Hogar

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Apenas al escuchar eso, el mayor entró en pánico y comenzó a preguntarle muchas más cosas al respecto, pero el contrario no parecía estar en condiciones para responder con normalidad, a lo que solo volvió a tomarlo en brazos y este solo se aferró a él, mientras que Shanks paseaba por la habitación.
–Tranquilo, ahora estas con nosotros–susurraba, tratando de no perturbar el silencio del cuarto.
–No quiero volver con él–musitó con su voz aún quebrada.
–Y no lo harás, jamás lo permitiría.

Era cierto que el de sombrero apenas entendía lo que pasaba y no sabía a quien se enfrentaban, pero aún así, en este punto no importaba, solo quería que el azabache fuera feliz como un niño normal, que no tenga que preocuparse por pasar hambre, que jamás vuelva a temer porque podrían llevárselo y venderlo, que se sienta amado y parte de algo, sea en mar o en tierra, con piratas o Marines.
–P-Perdón por tratarlos m-mal, solo q-quería protegerme, les j-juro que jamás volveré a g-gritar o insultar...tan s-solo no me dejen aquí–suplicó mientras nuevas lágrimas salían de sus ojos, siendo que su llanto anterior, ya había cesado.
–Anchor, calma, no importa que, no te abandonaremos, lo prometo.

Después de esas palabras, el menor solo escondio su cabeza en su hombro y no dijo nada más, solo soltaba alguno hipidos acompañados de pequeños sollozos.

Pasaron tres días después de aquello, el pequeño no había dejado de tener constantes pesadillas en las que se encontraba su abuelo, el barco, la oficina y su nombre, el cual aún no le decía al capitán, a pesar de su insistencia por saberlo

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Pasaron tres días después de aquello, el pequeño no había dejado de tener constantes pesadillas en las que se encontraba su abuelo, el barco, la oficina y su nombre, el cual aún no le decía al capitán, a pesar de su insistencia por saberlo. Ahora era la mañana del tercer día, se había negado a salir, aunque sea solo a cubierta, estaba aterrado, prefería mantenerse encerrado.
Se levantó y cuando iba a ir a pedirle el desayuno al cocinero, su vista se fijó en el espejo que Shanks tenía en su cuarto, se miró a sí mismo, hace ya bastante que no lo hacía, miro su cuerpo, ya había dejado aquella apariencia esquelética que tanto detestaba. Su piel, anteriormente bronceada, ya se encontraba palideciendo nuevamente y en su rostro se marcaban severas ojeras, iguales a las que tuvo toda su vida. Luego de varios minutos observándose, decidió bajar su vista a sus manos, aquellas siempre fueron más suaves que las de los niños que conoció toda su vida, pero más ásperas que las de alguien con una vida normal. Escucho la puerta abrirse y al voltear, vio al pelirrojo, quien dejó un plato y un vaso de jugo en el escritorio.
–Lucky preparó omelette–habló, volteándolo a ver.
–Hoy por la mañana saliste, ¿no?

El menor sabía que desde su incidente con la Marina, los piratas tuvieron que ocultarse aún más, evitando las horas mas concurridas, siendo que era allí cuando los soldados estaban aún más concentrados en buscarlo.
–Sí, pero tranquilo, faltan tan solo dos o tres días más para irnos y podrás olvidarte de todo esto.
–¿Y si me siguen buscando?, ¿qué pasará si saben que estoy con ustedes?, ¿qué sucede si me encuentran?–el pelirrojo se le acercó y se agachó a su altura.
–Escúchame, no importa que suceda, mientras tu estés conmigo, estarás a salvo.

El menor miró al capitán y con una pequeña sonrisita, asintió, después de muchos años, decidió por fin confiar en alguien. Shanks no era quien se imaginó sería la persona que lo protegería, un pirata buscado el cual su cabeza tenía un gran precio, pero en el fondo sabía que eso no importaba, lo tenía a su lado y eso ya era suficiente.

 Shanks no era quien se imaginó sería la persona que lo protegería, un pirata buscado el cual su cabeza tenía un gran precio, pero en el fondo sabía que eso no importaba, lo tenía a su lado y eso ya era suficiente

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Garp estaba más que ansioso, faltaba tan solo un día y pocas horas para llegar a la isla donde se ubicaba su vieja amiga. Esto era una jugada arriesgada, abandonar su puesto solo por una corazonada no era algo propio de él, pero se trataba de su nieto, o al menos de quien creía que podía serlo.
Mientras veía el mismo informe que había repasado una y otra ves hace años atrás, tomó el Den Den Mushi y llamó a su compañera, quien no tardó en responder.
–Aquí Tsuru.
–¿Lo encontraron?
–Oh, eres tú, Garp, no, no lo hemos podido rastrear, también consulte en los niños desaparecidos, pero nada, pareció haberse esfumado.
–¿Y en los barcos?, tal ves sea hijo de algún pescador.
–Ya mande a mis soldados a revisar y ninguno de los niños es el que vi–se escuchó un suspiro pesado por parte del Monkey.
–Estaré allí en poco tiempo, vigila que ningún barco salga de esa isla hasta entonces.
–Haré todo eso y más, con una condición.
–¿Que cosa?
–Luego de que veas que el pobre chico que estamos acosando no es tu Luffy–espetó, a lo que el contrario guardo silencio antes de volver a hablar.
–Yo se que ese niño me reconoció.
–Tal ves sea por eso que no nos deja encontrarlo.

Al oír eso, inmediatamente el Vicealmirante colgó y cubrió su rostro con una de sus manos, el día que perdió a su nieto quedó destrozado, por mucho que se esforzara y recompensará aquel error tratando de mantener una justicia imparcial, sabía que jamás se pudo recuperar y tal ves nunca lo iba a hacer.

Al oír eso, inmediatamente el Vicealmirante colgó y cubrió su rostro con una de sus manos, el día que perdió a su nieto quedó destrozado, por mucho que se esforzara y recompensará aquel error tratando de mantener una justicia imparcial, sabía que ...

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Anchor caminaba de un lado a otro en la habitación, Shanks de nuevo había salido para buscar las últimas provisiones siendo que mañana por la mañana se irían por fin de la isla. Quería marcharse, escapar de aquella situación que no dejaba de darle vueltas en la cabeza, aunque al mismo tiempo, deseaba volver a aquel buque de la Marina, charlar con su abuelo y rogarle por una explicación, pero temía que si se marchaba del Red Force en busca de respuestas, tal ves no regresaría, estaba aterrado de la idea de no volver a ver al pelirrojo, se sentía tan seguro a su lado, no aspiraba ni en lo más mínimo a marcharse.
–Anchor, ¿puedo pasar?–escucho la voz del de sombrero del otro lado de la puerta, ya había regresado.
–Adelante–el mayor entró con unas cuantas bolsas y una gran sonrisa en su cara.
–Mira lo que te compre.

Anuncio con una sonrisa mientras sacaba de una de las bolsas un pijama que consistía en unos pantalones sueltos y una camisa a botones con mangas largas, pero el azabache no comprendía la emoción del capitán hacia la prenda.
–Está lindo–contesto dudoso de su respuesta.
–Pero velo, tiene anclas en su estampado–el niño analizó unos segundos lo que acababa de decir y luego soltó una sonora risa–¿Te gusta?–pregunto con ilusión.
–Me encanta–exclamo con una sonrisa, en tanto en un rápido movimiento abrazaba la pierna del contrario, desconcertándolo.
–Veo que hoy amaneciste de buenas, ¿no?–bromeó, cargando al pequeño para poder abrazarlo de mejor manera.

El azabache ya había decidido, no iba a renunciar a lo que ahora suponía lo que era un hogar, un lugar que te hacía desear no estar en ningún otro lado.

Pirata por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora