Pequeña luz

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–¡¿Como mierda hiciste eso?!–gritó el rubio, todo el sueño que tenia desapareció en un instante.
–¡No lo sé!–respondió el menor, igual de sorprendido que el otro par, aún así el pecoso se le acercó y lo tomó de la mejilla para tirar de ella, causando el mismo resultado, se estiró y al soltarla volvió a su forma original.
–¡¿Desde cuando puedes hacer eso?!–le cuestionó, pues aún seguía igual de impactado que antes, el pequeño tardó un par de segundos en asimilar todo para después soltar un murmuro inconsciente.
–La fruta...
–¿Eh?, ¿qué fruta?, ¿de qué hablas?–inquirió el de azul, pues toda aquella situación había despertado por completo su curiosidad.
–Me comí una Fruta Del Diablo.
–Mentiroso, son solo una leyenda–espetó el más alto, cruzando los brazos, incrédulo.
–Claro que no, son reales y mi tripulación robó una–el contrario estaba por volver a reprochar, pero el tercero lo detuvo.
–Ace, acabas de ver la demostración de su existencia, deja de molestar y vayamos afuera para probar sus nuevos poderes de fenómeno.

Dejaron a un lado toda la confusión del inicio y olvidaron darle una explicación lógica solo para ir a jugar afuera. Averiguar hasta donde se podía estirar el azabache, qué tan flexible se había vuelto y observaron todas las nuevas características que había adquirido su cuerpo, aunque los dos mayores fueran algo rudos y burlones, los tres lo estaban pasando bastante bien. Se habían alejado de la casa de los bandidos para ir adentrarse a una parte de solo pasto en el bosque, estaba algo oscuro, pero la luna daba suficiente luz como para que lo poco alumbrado no los molestaran.
–Oigan, ya estoy cansado, ¿no podemos volver?–preguntó el menor de los tres, sobándose un ojo a causa del sueño.
–Vamos, no seas aguafiestas–contestó Ace, mientras que el de azul estaba apunto de replicar también para irse a dormir, pero un llamado los hizo ponerse alerta, una voz masculina gritando el nombre del más pequeño–Sabo, vámonos–ordenó el pecoso y a los pocos instantes, lo dos mayores se fueron, dejando al tercero atrás.

Entre las sombras apareció Shanks, quien al divisar al pequeño, sus ojos se iluminaron y fue inmediatamente adonde él, arrodillándose a su altura y comenzando a verificar que estuviera bien.
–No puedo creerlo, ¿sabes el susto que me diste?, pase todo el día buscándote, tenía tanto miedo de que te pasara algo–explicó, sonando más aliviado que enojado.
–Perdón por lo de hoy.

Susurró, por mucho enojo que le haya causado el incidente de la tarde, se le era imposible no perdonar al pelirrojo, era la única persona que le había demostrado un verdadero cariño y por eso quería con tanta fuerza quedarse a su lado, no se sentía amado estando en otra parte que no sea el Red Force.
–Olvídate de eso, ahora solo volvamos y hablamos las cosas mañana, es muy tarde y sabes que odio que te trasnoches–al decir eso, cargó al azabache y partió camino hacia el barco, mientras que el menor se acurrucaba en los brazos del capitán.

–Olvídate de eso, ahora solo volvamos y hablamos las cosas mañana, es muy tarde y sabes que odio que te trasnoches–al decir eso, cargó al azabache y partió camino hacia el barco, mientras que el menor se acurrucaba en los brazos del capitán

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El niño se estaba sacando la camiseta para ponerse algo más cómodo y así acostarse, habían llegado hace pocos minutos y estaban en el cuarto que compartían.
–Hijo, ¿qué traes puesto?, ¿donde está tu ropa?–preguntó, recién percatándose de las prendas del menor, él siempre había sido quien escogía su vestimenta y se sabía de memoria el armario del menor.
–Ah...la encontré por ahí–mentía y el contrario lo noto.
–Dime la verdad, Anchor.
–Te seré honesto si me dejas quedarme–habló de forma repentina, acallando las quejas del mayor.
–No funciona así y lo sabes, solo estoy preocupado por ti, no quiero que te involucres con gente peligrosa.
–No lo haría de no ser porque me vas a abandonar en este basural–decreto, terminándose de cambiar y acostándose en su cama para darle la espalda.

