Gradualmente, lo que era radiante se fue volviendo oscuro. Lo que era agradable, extraño. El viaje hacia ese supuesto planeta duró un largo tiempo, al menos para mí. En medio de esa confusión de nombres y personas de aspecto un poco inhumano, yo intentaba planificar qué haría cuando llegásemos a un nuevo lugar. Y mientras estaba sopesando algunas alternativas, uno de los habitantes, quien estaba dejando de llamarse Cirus, se acercó a mí y me dijo.
-Recuerde que podemos conocer sus pensamientos.
No supe qué contestar. Lo cierto es que, entre muchas otras posibilidades, yo estaba pensando en la posibilidad de asesinar a esos individuos y apoderarme de la nave, y aunque no supiera manejarla, pensé que podría adquirir el conocimiento necesario para hacerlo a través del círculo rojo, que yo había guardado en uno de los compartimientos. Porque cuando estaba en el mar, alejándome de la embarcación sobre uno de los botes, yo había comprendido, aunque los observaba desde lejos, cómo funcionaban los arpones que Gúdo estaba utilizando. De hecho, yo mismo podría haberlos disparado, a pesar de que nunca antes había visto ese tipo de armas. Y es que antes de jalar el gatillo, Gúdo movía una pequeña traba, que hasta entonces impedía que el arma se disparara accidentalmente a causa de las oscilaciones del navío. Y luego hacía girar una perilla de hierro, con los cual retrocedía de esta manera el arpón propiamente dicho, para que el mecanismo que iba a impulsarlo actúe con mayor celeridad y así el arpón, cuyo extremo explotaría tras clavarse en su objetivo, conserve su ferocidad durante ese breve viaje. Y yo entendía cada uno de esos movimientos, y lo que hacían las manos de aquel hombre, con una claridad tal que mi propia inteligencia, por sí misma, no hubiera podido alcanzar.
Pero mis planes se derrumbaron cuando Jek (así se llamaba mientras hablaba conmigo), me dijo eso. Algo que ya me habían comentado los habitantes en la isla, pero que yo había olvidado. Además, mi confianza en el círculo rojo se había desvanecido casi por completo, aunque también sentía que podía arriesgarme a recurrir a su supuesto poder.
Y cuando Jek se retiró hacia uno de los rincones de la nave, para continuar con la lectura de un libro, me acerqué y le dije:
-Discúlpame Víctor, fue un impulso. Claro que no, no haría una cosa como ésa.
Él me miró con cierta tolerancia, y me sonrió. Pero durante el resto del viaje tuve que hacer lo posible para que esos pensamientos no vuelvan a mi mente, lo cual a veces conseguía, y a veces no.
Finalmente, la nave aterrizó en eso que los habitantes llamaban planeta, pero que se parecía más a un pobre asteroide de forma irregular, colmado de pozos de diversos tamaños y grietas, muy negro y, a la vez, brillante, como la piel del temible Gúdo.
Dos habitantes empujaron un artefacto bastante grande hasta aquel territorio desconocido, y se dedicaron a instalarlo, mediante algunos cables y palancas cuya función yo no comprendía. Quería preguntarles para qué servía el artefacto, pero como ambos estaban haciendo lo mismo, y yo no sabía qué actividad habían estado ejerciendo antes de iniciar la actual, no pude entablar con ellos una conversación.
Y una vez que el artefacto fue asegurado al suelo de ese planeta o asteroide, los otros habitantes bajaron de la nave, portando chozas plegadas como si fueran reposeras, y también otros elementos que me resultaban desconocidos.
En medio de toda esa lenta mudanza, uno de ellos, que dentro de la nave se había llamado César, se acercó a mí y me dijo:
-Ahora montaremos el campamento, y dentro de algunas horas podremos volver a dormir en nuestras chozas. Usted podrá convivir con nosotros. Como creo que ya le han advertido, esto no durará para siempre. Un acontecimiento sobrevendrá desde lo profundo del espacio, e intentará devastar nuestro nuevo hogar, por lo que será necesario detenerlo. Nosotros lo hemos salvado a usted de la devastación de la tierra. A cambio del favor que le hemos hecho, si usted quiere permanecer en nuestra comunidad, ya que no es un miembro original de ella, sólo le pedimos que colabore con nosotros, por lo cual es necesario que usted tenga, al igual que nosotros, el triángulo azul, si es posible en alguna región de alguna de sus piernas. Ya le explicaré por qué. No se trata sólo de un símbolo. Los tres vértices señalan cada una de las direcciones en las que nos movemos a través del tiempo y del espacio: el norte, el este y el oeste. El sur no existe. La tierra, por ejemplo, debería estar ahora, para nosotros, en el sur, pero no está allí porque ese plano espacio-temporal ya ha sido superado por nosotros y la tierra no existe en donde ahora nos encontramos. Está en otra dimensión, a la que no regresaremos. Pero lo importante es que se prepare para el acontecimiento cósmico que nos obligará a abandonar esta dimensión. No podremos eliminarlo, pero sí demorarlo y evitar que nos destruya.
Acepté el trato. No tenía opción. Y mientras el habitante colocaba en una de mis piernas un pequeño triángulo azul, la otra nave espacial que yo había visto elevarse en la isla, pasó por encima de nosotros y se perdió en la lejanía insondable del espacio.
Nunca supe hacia dónde se dirigía.
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El devorador de planetas y otras historias
Bilim KurguHistorias breves de ciencia ficción (Algunas historias están relacionadas entre sí, en forma secuencial o a través de Spin-offs, y forman un único relato, y otras no tienen ninguna conexión con esta trama general)