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Todas las luces del Observatorio estaban apagadas. Los siete pisos que se alzaban frente al puerto de la ciudad dormían en las tinieblas.Sólo se escuchaban, a lo largo del pasillo principal, mis pasos, y los pasos de Taylor.

-Lo mataron- dijo de golpe Taylor-. Me lo dijo Krauss, el hombre de uniforme azul que se encarga de las tareas de mantenimiento. Y ya son tres, porque el "viejo" también fue asesinado. Lo encontraron muerto en la habitación de un hotel de Boston. Es lógico que así sea: si esa cámara secreta existe, si existe ese artefacto, y si su teoría es cierta, el teniente buscará la manera de deshacerse de todos los que hemos participado en esa misión. Somos los únicos testigos de la supuesta eliminación de aquella amenaza. El teniente puede encontrar la manera de convencer a la Nasa, y al mundo, de que nuestra misión fracasó y que lo habíamos engañado. Lo cual, en cierto modo, es cierto. Además, la Nasa quiere liberarse de él; desde hace mucho tiempo quieren sacárselo de encima, y el teniente lo sabe. Buscará la manera de que su criatura dé una nueva señal de vida.¿No le parece, capitán?

-Es exactamente lo que yo pensaba- respondí-. Ayer Charly fue atropellado por un vehículo, en la avenida principal. Está muerto, y seguimos nosotros. Tal vez fingió creer en nuestra explicación, y nuestra "prueba", para que no sospechemos que él está detrás de estos crímenes. Redactó el informe, no para que lo vean las autoridades de la Nasa, sino para que lo viéramos sólo nosotros... Si es que estaba actuando por su propia voluntad, y no bajo la influencia de una voluntad ajena...

Pero no estaba convencido de lo que decía. Tal vez esas muertes eran coincidencias, accidentes. Por otro lado, si había una sala secreta, no podríamos llegar hasta ella sin romper alguna pared u otra clase de obstáculo, dado que, evidentemente, ninguna abertura nos conduciría a ella.¿Romperíamos alguna pared? ¿Y si todo era un delirio en el que se había enredado mi propia mente?

Acaso la bestia quería que yo pensara que ella nunca había existido.

No podía razonar con claridad. Me sentía demasiado confundido, aturdido...

Además, lo más probable era que el artefacto, si existía, estuviera en el subsuelo del Observatorio, esa zona a la cual sólo podía ingresar el teniente, porque nadie más tenía permiso para hacerlo.

Pero nadie conocía, ni había visto nunca, la entrada del subsuelo. Sí, tendríamos que romper alguna pared para llegar hasta esa sala.

Pero era mejor no hacerlo. Sí, a veces es mejor no hacer nada. Lo más conveniente era abandonar definitivamente ese lugar siniestro, el Observatorio, y buscar otra ciudad en la que vivir, de manera que el teniente no pueda localizarnos, en caso de que mis sospechas fueran ciertas.

Y eso fue, exactamente, lo que hicimos, Taylor y yo, los únicos sobrevivientes de la última misión que Mark Dallman enviaría al espacio exterior. Yo decidí regresar a mi pueblo natal, que estaba a sólo 200 kilómetros de Filadelfia, y donde, gracias a mi experiencia en el Escuadrón Mayor, me ofrecerían un cargo de guardia de seguridad. Y aunque no he vuelto a ver al teniente, los rumores de que había sido destituido del Observatorio por su errático y lastimoso comportamiento siempre me resultaron del todo verosímiles, más aun si de esta manera sería posible también librarse de ese pez gigantesco que daba vueltas en su mente, porque, sin dudas, era mejor pensar que aquel animal no existía y que simplemente era un sueño proyectado, como un holograma, hacia el espacio exterior, a través de un artefacto que jamás pudo ser hallado.

Sin embargo, dos años después, una tercera misión, sin la autorización del Observatorio, fue en busca de la bestia, aunque nunca supe qué suerte tuvo ni quién se arriesgó a emprenderla.


Marco H. Ford, soldado de la división sexta del Escuadrón Mayor de Cleveland.

12 de enero del año 2092.

El devorador de planetas y otras historiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora