Lady Sarada Uchiha, una joven hermosa e inteligente de carácter fuerte, era la única hija del Duque Sasuke Uchiha. Fue comprometida con el rebelde príncipe heredero Boruto Uzumaki. Esta unión estaba destinada a fortalecer el vínculo entre las dos fa...
El sol de la tarde proyectaba largas sombras sobre la plaza mientras Sarada, la Emperatriz, distribuía monedas y comida entre la gente necesitada. El cansancio pesaba sobre ella, acentuado por el embarazo, pero su sonrisa era genuina, su compasión inquebrantable. ChouChou, su doncella, insistía en que regresara al palacio, preocupada por su salud.
—Su Majestad, lo mejor será regresar al Palacio —suplicó ChouChou, su voz apenas un susurro entre el bullicio de la gente.
Sarada negó con la cabeza, su mirada firme a pesar de la fatiga. —Ya te he dicho que me siento bien. Puedo seguir ayudando.
ChouChou insistió, con una mezcla de cariño y temor: —Sí, pero en cualquier momento eso puede cambiar. El embarazo…
Sarada la interrumpió con una risita suave, un poco forzada.
—No te preocupes —pidió—. Estoy bien. Mejor que nunca, diría yo.
ChouChou asintió, comprensiva, pero su preocupación permanecía.
—Sí, Su Majestad lo dice… Pero no puede esforzarse tanto. Debe cuidarse.
Entonces, la mirada de Sarada se clavó en un punto distante. Un hombre alto y corpulento, de cabello negro azabache y ojos penetrantes, se alejaba entre la multitud. Kawaki. A pesar de la distancia, Sarada lo reconoció instantáneamente. Una oleada de energía la recorrió, dejando atrás el cansancio y la preocupación por su embarazo.
Con un suave "Disculpame, ChouChou", Sarada dejó la cesta de monedas y se dirigió hacia él. La distancia se acortó rápidamente.
—Kawaki.
Él se detuvo, girándose lentamente. Un gesto casi imperceptible, un mínimo asentimiento.
—Que alegría verte nuevamente después de tanto tiempo —dijo Sarada, su corazón latiendo con una mezcla de alegría y nerviosismo.
—Igualmente —respondió él, su voz fría, distante. La mirada que le dirigió fue breve.
—¿Cómo estás? —preguntó Sarada, intentando disimular su nerviosismo.
Kawaki se encogió de hombros, su expresión impasible.
—Bien. Supongo.
Sarada, observándolo con más atención, notó su armadura, imponente y reluciente.
—Me alegró… veo que has sido ascendido de rango. Felicidades. —Intentó añadir un toque de calidez a su voz, pero la frialdad de Kawaki parecía impenetrable.
—Gracias, Emperatriz —respondió él, sin el menor cambio en su expresión—. Bueno, fue un placer volver a hablar con Su Majestad. Ahora sí me disculpa, debo retirarme. —Su tono era cortante, sin ninguna muestra de afecto o interés.
Sarada sintió un pinchazo en el pecho. La frialdad en su voz, la brevedad de sus palabras, la ausencia total de calidez. Era como si estuviera hablando con un extraño.
—Por supuesto —murmuró Sarada, observando cómo Kawaki se alejaba, su figura recortada contra la luz dorada del atardecer. Un hombre frío, distante, un enigma envuelto en una capa de hielo. Su encuentro había sido breve, efímero, dejando un vacío más grande que antes. La alegría inicial se había transformado en una profunda decepción.
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