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El sol apenas comenzaba a asomar por el horizonte, pintando el cielo con suaves tonos rosados y anaranjados, cuando Boruto se adentró en el bullicioso mercado del pueblo.  La fresca brisa matutina acariciaba su rostro, pero él apenas la percibía. Su mente estaba nublada por la preocupación, por la angustia de no saber nada de Sarada.  El aroma a especias y pan recién horneado se mezclaba con el agrio sabor de la culpa en su boca.

Una gruesa capucha de color oscuro ocultaba su rostro, ocultando su identidad imperial a los ojos curiosos de la multitud.  Vestía ropas sencillas, desprovistas de cualquier ostentación que pudiera delatar su verdadero estatus.  Se movía con sigilo, pero con una impaciencia que le hacía difícil mantener la calma.  Era el emperador, sí, pero en este momento, era solo un hombre desesperado, perdido entre la multitud anónima del mercado, buscando a la mujer que amaba.

Su mirada recorría cada rostro, cada rincón del mercado, con una esperanza que se aferraba con uñas y dientes a la posibilidad de encontrarla.  A su alrededor, el mercado cobraba vida.  Los comerciantes ofrecían sus productos con entusiasmo, sus voces mezcladas con el barullo de la gente que se abría paso entre los puestos.  Pero Boruto solo veía a Sarada en cada esquina, en cada callejón.  En cada mujer que pasaba, buscaba un destello de su sonrisa, un reflejo de sus ojos.

Entre la multitud, discretamente mezclados con los comerciantes y los compradores, se encontraban los guardias imperiales.  Habían sido cuidadosamente seleccionados, hombres y mujeres con una apariencia común, que no llamaban la atención.  Sus ojos, sin embargo, seguían cada movimiento de Boruto, protegiéndolo en silencio, vigilando cada rincón del mercado.  Eran su escudo invisible, su protección silenciosa, pero en este momento, incluso su presencia no lograba calmar la tormenta que se agitaba en su interior.  Boruto necesitaba encontrar a Sarada.  Necesitaba verla, hablar con ella, explicarle…  El mercado, con su bullicio y su caos, era su campo de batalla, y él, el emperador oculto, era un guerrero solitario, luchando contra la desesperación y la culpa, con la única esperanza de encontrar a su amada.

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El sol de la tarde doraba los jardines del palacio, pero la atmósfera era gélida. Karin, con una elegancia que ocultaba su frialdad calculadora, paseaba junto a Hana.  No había la menor pizca de preocupación en su rostro, solo una expresión de serena expectativa.

—Hana —dijo Karin, sin detener su paso, la voz tan suave como el terciopelo—, Boruto ha ido al pueblo en busca de Sarada.  Adorablemente ingenuo, ¿no crees? —La pregunta no requería respuesta; era una afirmación disfrazada de cortesía.

Hana, con la cabeza ligeramente inclinada, asintió con discreción. 

Karin se detuvo, observando una rosa con una mirada que parecía penetrar hasta su alma. 

—Sin mi intervención, su búsqueda será infructuosa.  Nunca, jamás, se le ocurriría buscarla donde realmente se encuentra.
—Un brillo gélido brilló en sus ojos.

Hana permaneció en silencio, esperando la siguiente instrucción.  Sabía que Karin ya había trazado su plan.

—Necesitamos asegurarnos de que Boruto encuentre a Sarada…  pero en nuestros términos.—continuó Karin, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Encuentra a alguien

—Y, por supuesto —añadió Karin, con una sonrisa fría y calculadora—, asegúrate de que quien sea, le advierta que debe ser extremadamente cauteloso.  Los guardias de Boruto son…  ineficientes, pero numerosos.  No queremos que nuestra pequeña obra de teatro se vea interrumpida.

Hana asintió, comprendiendo la complejidad y el peligro del plan.  Karin no estaba jugando; estaba manipulando, tejiendo una red de engaños con una precisión quirúrgica.  El destino de Boruto y Sarada estaba en sus manos, y Karin estaba disfrutando cada segundo del control que ejercía sobre ellos.  La rosa en su mano parecía reflejar la belleza fría y peligrosa de su plan.

𝑬𝒎𝒑𝒆𝒓𝒂𝒕𝒓𝒊𝒛 𝑼𝒄𝒉𝒊𝒉𝒂 • |Borusara|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora