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La pequeña casa estaba envuelta en la oscuridad de la noche, iluminada solo por la chimenea crepitante. ChouChou, sentada en una silla de madera toscamente tallada, apretaba un pañuelo en sus manos, sus ojos fijos en la puerta. La preocupación era palpable en el aire, tan densa como el silencio que llenaba la habitación.  Había pasado mucho tiempo desde que Sarada había ido al mercado.

Un crujido de ramas secas rompió la quietud. ChouChou se levantó de un salto, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Un momento después, Sarada apareció en el umbral, jadeando ligeramente por el esfuerzo.  Parecía especialmente agitada.

—Su majestad… —ChouChou exhaló, aliviada, pero aún preocupada—. ¿Qué pasó? ¿Estás bien?

Sarada se dejó caer en una silla, su cuerpo temblando ligeramente.

—Un hombre… me estuvo vigilando —dijo ella, su voz entrecortada—. Kawaki me salvó.

ChouChou frunció el ceño, su preocupación incrementándose.

—¿Uno de los hombres de el emperador? ¿Cree que su majestad envió a alguien para… para vigilarla?

Sarada negó con la cabeza con vehemencia.

—No lo creo... tengo la sensación de que este hombre me estaba vigilando desde hace mucho tiempo, desde que huimos del palacio.

ChouChou se estremeció. La idea de un desconocido acechando a Sarada era aterradora.

—Pero… si fuera uno de los hombres de su majestad, ¿no le habría llevado de vuelta al palacio ya?

Sarada asintió.

—Exactamente.  Si fuera alguien de Boruto, ya estaría de vuelta en el palacio.  Este hombre… es diferente.  Es una amenaza.  Tiene que haber otra razón.  Es una amenaza para nosotras.  Tenemos que tener cuidado.

Un silencio tenso cayó sobre las dos chicas, roto solo por el crepitar del fuego en la lejana chimenea.  El miedo era palpable, pero también una nueva determinación, nacida de la comprensión de que el peligro era mayor de lo que habían imaginado.

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El sol de la mañana se colaba a través de las cortinas de seda, iluminando el desayuno de Karin: un té verde humeante y unos delicados pasteles de arroz.  Saboreaba cada bocado con calma, la tranquilidad de sus aposentos un contraste con la tormenta que se avecinaba en su mente.

Un ligero golpe en la puerta la interrumpió.

—Adelante —dijo Karin, sin levantar la vista.

Un sirviente, pálido y tembloroso, entró con la cabeza gacha.

—Su alteza… el espía... El fue descubierto.

Karin dejó la taza con un suave tintineo.  Su expresión no cambió, pero sus ojos se volvieron gélidos.

—Descubierto, ¿dices?  ¿Tan pronto?  No me sorprende.  Debí haber sabido que no era el hombre adecuado para el trabajo.  ¿Es que no hay un solo hombre competente en todo Konoha?  ¿Alguien con un mínimo de discreción?

El sirviente tragó saliva con dificultad.

—Lo siento, alteza.  Intentaremos encontrar otro…

—No hay necesidad —lo interrumpió Karin, con un gesto de la mano—.  Retírate.  No quiero verte hasta que tengas algo más… interesante que reportarme.

El sirviente se retiró apresuradamente.  Karin suspiró, recogiendo un pastel de arroz con dedos elegantes.  Ahora Sarada sabía que alguien la estaba vigilando.  La joven Uchiha era inteligente, perspicaz…  y ahora, cautelosa.

𝑬𝒎𝒑𝒆𝒓𝒂𝒕𝒓𝒊𝒛 𝑼𝒄𝒉𝒊𝒉𝒂 • |Borusara|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora