El sol naciente pintaba el cielo con tonos pálidos de rosa y naranja, un amanecer que normalmente llenaba a Sarada de paz y serenidad. Hoy, sin embargo, la belleza del nuevo día solo acentuaba la opresión en su pecho, un peso que le apretaba el corazón y le dificultaba la respiración. El canto de las aves, normalmente una melodía dulce y reconfortante, ahora sonaba como una burla, una alegre y cruel ironía que resaltaba su propia tristeza. Lejos, las campanas resonaban, anunciando el nacimiento del hijo de Boruto. Un hijo con Sumire.
La imagen, nítida y dolorosa, la golpeó con la fuerza de un puñetazo. No era una imagen vaga o fantasiosa; era una visión vívida y cruelmente real. Vio a Sumire, radiante, su rostro iluminado por una felicidad plena y abrumadora, con el niño en brazos, envuelta en la cálida y acogedora atmósfera de una familia unida y feliz. Una familia que a ella le era negada, un calor familiar que se le escapaba entre los dedos como arena. La calidez que ella anhelaba, la calidez de una familia propia, estaba ahí, frente a ella, pero inaccesible, perteneciente a otra mujer. Un vacío se abría en su interior, un vacío profundo y doloroso que nada podía llenar. El amanecer, que debería haber traído esperanza y renovación, solo le recordaba su propia y amarga realidad.
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El sol de la tarde bañaba en oro el amplio balcón del palacio imperial. Hinata, la Emperatriz Viuda, sostenía con ternura a su nieto, el Príncipe Minato, un bebé regordete con un mechón de cabello rebelde que imitaba el de su padre. A su lado, Himawari, con su habitual sonrisa serena, le acariciaba suavemente la mejilla al pequeño. Una doncella, vestida con un kimono de seda azul pálido, se mantenía discretamente cerca, lista para cualquier necesidad.
Hinata, con la mirada llena de un amor profundo y protector, alzó al pequeño Minato. Su voz, aunque suave, resonó con una fuerza inesperada:
—Buenas noticias, mujeres. Que nuestros enemigos y amigos lo sepan: ya tenemos a nuestro príncipe. Su Alteza, el Príncipe Minato.
El anuncio resonó en el aire, llevando consigo el peso de la tradición y el poder. Desde el patio inferior, Hinata percibió un murmullo, un mar de rostros femeninos —concubinas, damas de compañía, sirvientas— mirando hacia arriba, sus miradas mezcla de respeto, envidia y curiosidad. Algunas susurraban entre sí, sus voces apenas audibles a esa distancia. Hinata las observó con una mirada serena, pero penetrante. Sabía que la llegada del príncipe Minato no solo representaba la continuidad de la dinastía, sino también un cambio en el equilibrio de poder dentro del palacio. El futuro, con su hijo Boruto como Emperador y ahora su nieto como heredero, se extendía ante ellos, incierto y lleno de posibilidades. Pero en ese instante, abrazando al pequeño Minato, Hinata solo sentía la calidez del amor familiar, un refugio contra las tormentas que seguramente vendrían. Himawari, al notar la mirada de su madre, le sonrió con comprensión, su mano aún acariciando la suave piel del bebé. La doncella, atenta, se acercó discretamente para entregarle a Hinata una fina manta de seda, protegiendo al pequeño príncipe del fresco viento vespertino.
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—Luces radiante, Sumire —dijo Karin, entrando a los aposentos de Sumire con una sonrisa amable, aunque un brillo calculador brillaba en sus ojos.
Sumire sonrió, un gesto tímido pero genuino. El cansancio del parto aún se reflejaba en sus rasgos, pero la alegría de la maternidad irradiaba de ella.
—Creo que estás exagerando… —murmuró, avergonzada, tocando ligeramente su mejilla con la mano. El velo de cansancio no lograba ocultar completamente la felicidad que la inundaba.
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𝑬𝒎𝒑𝒆𝒓𝒂𝒕𝒓𝒊𝒛 𝑼𝒄𝒉𝒊𝒉𝒂 • |Borusara|
ФанфикшнLady Sarada Uchiha, una joven hermosa e inteligente de carácter fuerte, era la única hija del Duque Sasuke Uchiha. Fue comprometida con el rebelde príncipe heredero Boruto Uzumaki. Esta unión estaba destinada a fortalecer el vínculo entre las dos fa...