A la mañana siguiente el azabache se despertó bastante más tarde de lo que acostumbraba, estuvo un par de minutos acostado y luego se levantó para vestirse, fue a la cocina a buscar algo de desayunar y vio a gran parte de la tripulación reunida

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A la mañana siguiente el azabache se despertó bastante más tarde de lo que acostumbraba, estuvo un par de minutos acostado y luego se levantó para vestirse, fue a la cocina a buscar algo de desayunar y vio a gran parte de la tripulación reunida.
–¿Qué sucede?–preguntó, confundió al verlos allí, pero sus dudas se aclararon solas cuando vio el pequeño cofre vacío que anteriormente contenía la Fruta Del Diablo.
–Ayer mientras salimos a buscarte, encontramos el cofre botado sin nada dentro–contestó Yasopp.
–No les dire donde la deje–habló el niño, mentir siempre se le había hecho muy común, aunque desde que se unió a los piratas, se le era imposible, pero ahora lo hacía con facilidad.
–Anchor, sé que no quieres que nos vayamos, pero de verdad necesitamos recuperarla–le explicó su padre, pero aún así el pequeño se seguía notando reacio a hablar.
–En pocos días debemos entregarla y si no lo hacemos, podrían venirnos a buscar y la villa correría peligro–contó el cocinero, causando que el menor lo volteara a ver, era cierto que las personas de la aldea se le hacían aburridas, pero no quería verlos sufrir siendo que estaban en su pequeña burbuja de armonía.
–Yo...no puedo devolvérselas, lo siento–murmuró con pesar.
–¿Qué?, ¿por qué no?–cuestionó la mayoría.
–Hijo, sé que te duele quedarte aquí, pero no puedes seguir negociando con nosotros–declaró el de sombrero, pues desde el primer incidente del azabache, había estado mucho más atento a ese tipo de comportamientos.

El contrario lo miro y sin decir nada soló se dio para vuelta para marcharse, pero su padre tomó su mano y antes de darse cuenta, su brazo se estiró nuevamente, impactando a todos los presentes y luego de breves momentos de total silencio, vino la ola de preguntas.
–¡¿TE COMISTE LA GOMU GOMU NO MI?!–exclamó Lucky.
–¡¿EN QUÉ ESTABAS PENSANDO?!–reclamó Hongo.
–¡¿SABES QUÉ SIGNIFICA ESTO?!–reprochó Yasopp.

El niño ignoró a todos y reunió valor para observar el rostro de su papá, quien seguía sorprendido y sin saber cómo reaccionar, pero después de unos segundos, arrastró al menor hacia el cuarto de ambos, dejando al resto de la tripulación en el comedor.
–Anchor, tenemos mucho de que hablar–le indicó con un tono serio, causando que el contrario tragara saliva con algo de dificultad y ya en la habitación, los dos se sentaron en la cama del pelirrojo.
–¿Estas muy enojado?–preguntó con una voz algo temblorosa, por mucho que tratara de disimularla.
–No te dejare seguir viajando conmigo, hijo, no importa lo que hagas, no volveré a poner tu vida en peligro–explicó, sabiendo la raíz de aquella actitud en su pequeño.
–¿Cuantas veces te tengo que decir que no me interesa salir herido?, solo quiero estar con mi familia.
–No quiero arriesgarme a perderte–ante lo dicho, el menor bajo la mirada para después soltar un murmullo.
–Me perderás de todas formas si me dejas aquí...

El de sombrero lo miro y no dijo nada, no sabía que decirle, su vida antes de su hijo era solo navegar, beber y divertiste pues aún no quería tomarse en serio el Nuevo Mundo, pero cuando se hizo cargo de su Ancla, le dio un propósito, estos dos años no hizo más que protegerlo, cuidarlo e intentar con todas sus fuerzas verlo feliz, el contrario era su pequeño sol, el mayor orgullo de su vida siempre será poder verlo convertirse en lo que era después de salir de su isla y antes de toda esta situación, una luz para cada persona que conocía.

Pirata por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora