Ajeno

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Shanks y su tripulación navegaban por el East Blue en una tarde tranquila, Building había dicho que les faltaban tan solo unas cuantas horas para llegar a la próxima isla y así reponer sus provisiones.
El pelirrojo estaba bastante animado, siendo que en su última aventura habían encontrado grandes tesoros y desde ya hace tres días que estaban festejando, aunque ahora todos estuvieran descansando, mientras que él miraba al mar en cubierta, aquel ambiente le traía recuerdos dulces de su padre y de su infancia como tal, el resto de la tarde hubo una sonrisa en sus labios.
Pasó poco tiempo para que llegaran a su destino y anclaron su barco a un viejo y mal cuidado puerto, tan solo al observar todo el lugar, se dieron cuenta de lo deteriorado que se encontraba. Mientras que algunos salieron a reunir todo lo que necesitaban, otros se quedaron para cuidar el Red Force. El Figarland notó como a pesar de ser un pueblo bastante grande, muchas personas dormían en las calles, veía a grupos de hombres grandes que caminaban con superioridad, en cambio a él, que quería mantener discreción.
Al poco tiempo compraron todo lo que necesitaban para continuar con su viaje, los precios eran baratos, aunque los productos algo dudables, ya al estar regresando, notó como la luz del día comenzaba a apagarse, pronto anochecería, las calles estaban supuestamente vacías, pero el pelirrojo lograba escuchar a las personas escabulléndose por las sombras como si de ratas se tratase, junto con su grupo se apresuraron, sin la intención de causar algún alboroto. En el momento que pusieron pie en el Red Force, se dirigió hacia su navegante, en tanto el resto acomodaba todo.
–Building, ¿cuando nos iremos?
–Probablemente tengamos que pasar la noche aquí, apenas llegamos me percaté que la corriente es algo violenta y eso podría hacernos chocar contra los arrecifes de la zona, lo mejor será esperar a que el mar vuelva a estar calmo.
–Bien, ve a informarle a los demás y dile a Lucky que prepare la cena–el contrario asintió y se retiró.

Al caer la noche, fue el capitán quien se quedó vigilando, apoyado contra el borde y observando a la gente demacrada pasar, no tenía problema en quedarse despierto, últimamente había tenido algo de insomnio.
Cuando faltaban tan solo unas cuantas horas para que amaneciera, vio de reojo una sombra pasar rápidamente, inmediatamente se levantó de su lugar y observó la cubierta con atención, dándose cuenta que la escotilla que daba a las bodegas, estaba abierta. Tomó el mango de Gryphon, sin desenvainarla y bajo casi corriendo, para enfrentar a quien sea que fuera el pobre diablo que trataba de robar los tesoros del Red Force.
Vio una diminuta figura de espaldas metiendo un puñado de monedas de oro en una bolsa de tela, el lugar en donde se encontraba estaba oscuro, así que no lo visualizo bien antes de tomarlo fuertemente por el cuello y estrellarlo contra la pared sin dejar de sostenerlo, llegando a cortar su respiración por la presión ejercida.
–¿Que crees que estás haciendo?–pregunto de forma irónica, sintiendo como aquella pequeña figura trataba de zafarse sin éxito.

Lo arrastró hasta una de las pocas luces que había en el lugar y lo observó, soltándolo al instante, no era un pequeño hombre, era un niño de no más de 4 o 5 años, era de tez algo bronceada, de un cabello negro desordenado y algo sucio, unas ojeras marcadas, más flaco de lo que alguien de su edad estaría, y lo que era más evidente, todos los golpes y heridas de su cuerpo, cosas difíciles de no percatarse siendo por su ropa vieja y rota. Unos ojos llorosos se hicieron presentes en su rostro por el miedo de ser descubierto, no tardó en comenzar a temblar y balbucear alguna excusa sin sentido alguno.
–Yo lo siento tanto, ¿estas bien?–cuestionó preocupado el mayor, a lo que el azabache solo se arrastró hacia atrás en un intento por alejarse.

El pelirrojo, arrepentido, suspiró y recogió aquella bolsita del niño, tomó un puñado de joyas y oro, y los echó dentro, luego se la entregó. Este dudó una poco en aceptarla, pero al fin y al cabo lo hizo, para después salir corriendo de forma torpe, tropezando con sus propios pies, demostrando el claro nerviosismo que sentía al sentirse perseguido.

Era temprano y Shanks apenas alguien de su tripulación se levantó, fue a dar un supuesto ultimo paseo por la isla, aunque en realidad lo único que quería era encontrar al pequeño de anoche y volver a disculparse, traía consigo una pequeña merienda...

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Era temprano y Shanks apenas alguien de su tripulación se levantó, fue a dar un supuesto ultimo paseo por la isla, aunque en realidad lo único que quería era encontrar al pequeño de anoche y volver a disculparse, traía consigo una pequeña merienda y algunas monedas.
Luego de una hora y media buscando, se rindió, no quería utilizar Haki por temor de que alguien llegase a notarlo. Justo cuando estaba por regresar, miro a un grupo de adolescentes rodeando algo o más bien dicho, a alguien, se acercó para observar mejor la escena y se sorprendió al ver lo que sucedía.
–¡Suéltenme!–grito el niño de anoche, en tanto era rodeado y sujetado por chicos mucho más grandes que él.
–Vamos, dijeron que lograste entrar a ese barco pirata, si no estas muerto significa que lograste sacar algo–hablo uno de los mayores, acercándose al azabache y tocando su ropa en busca de algo.
–Me sorprende que a un imbecil como tú, no le hayan cortado la cabeza apenas pisar cubierta–se burló uno de los que lo sujetaban.

Vaciaron el viejo bolso de cuero que tenía el niño, dejando caer unos cuantos pedazos de pan, recompensas de piratas que habituaban la isla, unas flores secas y por último, aquella bolsita de tela con el dinero dentro, causando entre todos los mayores una sonrisa de gusto, uno que otro piso todo el resto de las cosas, en tanto el dueño solo les pedía que se detuvieran con una voz rota, sin poder soltarse.
El capitán frunció el ceño con enojo y dio unos cuantos pasos más hacia ellos, solo bastó con una pequeña ola de Haki Del Rey, casi imperceptible, para que todo aquel grupo cayera al suelo sin siquiera poder sostener las monedas, dejando como único de pie al más pequeño, quien sin pensar mucho en que sucedió, se agachó, raspándose las rodillas, para poder recoger y guardar sus pocas pertenencias.
–Oye–llamó el de sombrero, causando que el contrario se quedara totalmente paralizado y con la cabeza baja.
–No te planeo devolver el dinero–susurro con una voz temblorosa.
–No es eso, quiero que vengas conmigo, las heridas que tienes allí se pueden infectar, hay un doctor en mi barco, él te tratará.
–Vete a la mierda–decretó, en tanto comenzaba a caminar.
–También tengo un cocinero, puede prepararte lo que desees–aquello hizo que el azabache detuviera su paso y lo mirara por algunos segundos, indeciso.
–No soy ninguna obra de caridad.
–Tranquilo, si lo deseas, te podrás ir cuando quieras de allí si es que no te sientes cómodo–aquellas palabras parecieron convencer al contrario, quien suspiró.
–Bien, pero juro que si eres otro de esos traficantes de personas, te daré la paliza de tu vida.

Pirata por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora