¿Cómo has estado? Aquí, ahora, es domingo. No sé qué día te llegará esta carta, si es que llega. He oído que están interceptando cartas. Estos papeles sin relevancia que antes pasaban de mano en mano ahora son considerados subversivos por el ejército ruso, o el chino, o alguno de esos. Los persiguen, los queman. Ya ni siquiera los someten a la humillación de leerlos y burlarse de su autor, para luego dejar que sigan hacia su destino. Ahora los destruyen apenas consiguen interceptarlos.
A mí no me importa tanto, porque sólo te escribo para que sepas que estoy vivo y que no he perdido la cordura, y yo sé que sabes que estoy bien, que no necesitas de estas cartas para saberlo.
En el fondo de tu corazón lo sabes, siempre lo sabrás, aunque ya no volvamos a vernos.
Pero, bueno, siguiendo con el tema de este mensaje, he llegado a esta ciudad fría y distante, otra vez. No me he hospedado en un hotel porque uno de los militares me ofreció una tienda de campaña. Sí, esas tiendas verdes que se ven en algunas películas y que suelen estar llenas de armas y de hombres recostados con las caras sucias, transpirando por el calor de la guerra.
Es más o menos así, aunque el cine siempre idealiza un poco.
Pero no tengo de qué quejarme. El lugar es cálido, hay un televisor, revistas y comida, mucha comida que mis compañeros preparan sobre una especie de garrafa que tiene un nombre preciso, pero no lo recuerdo ahora. "Calentador", creo que le dicen. Bueno, de ser así su nombre demostraría que no sólo sirve para cocinar, sino que también cumple la función de una estufa. Por suerte, porque el invierno aquí no tiene piedad con los extranjeros. Los autóctonos están acostumbrados, pero yo no. Bilie es quien cocina, quien limpia. Un muchacho muy amable, conmigo se ha mostrado tan afectuoso. Es alto y amplio, bastante gordo, y fuerte. Tiene el cabello rubio. Me habla con mi propio idioma pero se nota que lo conoce hasta cierto punto, que lo aprendió apresuradamente, pero, aun así, lo maneja bastante bien. Yo entiendo todo lo que me dice. Parece que masticara cada palabra como si fuera una hoja de tabaco. Sospecho que es norteamericano, porque, bueno, por esto mismo: el idioma extranjero le molesta en la boca, lo habla por obligación, sintiendo su amargura. Así hablan los norteamericanos cuando no utilizan su idioma. No sé si alguna vez lo has notado.
Yo lo sé porque aquí he conocido gente de todas las nacionalidades, sobre todo japoneses. Más japoneses que chinos. Y también los rusos andan por aquí, inspeccionando las tiendas, hablando entre ellos, desconfiando de todos. Esa gente no puede reunirse sin inspirar la idea de que van a desatar una rebelión, por eso, en donde están, generan nerviosismo. Y no se separan de sus armas ni cuando duermen.
Hay un edificio circular detrás de la pequeña plaza, del que entran y salen continuamente. Creo que esa zona estaba cubierta antes por láminas publicitarias. Es la primera vez que veo ese edificio. Derian nunca me habló de él, pero creo que lo estaban construyendo la última vez que estuve aquí y que ocultaban ese proceso con esas láminas.
Pero, fuera de esto, no he notado grandes cambios. Tal vez haya menos gente en las calles, menos locales abiertos.
Y volviendo al asunto principal, traje las fotos, y un cuaderno con algunas observaciones. En efecto, no había nada relevante dentro del barco, ni en la bodega, ni en la cabina de mando. Pero me llamaron la atención algunos detalles en toda esa ruina, y tomé nota de ellos. Derian leyó esas páginas sin mucha convicción. Todos saben que fantaseo demasiado, yo mismo lo sé. Pero ubicó un equipo de vigilancia en la costa. Están armados, hay tanques también allí.
Luego, hemos hablado de la "reinserción". Así la llama él. Por lo general hablamos de estos temas cuando no hay nadie más en la tienda, o cuando quien nos escucha no entiende nuestro idioma. Derian piensa que es mejor cerrar los accesos a las piscinas. Yo creo que tiene razón.
Después de que Derian se fue, Bilie agarró el cuaderno. Trató de entender lo que yo había escrito en él. Se reía, no quería devolvérmelo y terminamos enojados. Discutimos, y una sombra inusual tiñó de repente sus ojos. Nunca antes me había mirado de ese modo. Eso me mantuvo angustiado durante todo el día, porque yo había establecido con él una relación sincera, casi una amistad. En cambio, a Derian me unía un vínculo más profesional, más pragmático, del cual podía prescindir sentimentalmente. Pero a Bilie lo necesitaba para no sentirme solo, para no sentirme un simple engranaje dentro de un proyecto militar.
Esa noche dormí solo en la tienda. El permanente desfile de camiones que pasaban, con sus pequeñas luces blancas, alimentaba mi insomnio. También escuchaba conversaciones en las que se alternaban diferentes idiomas. Había una tensión, un desconcierto en aquellas personas bastante notorio.
Al amanecer, la doctora Leny ingresó a la tienda y me preguntó cómo me había sentido. Me revisó, anotó algunas conclusiones en su libreta. A mí me causaba gracia que los nombres de todas las personas que había conocido en ese campamento constaran de dos sílabas. Mi mente se entretenía con estos detalles para relajarse, para pensar en trivialidades, mientras a su alrededor la realidad adoptaba una forma tan inquietante.
Finalmente, la doctora se fue. No me dijo nada más, nada esclarecedor. Me trató como si yo fuera un artefacto cuyo funcionamiento ella necesitaba constatar.
Me he quedado solo, otra vez, en la tienda.
Estoy pensando en romper ese cuaderno. Creo que tendría que haber traído sólo las fotos. No sé por qué siempre necesito agregar alguna explicación a las imágenes y tengo la costumbre de llevar un cuaderno a donde sea que voy.
Lo romperé, en cualquier momento. Y quizá también haga desaparecer las fotografías, que tampoco han aportado nada revelador.
No te cuento esto para que te preocupes. De hecho, hasta ahora, no hay nada por lo que yo debiera preocuparme. Todas esas maniobras responden a tácticas de prevención. Ni siquiera existe todavía un indicio de peligro.
Lo que sí me preocupa es que Bilie no haya regresado. Presumo que pasó la noche en otra tienda, o en un lugar mejor. Y todo por culpa de ese cuaderno que no contiene nada, absolutamente nada importante. Ni siquiera a Derian le interesó.
Y también han enviado a un suboficial desde Boston. Un tipo que anda por el campamento, siempre solo, y que me causa cierto recelo.
Creo que se llama Altman.
Bien, ha salido el sol, pero todavía hace frío. El frío de la noche se adhiere a las paredes de lona de esta tienda. No se va hasta muy avanzada la tarde. Creo que le pediré a Derian que me permita pasar las noches en otro lugar, un sitio más convencional, que se asemeje más a una casa. Yo sé que dispone de varios edificios aquí. Él es, en definitiva, quien organiza el campamento, aunque la presencia de ese suboficial ha deslucido un poco la autoridad de Derian, y presiento que ahora el liderazgo se ha repartido entre esos dos hombres, y que Derian ha aceptado esto con odiosa resignación, muy a su pesar.
Lo haré, sí, en cuanto lo vea. Me refiero a mi intención de ser trasladado. Y respecto a Meryl, estoy casi seguro que mañana me encontraré con Dick. Él está regresando de una tarea que debió llevar a cabo en el noreste de la isla. Todavía no sé muy bien en qué ha consistido. Derian se ha mostrado un poco parco conmigo desde que llegue. Me oculta algunos detalles de los operativos, así que eso lo halaré directamente con Dick. Dile eso a Meryl, si te acuerdas, si es que todavía se ven.
Hasta pronto. O, mejor dicho, hasta el próximo mensaje.
ESTÁS LEYENDO
El devorador de planetas y otras historias
Science FictionHistorias breves de ciencia ficción (Algunas historias están relacionadas entre sí, en forma secuencial o a través de Spin-offs, y forman un único relato, y otras no tienen ninguna conexión con esta trama general)