𝑬𝒎𝒑𝒆𝒓𝒂𝒕𝒓𝒊𝒛 𝑼𝒄𝒉𝒊𝒉𝒂 • |Borusara|

26

La tenue luz del amanecer se filtraba a través de las cortinas, pintando la habitación real con suaves tonos rosados y dorados. El mar, apenas audible, susurraba una melodía tranquilizadora. Sarada estaba recostada junto a Boruto, observándolo dormir. Sus rasgos relajados, la suave respiración que llenaba el aire silencioso, la llenaban de una ternura inmensa.

Con movimientos suaves y cuidadosos, Sarada extendió una mano, sus dedos rozando ligeramente el pecho de Boruto, sintiendo el latido regular de su corazón bajo su piel. Un suspiro escapó de sus labios, un suspiro cargado de amor y admiración.

—Te amo tanto, Boruto —murmuró, su voz apenas un susurro, como si temiera despertarlo.

Para su sorpresa, Boruto abrió los ojos, una sonrisa soñolienta dibujándose en sus labios.  Antes de que Sarada pudiera reaccionar, Boruto la tomó por las caderas, girándola suavemente hasta que quedó debajo de él.  Su peso era ligero, pero la proximidad, la calidez de su cuerpo sobre el suyo, la hizo reír.  Una risa suave, casi un suspiro, que resonó en la quietud de la habitación.

—Yo te amo más, Sarada —dijo Boruto, su voz ronca por el sueño, pero con un brillo pícaro en sus ojos.  Sus labios se acercaron a los de ella, un beso suave que se profundizó rápidamente, la ternura inicial dando paso a una pasión ardiente, un reflejo del amor profundo que compartían.

Sus manos se encontraron, explorándose mutuamente, sus cuerpos buscando calor y consuelo el uno en el otro. El silencio de la habitación real se llenó con el susurro de sus respiraciones, el latido de sus corazones, y el suave murmullo del mar. En ese momento, envueltos en la intimidad de la madrugada, su amor florecía con una intensidad renovada.

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Himawari y Karin compartían una tetera de té de jazmín, sentadas en un banco de piedra bajo la sombra de un cerezo en flor.  El ambiente era tranquilo y relajado, un contraste con la formalidad habitual del palacio.

Himawari, con una taza de té en la mano, miraba a Karin con una mezcla de timidez y curiosidad. 

—Tía Karin —comenzó—. tengo una pregunta que me gustaría hacerte… espero no ofenderte.

Karin sonrió con ternura. 

—Himawari, puedes preguntarme lo que quieras.  No hay preguntas que me ofendan.

Himawari tomó un sorbo de té, sus ojos fijos en la taza. 

—¿Promete que no se lo dirá a mamá?

—Te lo prometo.

—¿Por qué no tuviste hijos?

Un silencio cayó entre ellas, interrumpido solo por el suave zumbido de las abejas entre las flores.  Karin dejó su taza sobre el banco, sus dedos trazando figuras en la piedra.  El silencio se prolongó, cargado de una tensión silenciosa.  Finalmente, Karin habló, su voz apenas un susurro.

—Himawari, querida… no pude tener hijos.

Himawari sintió un escalofrío de sorpresa, pero rápidamente se recuperó. 

—Oh… lo siento, tía.  No sabía…

Karin le sonrió, una sonrisa que intentaba disimular la tristeza que se escondía tras ella. 

—No te preocupes, querida.  No es algo importante.  Algunas mujeres no pueden tener hijos, y eso está bien.

Himawari, aliviada, asintió con la cabeza. 

—Entiendo…  ¿Puedo hacerte otras preguntas, tía Karin?  Me gustaría conocerte mejor.

Karin sonrió, feliz de cambiar de tema.