VIAJE A LA TRISTEZA

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Cuando el tren llegó a la estación, intenté sonreír. Se trataba de uno de esos trenes plateados a los que sólo pueden ingresar las personas felices. Faltaban casi tres horas para el otro tren, el de color anaranjado, en el cual solamente estaba permitido el ingreso de las personas que están tristes, de manera que hice lo posible para que mi rostro manifestara alegría. El guardia, afortunadamente, no advirtió mi hipocresía, y pude ingresar al vehículo y sentarme en uno de sus últimos asientos.

Mientras el tren avanzaba, me preguntaba si solamente yo estaba fingiendo. Hacía ya varios años que las diversas partes del país, y creo que del mundo, se habían dividido de esta manera : aquellas que estaban reservadas para la gente triste, y las que estaban reservadas para la gente alegre. También se habían considerado, en algunos sectores, los matices. Por ejemplo, existía una cancha de basketbol que sólo podían utilizar los que estuvieran enojados. También recuerdo una cafetería que sólo servía café a las personas dubitativas. Pero, en general, todo se había dividido en dos: alegría y tristeza.

Eso, cuando yo todavía vivía en mi pueblo natal, entorpecía mi trabajo. Siendo yo policía, a veces me veía obligado a ingresar a diferentes lugares y mi estado de ánimo no podía cambiar constantemente. Debía fingir, sí, pero no siempre lograba convencer a los guardias, sobre todo desde que se pusieron en práctica las sofisticadas técnicas de detección anímica. Les explicaba entonces que era policía, que estaba persiguiendo a un delincuente, pero eso tampoco los doblegaba. La Ley de los Estados, instituida en el año 4026, es inflexible. Los guardias vigilan su cumplimiento obsesivamente.Ninguna persona alegre puede ingresar a un baño destinado a personas tristes. Ninguna persona triste a un baño para gente alegre. Cada restaurante o local de reuniones tiene cuatro baños : para mujeres tristes, mujeres alegres, hombres tristes y hombres alegres. Cada colegio, dos salones por nivel : segundo año para jóvenes tristes; segundo año para jóvenes alegres. Los alumnos son trasladados de un salón a otro cada vez que su estado de ánimo se modifica.

Sí, parece una locura, y realmente lo es. Imaginen las situaciones que se desencadenan cuando, por ejemplo, alguien debe ser llevado de urgencia a un hospital. Obviamente, si la persona se accidentó, será llevada a un hospital reservado a la tristeza. ¿Pero si durante el tratamiento médico empieza a sentirse mejor y se alegra por ello? Su presencia en ese lugar quedaría inmediatamente vedada y tendría que continuar con el tratamiento en otro establecimiento, aunque aquél consista en una complicada operación quirúrgica. ¿Y los eventos deportivos? Si un jugador logra hacer un tanto en una cancha reservada para la gente triste, ¿cómo podría evitar la manifestación de su alegría para no ser expulsado?

Pero así de rígido es el cumplimiento de la Ley, la terrible Ley de los Estados que nos gobierna. ¿Y por qué? ¿Quienes la instauraron y para qué?

El propósito de evitar el contacto entre personas con diferentes estados de ánimo no parece responder a una necesidad actual, sino a algo que todavía no se ha impuesto en el mundo completamente. Quizá sea la primera disposición de un ordenamiento que, en un futuro no muy lejano, será todavía más riguroso. Pienso en un mundo dividido en sectores en los que sólo se admite, no ya un único estado de ánimo, sino, por ejemplo, un único color, un único vocablo, o, lo cual sería aun más aterrador, una única forma de existencia.

Pero esto, tal vez, nunca lo sepamos.

El tren llegó a Boston al atardecer y nunca más regresé a mi pueblo natal, donde creo que jamás se me permitirá volver a ingresar, ni siquiera por un día. Porque ¿cómo podría estar feliz, aunque sea durante un solo día, en un mundo tan desquiciado, tan rígido y absurdo como éste?


(Texto anónimo, hallado junto a los informes firmados por Marco H. Ford)

El devorador de planetas y otras historiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora