Lady Sarada Uchiha, una joven hermosa e inteligente de carácter fuerte, era la única hija del Duque Sasuke Uchiha. Fue comprometida con el rebelde príncipe heredero Boruto Uzumaki. Esta unión estaba destinada a fortalecer el vínculo entre las dos fa...
El silencio de los aposentos imperiales era ensordecedor, roto solo por el latido frenético del corazón de Sakura. De pronto, un pequeño sollozo la hizo girar.
ChouChou, la doncella personal de la Emperatriz, se encontraba en la entrada, su rostro pálido y sus ojos hinchados por el llanto.
—Duquesa Uchiha —comenzó ChouChou, su voz apenas un susurro entrecortado por los sollozos, acercándose con pasos vacilantes— Su… su Majestad… —Se detuvo, incapaz de continuar. Las lágrimas corrían por su rostro, empapando el fino pañuelo que apretaba en sus manos.
Sakura, con la voz ahogada por la angustia, logró susurrar: —¿Qué pasa con Sarada? Dime.
ChouChou se arrodilló, inclinando la cabeza en señal de respeto y desesperación.
—Su Majestad… fue secuestrada, Duquesa.
Un grito silencioso escapó de los labios de Sakura. El mundo pareció desplomarse a su alrededor. La imagen de Sarada, su hija, la Emperatriz, indefensa y vulnerable, la golpeó con la fuerza de un mazo.
ChouChou, observando el colapso de la Duquesa, se acercó con cautela. Con movimientos suaves y tiernos, tomó una de las manos de Sakura, sus dedos pequeños y fríos ofreciendo un consuelo tácito.
—Duquesa —dijo ChouChou, su voz llena de compasión—, no se desespere. Ya hemos informado a la Guardia Imperial. Harán todo lo posible para encontrar a Su Majestad. Ella es fuerte, valiente… Ella regresará.
Las palabras de ChouChou, aunque llenas de sinceridad, parecían débiles ante la magnitud del dolor de Sakura. Sin embargo, la presencia de la joven doncella, su apoyo silencioso, su firmeza a pesar de su propio dolor, proporcionaron un pequeño ancla en medio de la tormenta. El abrazo de ChouChou, cálido y tierno, fue un bálsamo inesperado en el torbellino de la desesperación. Sakura, aferrándose a la mano de la joven doncella, encontró un pequeño rayo de esperanza en medio de la oscuridad.
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La habitación de Sumire, normalmente un remanso de paz, se sentía hoy como una prisión. El rostro crispado y la mirada llena de desconfianza de Sumire se clavaron en Karin, sentada junto a la cuna del bebé.
—Karin… —comenzó Sumire, su voz apenas un susurro, cargado de una rabia contenida que luchaba por salir—. ¿Tuviste algo que ver con esto? ¿Con el secuestro de Sarada?
Karin levantó la vista, sorprendida por la acusación directa. Su expresión, inicialmente de sorpresa, se endureció levemente.
—Sumire, esa es una acusación grave. No entiendo a qué te refieres.
Sumire se plantó con más firmeza, los brazos cruzados sobre el pecho.
—No te hagas la inocente. Sabes perfectamente a qué me refiero. El secuestro de la Emperatriz. No puedo creer que… que tú…