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El carruaje de Sakura se detuvo con un chirrido en la entrada del Palacio Imperial de Konoha.  El nerviosismo la carcomía; cada latido de su corazón resonaba como un tambor en sus oídos.  Había viajado sin descanso desde el Ducado Uchiha, impulsada por una desesperación creciente. La noticia de la aparente huida de su hija, Sarada, la había dejado destrozada.  Un sirviente, anticipando su llegada, ayudó a Sakura a descender del carruaje.  Sakura, sin esperar protocolo alguno, entró directamente al palacio.

Dentro del palacio, la noticia de la llegada de Sakura llegó a oídos de Sarada. La sirvienta encargada de transmitir el mensaje encontró a la joven Emperatriz  sumida en sus propios pensamientos, su rostro reflejando la tristeza que sentía en su interior por la noticia de la próxima paternidad de Boruto con Sumire.

—Su madre, la Duquesa Uchiha, ha llegado al palacio, Su Majestad —dijo la sirvienta, con una reverencia.

La noticia fue un rayo de luz en la oscuridad que había envuelto a Sarada.  Una sonrisa, la primera sincera en días, iluminó su rostro.

—Hazla pasar inmediatamente — dijo Sarada, su voz llena de una emoción contenida.

Sakura, guiada por la sirvienta, llegó al aposento privado de Sarada.  Al verla, Sarada se lanzó a sus brazos, en un abrazo desgarrador.  Las lágrimas fluían libremente, un torrente de emociones contenidas durante tanto tiempo.

Sakura, entre sollozos, la abrazó con fuerza.

—Sarada, mi niña —susurró, su voz quebrada por la emoción.— Cuando me enteré de tu... ausencia del palacio... me desesperé. Creí que te había perdido para siempre.

Sarada, aferrándose al brazo de su madre, asintió con la cabeza, las lágrimas aún cayendo por sus mejillas.

—Mamá —dijo, su voz apenas un susurro entrecortado por el llanto.— Te extrañé tanto.  Te necesito.

El abrazo se estrechó de nuevo, un refugio contra la tormenta de emociones que las inundaba.  En ese momento, el imponente palacio, con toda su grandeza, se desvaneció, dejando solo a dos mujeres, una madre y una hija, unidas por un lazo inquebrantable de amor y apoyo.

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La habitación de Hinata era un remanso de paz, una cálida mezcla de tonos suaves y aromas relajantes. Hinata, la Emperatriz Viuda, y Himawari, su hija de doce años, estaban sentadas en un lujoso sofá, disfrutando de una taza de té de jazmín. La luz de la tarde se filtraba a través de las cortinas de seda, creando un ambiente íntimo y sereno.

Boruto entró en la habitación con una expresión seria, interrumpiendo la tranquila escena.

—Madre… Himawari… necesito hablar con vosotras.

Himawari, con una taza de té en miniatura en sus manos, bajó la mirada de su libro de cuentos ilustrados. Hinata dejó su taza en un pequeño platillo de porcelana.

—¿Qué sucede, Boruto? ¿Estás bien? —preguntó Hinata, preocupada.

—Sí, estoy… bien. Pero tengo algo importante que decirles. —respondió—. Voy a ser padre.

La reacción de Himawari fue instantánea. Sus ojos se abrieron como platos, dejando caer su taza con un pequeño tintineo.

—¡¿Sarada-nee está embarazada?! ¡Eso es maravilloso! ¡Voy a ser tía!

Boruto se aclaró la garganta, un poco incómodo.

—No, Himawari. Sarada no está embarazada.

Himawari frunció el ceño, la confusión pintando su rostro.

𝑬𝒎𝒑𝒆𝒓𝒂𝒕𝒓𝒊𝒛 𝑼𝒄𝒉𝒊𝒉𝒂 • |Borusara|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora