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Encontré a Hogan en la avenida. Le di el sobre con las hojas en las que te escribí el último mensaje. Te llegará la semana próxima. Me comentó que había estado un poco enfermo, con tos y dolor en los ojos, y me explicó que, durante el proceso del que tanto se ha hablado aquí, los cuerpos entrelazados en el capullo emiten ciertos gases que se elevan hacia la atmósfera, lo cuales provocan esta clase de malestares físicos. Yo no estaba tan equivocado. Y te juro que mientras hablaba con Hogan, además de percibir un olor bastante nauseabundo, advertí que el cielo mostraba una increíble coloración verdosa. He visto cielos azules, oscuros, grises, hasta amarillentos, pero nunca había visto un cielo verde. Otra consecuencia de esta emanación de gases, que Hogan me describió, con bastante minuciosidad. No recuerdo todo lo que me dijo, pero me habló de ciertas ampollas que se extienden sobre la piel de ambos seres, explotan y segregan una sustancia que permite la adhesión y conexión nerviosa de cada uno de los elementos que son trasplantados. Un procedimiento semejante al que aplicamos nosotros a dos piezas de plástico cuando queremos unirlas y entonces las derretimos. Sólo que, en vez de utilizar calor, el animal emplea esta sustancia. Las ampollas están repletas de aire corrompido por esta sustancia, gases en los que, en una ocasión, luego de ser soltados al exterior, se detectó incluso cierta radioactividad.

Terrible, y muy triste, que todavía se estén utilizando esos productos en la manipulación de la estructura celular de seres vivos. ¿Pero qué se puede esperar de esta gente, que vive escondida en laboratorios, en las entrañas del hielo?

Te aviso que he conseguido algunas hojas más en una oficina, y una nueva lapicera. La puerta estaba abierta, pero no había nadie en su interior. En muchos locales, institutos y oficinas, no hay nadie. Espero que yo también pueda abandonar pronto esta isla. Mañana me reuniré con Hogan, en el muelle y, si todo sale bien, zarparemos en su barco hacia los Estados Unidos.

No sé qué día, ni a qué hora, te estoy escribiendo esto.

El devorador de planetas y otras historiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora