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Tras la muerte de Kley, permanecimos por unas horas más en ese túnel, sin saber hacia dónde dirigirnos. Pero luego propuse que sigamos adelante, porque, si bien no soy un experto en oxigenación artificial, noté que el oxígeno en nuestros tanques se terminaba. Era evidente que las criaturas podían estar escondidas en cualquier lugar. Podían caber en espacios muy reducidos, ya que la única parte gruesa, la cabeza, era capaz de enflaquecerse hasta adoptar las dimensiones de cualquiera de los filamentos que conformaban el resto de sus cuerpos. Además, eran veloces, aunque causaba un poco de repulsión, y hasta cierta gracia, ver sus piernas, con esa apariencia de rama amarillenta y raquítica, alternarse rápidamente en el espacio. Y también sus brazos, igualmente flacos y ramificados. Resultaba difícil creer que pudieran estrangular, y hasta descuartizar, con ellos.

Pero podían hacerlo. Y mientras nos dirigíamos hacia la entrada del túnel, con la esperanza de subir nuevamente a la superficie, otro de nuestros compañeros, Eliot, fue asaltado por las criaturas y su cuerpo se desarmó en las garras de ellas. Pero antes, al intentar escapar, su casco chocó contra el mío, lo cual arruinó, inmediatamente, el visor con el que hasta entonces yo podía ver en la oscuridad, de manera que, durante el resto del trayecto, tuve que ser guiado por Billy, apoyándome en su hombro, como un ciego. No convenía gastar las baterías de las linternas, las cuales eran, para nosotros, principalmente armas, y aunque no pudimos salvar a Eliot, logramos derribar a varias de las criaturas que estaban agrediéndolo proyectando contra ellas la claridad de nuestras linternas, de manera intermitente, como si disparásemos balas de luz.

Cuando llegamos al final del túnel, al sector a través del cual habíamos ingresado a él, escuché los gritos del comandante. Entonces encendí la linterna y vi a Harris envuelto en esa especie de ramaje repugnante. Eran muchas criaturas, muchísimas. Logramos dispersarlas con nuestras linternas, pero tampoco pudimos salvar a Harris.

Y junto al cuerpo de Harris, había otros cuerpos, cadáveres de lo que parecían ser también brigadistas como nosotros, aunque técnicamente no puedo decir que yo sea un brigadista, por lo menos no en el sentido tradicional de esta palabra. Pero los cadáveres tenían trajes especiales, insignias y muchos otros de los elementos que también portábamos nosotros.

Billy me pidió que apague mi linterna. Me dijo que él se encargaría de conducirme, a través del elevador, nuevamente a la superficie y que abandonaríamos, de esta forma, ese pozo maldito para siempre.

El elevador era una plataforma de metal, unida a unos cables que nos permitían descender por los pozos, y subir también gracias a ellos. No soy un experto en mecánica, pero supongo que nuestra presencia en la plataforma activaba automáticamente el movimiento de descenso o de ascenso para el cual la utilizábamos, ya que, arriba, no había nadie que hiciera girar las poleas.

Pensamos si sería conveniente llevar con nosotros el cuerpo del comandante. Dejarlo ahí, desangrándose, era un poco grotesco. Además, su cabeza estaba todavía unida a su cuerpo, y sólo le faltaba un brazo y parte de su estómago. Pero optamos por subir solos.

Éramos dos, nada más. Obviamente, el equipo se había desintegrado, y ésta había sido nuestra última exploración.


(Texto anónimo, hallado junto a los informes firmados por Marco H. Ford)

El devorador de planetas y otras historiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora