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Sarada abrió los ojos con lentitud, la luz del sol filtrándose a través de las cortinas de una pequeña habitación. Se encontraba en una cama sencilla, las sábanas de hilo áspero contrastaban con la suavidad de la seda a la que estaba acostumbrada. No reconocía el lugar, pero el ligero aroma a madera y especias le resultaba familiar, un olor a hogar sencillo y cálido, muy diferente a la opulencia del palacio.

Se incorporó, buscando a ChouChou, pero la pequeña habitación estaba vacía.  Descalza, salió de la habitación y se dirigió al comedor. Allí, sentado a una mesa de madera tosca, estaba Kawaki, con la espalda apoyada en la pared, observando algo con su habitual expresión impasible.  Su presencia era tan imponente como la recordaba.

—ChouChou… —dijo Sarada, su voz aún ronca por el sueño. —¿Dónde está ChouChou?

Kawaki levantó la vista, sus ojos grises la recorrieron con una mirada penetrante. 
—Fue al mercado con las otras mujeres — respondió con su habitual frialdad.

Sarada se sintió ligeramente desorientada, pero no tanto como antes.  Se sentó a la mesa, frente a Kawaki, sintiendo una punzada de inquietud.

—Kawaki —comenzó Sarada, su tono inquisitivo. Necesito que me expliques algo. ¿Qué haces aquí?  Te vi en el funeral del Emperador Naruto.  Es extraño ver a un simple guardia del pueblo en un evento de esa magnitud. —Su pregunta fue directa, sin rodeos, dejando claro su escepticismo.

Kawaki la miró fijamente, su expresión impasible.  Un silencio tenso se instaló entre ellos, un silencio que Sarada interpretó como una confirmación tácita de sus sospechas.  Luego, con una voz baja y tranquila, Kawaki respondió:  —No soy un simple guardia del pueblo, Sarada.  Soy un bastardo del difunto emperador Naruto.

La revelación, aunque esperada en cierto modo, aún la sorprendió. 

—Ahora, tú dime quién eres —dijo Kawaki, su voz firme, desafiándola a revelar su propia verdad.

Sarada respiró hondo, buscando las palabras adecuadas.

—Soy Sarada... Sarada Uchiha.

—La esposa del Emperador Boruto — completó Kawaki, su mirada penetrante.

—Solo Sarada —corrigió ella, un dejo de amargura en su voz.

Kawaki se apoyó en la mesa, su expresión inmutable.

—¿Discutiste con Boruto y huiste? ¿Abandonaste una vida de lujos por un capricho?

Sarada negó con la cabeza, la amargura se intensificó. —Es más profundo que eso.  Boruto tiene una amante.

Kawaki arqueó una ceja, su impasibilidad comenzando a resquebrajarse.

—¿Y por eso abandonaste todo?  No sabes cuánta gente daría cualquier cosa por una vida como la tuya, llena de lujos.

Sarada lo miró, comprendiendo el abismo que los separaba. 

—Al parecer, tu vida fue muy dura —dijo con compasión.

—Sí, así fue —respondió Kawaki, su voz más suave ahora, con un dejo de melancolía.

—Lo siento —repitió Sarada, la culpa la oprimía.  La imagen de su vida privilegiada contrastaba brutalmente con la realidad que Kawaki le había revelado.

Kawaki la miró, su expresión impasible, pero un destello de algo parecido a la comprensión cruzó sus ojos grises. 

—No te disculpes, Sarada. No es tu culpa que yo haya sufrido carencias.  La culpa no te pertenece —Su voz, aunque firme, tenía un tono inusualmente suave.

𝑬𝒎𝒑𝒆𝒓𝒂𝒕𝒓𝒊𝒛 𝑼𝒄𝒉𝒊𝒉𝒂 • |Borusara|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora