Existían, por lo menos yo ahora sabía que las esferas existían, y que a veces se comportaban de un modo errático, que se distanciaban y se perdían, desequilibrando todo a su alrededor. Aunque no podía aseverar nada acerca de esa cuarta esfera, salvo lo que quienes afirmaban haberla visto decían de ella. O quizá yo también la había visto, en ese instante fugaz en que se dibujó en el pecho de Vogher, cuando éste entrelazó sus dedos en la sala hexagonal del templo.
Pero eso no importaba tanto. Más me interesaba haber averiguado que, antes de ser encerradas en la cápsula en la que el mago las encontró, aquellas otras tres esferas estuvieron extraviadas durante bastante tiempo. Y durante ese tiempo pudo haber ocurrido el incidente que me llevó a la cárcel, ya que las esferas volvieron a ser encerradas, según comentó el clérigo durante nuestro viaje hacia el bosque, poco después del ascenso de Egrario al poder, el tirano que yo derroqué, y que el estado de inestabilidad en el que se encontraba el mundo propició precisamente este ascenso. La gente, confundida, celebró su entronización. Vieron en él a un salvador, lo cual es propio de los períodos de inestabilidad social. ¿Y dónde estaban esas esferas antes de esta nueva dispersión? Según el clérigo, en una de las torres blindadas de los castillos del oeste, los cuales fueron invadidos y saqueados por las tropas del sureste. Estas invasiones tuvieron lugar unos días antes de aquel día en el que Meg estuvo a punto de morir, y entre éstas y el ascenso de Egrario transcurrieron casi dos meses.
Sobrevivió, pero no volvería a caminar. Debía ser trasladada en diligencias, y custodiada por Jean. Los niños estaban en alguna de las aldeas del noreste, detrás de las montañas. Yo todavía no los había vuelto a ver.
-Ahí está-dijo Richard, señalando el inmenso faro que el clérigo había descrito.
Llegamos, con las pocas fuerzas que nos quedaban, con nuestros cuerpos humedecidos por las aguas del río Gris, con nuestras espadas y cantimploras. Una inesperada tristeza me acometió cuando estuve frente a esos árboles indiscernibles.
-Debe estar escondido en el centro del bosque-dijo Ellen-. No importa. No está tan lejos. Trataré de invocar a la esfera desde algún lugar. Ustedes-dijo refiriéndose a los otros soldados cuyos nombres no recuerdo-, exploren la vegetación. No se apuren, no es necesario que atrapen a Vogher. Sólo quiero cerciorarme de que no escapará sin que nosotros lo sepamos.
-Está aquí-dijo el clérigo-. Veo una luz muy blanca titilando entre muros de hojas verdes, a varios metros del lugar en el que su presencia desató el incendio. Veo troncos quemados, un calvero producido por las mismas llamas. Y detrás de esto, nuevamente la vegetación, impenetrable, casi homogénea. Allí está, agazapado, esperando.
Las palabras de clérigo casi no impactaban en mi mente. Yo estaba pensando en los carros que transportaban a Meg, en los caballos que debían estar arrastrándolos. En Jean, quien seguramente estaba tomando su mano, diciéndole que todo saldría bien, que faltaba muy poco.
¿Pero qué le garantizaba a Meg que yo no volvería a atacarla?
Yo no quería apoderarme de las esferas cuando perseguí al mago. Yo sólo quería que él me dijese cuándo habían sido encerradas en la cápsula que él rompió, o al menos desde cuándo él sabía que estaban allí. Podría haber consultado a otros, y de hecho lo hice, pero los espíritus del bosque no saben mentir.
Yo no quiero más poder del que tengo, y aunque pueda acceder a una fuerza superior, no reemplazaría la que he heredado de mis antepasados por otra, aunque con ésta pueda dominar el Universo. El poder que he recibido a través de mi sangre es el único que deseo ostentar, porque también pertenece a mi padre y a mi abuelo, porque es la única reliquia que con ellos comparto y que nos mantiene unidos, en la alianza que mi triple nombre declara.
-Usted quédese aquí-me dijo Ellen-. Necesitamos que alguien vigile esta región. Vogher podría escapar por cualquier dirección. No intente detenerlo. Es mucho el poder del que goza. Todos sabemos quién es usted, pero no trate de enfrentarlo. Sólo necesitamos estar seguros de que no haya abandonado este bosque.
Más allá de ese bosque, las aguas bramaban, y había cierto terror en el graznido de las aves. No sé si eran gaviotas, o águilas, pero se notaba que estaban nerviosas, tal vez perdidas. Quizá vieron a muchas de ellas ser consumidas por las llamas.
Los soldados ingresaron al bosque. Atravesaron con dificultad la vegetación. Ellen los siguió. Richard caminó en otra dirección, bordeando la arbolada, pero los hombres que guiaban al clérigo no se separaron de él. Eran como prolongaciones de la discapacidad de ese hombre. Nunca le soltaban los brazos, nunca le dejaban dar un paso sin el auxilio que le proporcionaban. ¿Por qué cuidarían tanto de él? ¿Sólo por piedad?
Lentamente, casi todo lo que me acompañaba se redujo al crujido de unas pisadas sobre hojas caídas. Inesperadamente (o previsiblemente), el cielo empezó a oscurecerse y la noche se abatió sobre nosotros, por lo que el gigantesco faro que se alzaba sobre los árboles se encendió, lanzando su amarillento rayo contra alguna zona del mar en la que las aguas no dejaban de moverse ruidosamente.
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El devorador de planetas y otras historias
Science FictionHistorias breves de ciencia ficción (Algunas historias están relacionadas entre sí, en forma secuencial o a través de Spin-offs, y forman un único relato, y otras no tienen ninguna conexión con esta trama general)