|| Cap 11 ||

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POV Sam


Hace solo unos pocos años desde que Artemisa y yo seguimos caminos separados, después de lo que fue la noche más maravillosa de mi vida, me vi forzado a partir.

Lilith, la reina demonio, me asistió en mi salida del Infierno. Quiso obsequiarme algo para protegerme de cualquier daño, ya que con la guerra en curso, casi ningún lugar era seguro. Sin embargo, cortésmente rechacé su ofrecimiento. A pesar de su amabilidad, no confiaba plenamente en ella. Tal vez suene mal, pero no puedo depositar mi confianza en los demonios. La única en quien confío es Misa.

Reflexioné mucho sobre qué hacer. ¿Regresar con mi familia? ¿Buscar refugio con Misa? Estaba completamente desorientado, sin saber a dónde ir o qué hacer. Y aunque mi especie es respetada, desconocía cómo reaccionarían frente a la guerra. En estos momentos, todo vale para asegurar la victoria.

Finalmente, decidí establecerme en la ciudad de Macros, considerada el lugar más seguro en el territorio de las bestias, al estar alejada de la zona de conflicto.

Conseguí empleo en un burdel. ¿Por qué? Creo que es porque lo que compartí con Misa fue tan maravilloso que, de alguna manera, trabajar aquí, atendiendo a diversas personas de distintas maneras, me recuerda los momentos finales que pasé a su lado antes de nuestra separación forzosa.

Si bien no me dedico exclusivamente al trabajo sexual, dado que no abundan los individuos de mi talla que frecuenten el lugar, me satisface. Disfruto atendiendo a la gente, ofreciendo bebidas, aperitivos y atención, asegurándome de que se sientan cómodos y de que el ambiente sea propicio para la ocasión. El aspecto morboso de lo que sucede tras estas puertas no me interesa; simplemente me contento con el mejor salario. Después de todo, todos los soldados acuden aquí en busca de una última noche de placer antes de partir a la guerra.

Fue precisamente aquí donde me enteré sobre Misa. Todo lo que se dice de ella me resulta aberrante. Cada cartel que veo con su nombre, cada descripción de esos soldados, me llenan de temor. Temo que la guerra la cambie tanto que ya no pueda reconocerla, o que ella no me reconozca a mí.

 Temo que la guerra la cambie tanto que ya no pueda reconocerla, o que ella no me reconozca a mí

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—¡Sam! —grita mi jefa llamándome.

En un par de saltos llego a su despacho; está contando dinero y haciendo cuentas. Catrina, una hermosa paraba roja con 50 años de edad aparentando tener solo 30, se ve muy ocupada, pero siempre mantiene la calma y ordenada su área de trabajo.

—Sí, señora, ¿qué necesita?

—Sam, llegó al burdel un grupo de jóvenes soldados, son hijos de nobles. En unos meses irán a la guerra. Pidieron que se les dé atención especial, pero en tu caso no quiero que hagas "ese" tipo de trabajo. Solo quiero que seas su mayordomo. Todo lo que te pidan debes dárselo, menos, "eso". ¿Entendiste?

—Claro que sí, con su permiso. —Hago una pequeña reverencia y me voy.

Mientras camino por los pasillos, escucho todo tipo de ruidos: risas, besos, fornicación. Pero, al llegar a mi habitación para arreglarme antes de atender a los clientes, escucho llanto. Entre todos los sonidos, ese me inquieta profundamente. Camino hacia el sollozo.

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