El aroma suave y floral del té de jazmín la rodeaba, brindándole un momento de tranquilidad en medio de la agitación política que a menudo la envolvía. Sin embargo, su mente no podía evitar divagar hacia la visita inminente del Lord Hyuga.

𝑬𝒎𝒑𝒆𝒓𝒂𝒕𝒓𝒊𝒛 𝑼𝒄𝒉𝒊𝒉𝒂 • |Borusara|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora