Durante nuestro viaje a las colinas de Tesh nos abrumaron las preguntas. ¿Por cuánto tiempo más podríamos conservar nuestra energía física, nuestra capacidad de reflexión? Había cierto cansancio y confusión en Quenan, pero Balham y yo sobrellevábamos bastante bien los cambios que estaban afectando al mundo entero. Y a medida que nos acercábamos a los imponentes muros del templo de Orox, sentimos la influencia de otra fuerza, distinta a las que se estaban debilitando o arreciaban en todo el planeta. Un magnetismo que trataba de arrastrarnos hacia el templo, como el imán al clavo. Y entonces Balham dijo:
-Está aquí. Puedo sentirla. ¿Usted la siente?
-Puede ser-respondí, secamente, quizá porque la apatía volvió a prevalecer en mi espíritu.
Tampoco Quenan hablaba mucho. Durante el viaje hasta las colinas prácticamente se mantuvo en silencio, pero cuando estábamos a punto de atravesar las colosales puertas del templo, se detuvo, y quizá para llenar con algo esa larga pausa que provocaba su temor al impedirle seguir avanzando, preguntó:
-¿Y por qué alguien querría adueñarse de esa esfera? ¿Qué beneficio o poder le reportaría o incrementaría?
-Muchos poderes-respondió Balham-. Si cada una de las otras esferas fomenta o permite una virtud, esta cuarta esfera propicia una mayor interacción entre todas esas virtudes individuales. Lo mismo ocurre con un reloj roto que, bajo el influjo de ese poder, vuelve a funcionar porque sus engranajes se reordenan y trabajan otra vez de manera conjunta y precisa. Yo lo he visto, cuando alguien me enseñó el poder de esa esfera.
-Entonces la vio-dije-. Usted sabía que existía.
-En ese momento desconfié de lo que estaba viendo-dijo Balham-. Ahora quizá no dudaría, quiero decir, puede ser que esa esfera que me mostraron en aquella ocasión sea la que estamos buscando ahora.
Mientras Balham hablaba, yo notaba que algunas de las hojas secas que estaban a nuestro alrededor a veces avanzaban, con movimientos muy breves pero perceptibles, hacia ese templo sombrío en cuya entrada principal había muchas de ellas amontonadas. También las plantas más altas tenían una inclinación por la cual sus delgadas cimas señalaban hacia ese mismo lugar.
-No entendí muy bien lo que podría lograrse a través de esa esfera-dijo Quenan-. Explíquelo mejor por favor.
-Lo que quise decir-dijo Balham-, es que, por ejemplo, bien, pongamos un ejemplo: yo pienso que quiero levantar mi brazo derecho, y entonces levanto mi brazo derecho. Pero si yo pienso que quiero que mi brazo derecho toque la cumbre de esa colina, mi cuerpo no podrá acompañar este propósito. Pero puedo realizar esta acción, por muy inalcanzable que parezca para un simple ser humano, gracias al poder de esa esfera, la cual es capaz de establecer un vínculo más eficiente entre mi faceta mental y la corporal.
Cuando Balham dijo esto, un profundo silencio se apoderó de todos nosotros, a un par de metros de aquellas enormes puertas, que estaban cerradas, pero que quizá podíamos abrir con sólo desplazarlas hacia adentro.
-Sería terrible que alguien disponga de ese poder-dijo finalmente Quenan.
Y esto mismo era lo que yo estaba pensando, y seguramente Balham también.
ESTÁS LEYENDO
El devorador de planetas y otras historias
Science FictionHistorias breves de ciencia ficción (Algunas historias están relacionadas entre sí, en forma secuencial o a través de Spin-offs, y forman un único relato, y otras no tienen ninguna conexión con esta trama general)