Raíces etéreas

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El niño frunció el ceño, se levantó y se dirigió a cubierta, siendo seguido por su padre, en el camino, el azabache tomó uno de los tantos cuchillos que había en el barco y se subió corriendo al mascarón de proa.
–¡Yo valgo como pirata al igual que todos ustedes!, ¡puedo demostrarles que soy fuerte!–gritó con determinación mientras levantaba el filo en sus manos.
–¡Anchor, suelta eso!–gritó el pelirrojo, temeroso de lo que su hijo podría hacer.

Casi toda la tripulación estaba en la cubierta, expectantes de aquella repentina actitud en su Nakama, su capitán se movió rápido para ir a tratar de detenerlo, pero cuando estaba a tan sólo unos pasos, el azabache clavó la navaja en su propio rostro, soltándola al instante y cubriéndose la herida con las manos mientras está sangraba más de lo que había pensado, pero aún con todo el dolor, se mordió el labio inferior para evitar gritar. El de sombrero no tardó en actuar y cargarlo hasta la enfermería, todos miraban la escena asombrados, pero luego de la sorpresa, vino la preocupación.
Shanks fue quien se encargó de hacerle los puntos que necesitaba y en todo el proceso, la enfermería estuvo callada, lo único que se escuchaba eran los sorbidos de nariz del pequeño, pues el mayor había echado al resto de la tripulación por las incesantes preguntas que estos hacían.
–No quiero volver a verte lastimarte, hijo–pronunció, sorprendido al contrario, pues este esperaba un reproche, pero lo único que se escuchaba en su voz, era cansancio.
–Solo quiero demostrarte que no tengo miedo de seguir contigo–explicó con una mirada baja.
–Ve a descansar, haré que Lucky te haga algo de comer en un rato–ordenó, sin querer seguir con aquella discusión sin fin.

Al salir, el niño esquivo a todos sus Nakamas, quienes no paraban de interrogarlo y terminó cerrándoles la puerta en la cara apenas pudo llegar a su cuarto. El vice-capitán al ver al azabache irse, en vez de seguirlo, entró a la enfermería para ver el estado de su mejor amigo.
–Benn, no estoy de humor como para responder preguntas–habló apenas notar la presencia del de coleta.
–¿Estás bien?–cuestionó, causando que el Figarland suspirara.
–No sé si estoy tomando la decisión correcta, cuando Anchor entró en la tripulación, solo quería hacerlo feliz y ahora que se tiene que ir, hago todo lo que puedo con tal de que no sufra tanto, lo juro que lo intente, pero aún con todo el esfuerzo, sigue siendo tan jodidamente doloroso dejarlo aquí–se sinceró, cubriendo su rostro con una de sus manos.
–¿Y acaso tenemos otra opción?, jefe, por mucho que todos nos hayamos encariñado con él, sigue siendo un niño, créeme que nadie en este barco desearía abandonarlo de nuevo, pero la vida en el Nuevo Mundo sería demasiado para Anchor.
–¿Y si intentamos llevarlo con nosotros?

El de cabellera negra volteó a ver a su capitán bastante serio, pues sabía de la voluntad y determinación que este tenía con cada decisión que tomaba, no podía evitar sorprenderse de verlo dudar.

Apenas llegó la noche y todos se encontrarán durmiendo, el niño se escabulló para comenzar a deambular por la villa desierta, hasta que una pequeña sonrisa se asomó en su rostro al ver dos sombras ya familiares en los bordes de la aldea, rápidamen...

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Apenas llegó la noche y todos se encontrarán durmiendo, el niño se escabulló para comenzar a deambular por la villa desierta, hasta que una pequeña sonrisa se asomó en su rostro al ver dos sombras ya familiares en los bordes de la aldea, rápidamente corrió a donde ellos, encontrándose con Ace y Sabo.
–Hola–saludó emocionado de verlos.
–¿Que carajos te pasó en el rostro?–preguntó el pecoso, viendo el extraño parche manchado de sangre por debajo del ojo izquierdo del contrario.
–Oh, ¿esto?, no es nada, solo...un accidente–mintió de manera muy notoria, pero a ninguno de los mayores le interesaba lo suficiente como para seguir insistiendo.
–La última vez que estuviste con nosotros dejaste tu ridícula ropa en nuestra habitación–le reprochó el rubio, entregándole las prendas de manera algo brusca, empujando un poco al pequeño.
–No es ridícula–contradijo el azabache menor en un murmuro.
–Oye, ¿qué se supone que haces afuera?, planeábamos dejar tu porquería en la cubierta de tu barco–preguntó el de azul.
–Salí a pasear, mi tripulación últimamente ha estado demasiado insistente sobre...–el pequeño iba a decir algo, pero se arrepintió y no terminó la frase–¿Puedo quedarme con ustedes por un rato?
–¿Qué?, claro que no, ya hemos lidiado demasiado contigo este último tiempo–contestó el de naranjo, cansado de tener que soportar al pirata, era claro que no le agradaba en lo absoluto.
–Por favor, puedo hacer lo que me pidan, solo no me dejen solo–suplicó, pues verdaderamente no deseaba volver a deambular.
–Piérdete–vociferó el rubio, dándose vuelta junto con su compañero para comenzar a caminar hacia el bosque.
–Me caen bien, déjenme ser su amigo.
–No somos amigos de gente débil–indicó el pecoso.
–Mejor devuélvete a tu barco, pronto lloverá.
–Esperen, aún están muy lejos de su casa y podría ser peligroso que vayan por ahí tan tarde.
–¿Y a ti que te importa?
–Quédense conmigo en el barco, en las bodegas hay mucho espacio y algunas mantas para que puedan pasar la noche.
–¿Tu tripulación no se molestará?–inquirió el de sombrero en copa, percatandose cómo poco a poco el viento sonaba más fuerte.
–Olvídense de ellos, ustedes me permitieron quedarme una vez en su hogar, déjenme devolverles el favor–ambos chicos se miraron entre sí y luego asintieron.
–Bien, pero si tratan de hacernos algo, te juro que nos defenderemos, ¿me escuchaste?–advirtió el mayor de los tres, a lo que el pequeño asintió y se dio la vuelta para comenzar a caminar hacia el Red Force.

–Bien, pero si tratan de hacernos algo, te juro que nos defenderemos, ¿me escuchaste?–advirtió el mayor de los tres, a lo que el pequeño asintió y se dio la vuelta para comenzar a caminar hacia el Red Force

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Anchor les improvisó tres camas en la bodega, trajo unos bocadillos y una linterna, los dos mayores se comían rápidamente lo que el azabache trajo, mientras que esté solo los observaba.
–¿Qué miras?, ¿no tienes una habitación propia o qué?–habló con sarcasmo el pecoso.
–No, es solo que...quiero quedarme con ustedes.
–Pues nosotros no queremos quedarnos contigo–siguió discutiendo.
–Ace, callate, por fin estamos en un barco de verdad, no te quejes–señaló el tercero.
–Es cierto, ustedes querían ser piratas, ¿no?
–Sí y te apuesto que seríamos mucho mejores que tú–afirmó el mayor.
–Lo sé–reconoció, sorprendiendo a los otros dos.

Hubo un silencio de varios segundos, en los cuales los niños pudieron apreciar el sonido de las gotas de lluvia golpear contra la madera del barco y como este, a su vez, se mecía de manera algo más brusca por las aguas turbulentas.
–Será mejor dormir, estos serán nuestros últimos días de paz–comentó el de traje.
–¿Por qué?
–Mi abuelo viene de visita y desde hace mucho tiempo que está peor que nunca, no sé porqué le sigue afectando tanto su nieto muerto–explicó Ace, frunciendo el ceño y cruzando los brazos.
–¿Tuviste un hermano?

Pirata por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora