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—Kawaki dijo que nos ayudará a escapar, ChouChou —dijo Sarada, sus ojos brillantes con una mezcla de nerviosismo y esperanza; sus manos juntas con fuerza en su regazo.

—Su Majestad, ¿cree que sea posible? —preguntó ChouChou, inclinando ligeramente la cabeza, con una expresión de respetuosa inquietud.

Sarada asintió con firmeza, una pequeña sonrisa curvando sus labios.

—Sí. Confío plenamente en él. —Sus ojos reflejaron una determinación inquebrantable.

ChouChou se mordió el labio inferior, la preocupación surgiendo en su rostro.

—Y... ¿a dónde piensa llevarnos, Majestad? ¿Tiene un destino en mente?

Sarada se apoyó en la silla, una expresión pensativa en su rostro.

—He estado considerando el norte, lejos de aquí. Un lugar donde nadie nos encontrará, donde podremos comenzar una nueva vida, solo tú y yo.

ChouChou, con los ojos ligeramente abiertos por la emoción, preguntó con un hilo de voz: —¿Cuándo partiremos?

Sarada bajó la mirada, un atisbo de incertidumbre cruzando su rostro.

—No lo sé aún. No tengo una fecha exacta, pero sé que será pronto. —Un suspiro casi imperceptible escapó de sus labios.

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El peso de la corona era insoportable, mucho más pesado que el oro de que estaba hecha. Boruto se hundía en el trono, el aburrimiento un abismo vacío que solo la imagen de Sarada, su esposa desaparecida, lograba llenar momentáneamente.  Pensaba en su sonrisa, en la calidez de sus manos, en la promesa rota que resonaba en el silencio del palacio.  El recuerdo de su fuga le producía un dolor sordo que le apretaba el pecho.  Sus pensamientos divagaban, perdidos en un laberinto de culpa y desesperación.

Un murmullo bajo, como el susurro de serpientes, llegó a sus oídos.  Alzó la vista, su mirada fría como el acero, escaneando la sala de la corte.  Los nobles, vestidos con sus mejores galas, lo observaban con una mezcla de curiosidad y malicia.  Sus susurros cesaron al instante, pero la tensión era palpable, un velo de expectativa que Boruto reconoció al instante.  Sabía de qué hablaban.  De Sarada. De su huida. De Sumire.

El veneno de sus chismes era tan sutil como mortal.  Lo acusaban de cobardía por permitir la fuga de su esposa, de debilidad por su supuesta relación con Sumire.  Boruto sentía la sangre hirviendo en sus venas.  La paciencia se le agotaba.

Un noble, más audaz que los demás, se atrevió a romper el silencio.  Su voz, aunque baja, resonó en la tensa atmósfera.

—Su Majestad… sería prudente declarar a la Emperatriz traidora… y… formalizar su unión con la señorita Sumire.  Así se calmarían los rumores…

Las palabras fueron una chispa en un barril de pólvora.  Otros nobles asintieron con entusiasmo, sus ojos brillando con una mezcla de oportunismo y malicia.  La traición era evidente, la ambición desvergonzada.  Boruto se levantó, su figura imponente proyectando una sombra amenazante sobre la sala.  Su rostro, inexpresivo hasta ese momento, se contorsionó en una máscara de furia fría y controlada.

—Silencio —rugió Boruto, su voz resonando como un trueno en la sala.  Su mirada se clavó en el noble que había osado proponer la traición. —¿Creen que pueden manipularme con sus chismes? ¿Que pueden decidir el destino de mi esposa y mi… relación con la señorita Sumire?

Boruto avanzó, cada paso resonando en el silencio sepulcral que había caído sobre la sala.  Su aura amenazante silenciaba a los nobles, que retrocedían ante su furia.

𝑬𝒎𝒑𝒆𝒓𝒂𝒕𝒓𝒊𝒛 𝑼𝒄𝒉𝒊𝒉𝒂 • |Borusara|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora