Línea roja

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–¿Qué sucede?–le preguntó el de traje.
–Son esos infelices–murmuró, desconcertando mucho más a los mayores.
–¿Quienes son?–cuestionó ahora el pecoso, pero no recibió respuesta alguna y antes de que ninguno pudiera decir o hacer algo, el azabache se apresuró a correr adonde aquellos adultos, dejando totalmente impresionados a los otros dos.
–¡Idiota!, ¡¿como te atreves a aparecer otra vez en esta villa?!–le reprochó, causando la atención de la banda de hombres.
–¿Qué mierda está haciendo?–se preguntó Sabo a sí mismo, observando toda la escena.
–¿Cómo me llamaste, mocoso?–espetó el de coleta.
–¡Te llame por lo que eres!, ¡un imbecil!–el adulto estaba preparado para levantar su puño y golpearlo en la cara, pero en vez de hacer eso, sonrió de forma burlesca al darse cuenta de algo.
–Espera, tú eres el hijo de ese sucio pirata de cuarta–habló entre risas, las cuales fueron seguidas por sus subordinados, esto solo hizo que el enojo del azabache incrementara.
–¡Él es un grandioso pirata!, ¡eres tú el bandido que ni siquiera puede llegar a 10 millones!, ¡quiero que te disculpes con Shanks!–gritó con rabia, causando que la risa del mayor se detuviera y mirara al niño con furia.

Anchor estuvo a punto de seguir vociferándole, pero de repente, sintió un fuerte golpe en una de sus mejillas, provocando  que cayera al suelo, trató de levantarse, pero a los pocos segundos, recibió una patada en el estómago, sacando todo el aire de sus pulmones, escuchaba al bandido burlarse y las estruendosas risas de sus subordinados, aquello solo lo enfurecía aún más, el pie del mayor impactaba una y otra vez contra su cuerpo, pero no le interesaba el dolor.
En este punto, varios habitantes de la villa estaban al rededor, suplicándole al de piel morena que se detuviera, pues no querían acercarse al tener miedo de que le haga algo peor al pequeño.
–Escúchame, basura–bramó el bandido, mientras tomaba el cuello de su camiseta y lo levantaba, ahorcándolo–¿Crees que haciéndote el valiente va hacer ver a tu papi, menos cobarde?
–Él no es un cobard–estaba apuntó de reprochar, pero el adulto lo lanzó hacia el suelo con toda su fuerza.

Los de 10 años seguían viendo todo, alejados aún, Sabo luego de varios momentos presenciando como cada vez golpeaban más al pequeño, se volteó hacia su amigo.
–Maldita sea, vamos a ayudarlo.
–No es nuestro problema, larguémonos.
–No podemos dejarlo allí, lo van a terminar matando.
–¿Desde cuando él te interesa?
–Es un niño, Ace, me importa un carajo si es desagradable, lo sacaré de ahí–comenzó a caminar, pero el azabache lo tomó fuertemente del brazo, empujándolo de nuevo hacia atrás.
–Por si no lo notaste, él tiene una tripulación, no creo tarden en llegar y si no lo hacen en 3 minutos, intervenimos–explicó de manera bastante seria, a lo que el de sombrero asintió, pero no pudo evitar tragar en seco cuando el hombre desenvainó su espada para colocarla a pocos centímetros del cuello de Anchor, que anteriormente había lanzado al piso, colocando uno de sus pies en su cabeza y haciendo presión, pero aún así, el enojo no se desvanecía en su mirada y no mostraba temor alguno ante el adulto, cuando ambos amigos estuvieron apunto de correr hacia él, el alcalde de la villa apareció, acompañado de la camarera.
–¡Por favor, deténganse!–suplicó el anciano–Suelten al niño y déjenlo ir, por favor, no sé qué fue lo que hizo para ofenderlo, pero tampoco tengo intenciones de armar un pleito con usted, si no lo toma a mal le pagare una cantidad justa por su vida–siguió hablando, arrodillándose en el suelo y bajando la cabeza.

El pequeño lo miro sorprendido, había conocido al señor unos días después de llegar a la isla, habían intercambiado varías palabras, pero jamás pensó que podría humillarse así por prácticamente un desconocido.
–No me sorprende que sea un viejo el que sepa como se mueve el mundo, pero lamento que este maldito me hizo enojar, no importa cuánto pague, no tiene salvación–explicó el de cabello negro con un tono burlón, levantando su espada, preparado para apuñalarlo.
–¡Fueron ustedes los animales que empezaron!–gritó el menor, sin ningún tipo de flaquear en su comportamiento.
–No eres más que una fruta podrida, te arrepentirás en tu otra vida–cuando estaba apunto de cortar su cuello, una voz lo detuvo.
–¿Qué se supone que le estas haciendo a mi hijo?–habló el pelirrojo, con un aura imponente, contraria a la de hace algunos días en el bar, cuando todos voltearon a ver, se encontraron con toda la tripulación pirata.
–¿Tú qué haces aquí?, lárgate o tendrán que limpiar tus sesos esparcidos junto con los de tu mocoso, un paso en falso y ese sujeto te volara la cabeza con todo y sombrero–amenazó mientras uno de sus subordinados levantaba su arma a la nada de la oreja del capitán, pero el rostro relajado del Figarland ni se inmutó.
–Él te dijo que no te acercarás y más te vale no hacerlo–habló el hombre, causando las sonrisas de los bandidos, quienes seguían conservando aquel aire de superioridad.
–Estas arriesgando tu vida–declaró Shanks, desconcertándolo–Cuando apuntas un arma estás arriesgando tu vida.
–¿De que demonios estas hablando?
–Si solo vas a amenazar, no deberías sacar tu arma.

Antes de que el contrario pudiera tan siquiera abrir la boca para reprochar, Lucky, sin siquiera sacar el pedazo de carne que tenía en la boca, le dio muerte con una sola bala, en tanto su capitán ni siquiera se inmutó, seguía con su rostro calmo y con una ligera sombra en sus ojos a causa de su sombrero.
–¡¿Como se atreven a hacer eso?!–gritó uno de los ayudantes de Higuma.
–¡Con que les gusta pelear sucio!–exclamó su compañero.
–¿Sucio?–cuestionó Yasopp.
–No digan estupideces, ¿creen que se están metiendo con un montón de santos?–dijo esta vez Benn.
–Dejamos claro que nosotros somos piratas–recordó el pelirrojo.
–¡Cállate!, ¡de todas formas esto no te incumbe!, ¡todos saben que lo peor que les puede pasar a los piratas es un hijo!, ¡déjanos a nosotros encargarnos de tu carga!
–Pónganme atención, si alguien me lanza licor, comida o incluso se atreve a escupirme, solo me reiré a carcajadas y lo olvidaré–explicó con una voz calma, pero repentinamente su ceño se frunció y alzó la voz–Pero sea cual sea el motivo, ¡si alguien se atreve a herir a alguno de mis amigos lo pagara muy caro!, y mucho más...¡si tienen la maldita osadía de tocar a mi hijo!

A pesar de la amenaza, el bandido no se vio intimidado en lo absoluto y tuvo el descaro de comenzar a reír.
–¿Qué lo pagare muy caro?, ¡maldita escoria!, ¡maten a todos estos desagraciados de inmediato!–ante la orden, todos sus hombres se abalanzaron sobre la tripulación, pero solo bastó Benn para derribarlos a cada uno sin ocupar ni siquiera una bala, fue allí cuando la expresión burlona del contrario se desvaneció por completo.

Pirata por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora