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-Qué pequeños somos, y qué lejos estamos de todas las cosas - dijo Matthew, observando el techo de la nave con su cabeza recostada sobre una vieja campera plegada -. La Tierra está muy lejos y poblada de seres que nos desconocen, que ignoran lo que está sucediendo dentro de esta nave que se dirige probablemente hacia las fauces de una criatura abominable. Una mujer, en este mismo momento, mientras nosotros flotamos en el vacío, está acariciando a un gato. Un hombre lleva a su hijo al colegio. Una pareja de enamorados se abraza en el banco de una plaza.Ninguno de ellos nos ve, ni nos escucha, ni nos conoce. Pero allí mismo, en la Tierra, ¿Acaso nos hubiéramos visto alguna vez? ¿Acaso nuestros caminos se hubieran cruzado, alguna vez, con esa mujer, con ese gato, con ese hombre o esa pareja de enamorados? ¿Acaso estamos más solos, más aislados, en esta nave que en cualquiera de las calles de nuestra ciudad?

Los días transcurrieron, sin que nada especial suceda. El espacio exterior se dilataba infinitamente delante de nosotros. Una oscuridad sin límites en la que nos internábamos invariablemente, sin saber ni siquiera qué estábamos buscando.

Porque ¿ qué haríamos si estuviéramos frente a la criatura? Nada. Era demasiado poderosa, demasiado grande para nosotros, para cualquier ser humano, para cualquier ejército. Salvo que, como algunos pensaban, la criatura fuera una ilusión proyectada hacia el espacio exterior y controlada por el propio Observatorio.

Pero aun así, si la criatura no fuera real ¿para qué estábamos allí entonces si no podíamos capturarla?¿Para concretar qué otro propósito secreto se nos había enviado allí?

Oscuridad, lejanía.

La voz de Matthew regresaba, frecuentemente, pero sus palabras se perdían en el desconcierto general. Nadie lo escuchaba.

El devorador de planetas y otras historiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora