Dos desconocidos

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El pequeño se levantó muy temprano, se vistió con una camisa azul con el número "56" y unos pantalones celestes. Fue hasta la bodega y rebuscó entre todas las cosas hasta encontrar lo que quería, su bolso, pasó una de las asas por su hombro, luego se dirigió a tomar unos bocadillos de la cocina y robo un puñado de berries, los cuales echó en una pequeña bolsa.
Salió del barco sin consultarle a nadie y empezó a caminar por el pueblo, terminó caminando hacia el mismo bar que ayer, sentándose en el mismo lugar.
–Oh, Anchor, buenos días, ¿qué haces aquí?, aún es muy temprano.
–Salí a caminar, no quería estar en el barco.
–¿Quieres que te sirva desayuno?–el pequeño solo levantó y dejó caer sus hombros, no le interesaba quedarse sin comer esa mañana–No te preocupes por pagar, invita la casa.

Luego de decir eso, la mesera le sonrió y fue a prepararle algo simple, el pequeño no tardó más de 20 minutos en comer y luego solo se fue, no tenía a donde ir y no quería regresar a donde los piratas, así que solo se entretuvo pateando una piedra en uno de los caminos de tierra de la aldea. De repente, algo golpeó su mejilla, desconcertado se revisó, notando que era papel mojado, volteó a la dirección en la que vino, dispuesto a pelear con quien sea que le haya tirado eso, encontrándose con dos siluetas, eran dos niños, estaban a contraluz subidos en uno de los molinos así que no los lograba distinguir bien, pero se veían un par de años más grande que él.
–¡Oigan!, ¡¿que les pasa?!–les gritó, algo enojado pues no estaba de humor.
–Te dije que no lo esquivaría, Sabo–murmuró uno de los chicos al otro, ignorando al pequeño.
–Parece muy débil como para ser un pirata.

El azabache estuvo a punto de seguir reprochándoles, pero ambas figuras se fueron tan rápido como vinieron, bajaron del molino y corrieron al bosque a las afueras del pueblo, le sorprendió lo veloces que eran y los iba a seguir, pero una mano lo tomó del brazo, ni siquiera tuvo que voltearse a ver, pues supo enseguida quien era.
–No salgas del barco sin avisar.
–Lo siento, Shanks–se disculpó, aún con su vista fija por el lugar en el que aquellos chicos había huido.
–No vayas al bosque, es peligroso y es territorio de bandidos, volvamos al barco.

Pasó una semana desde el incidente de los dos chicos y no los había vuelto a ver, ahora todas las mañanas salía a caminar e iba a desayunar al bar de Makino, se había distanciado mucho de todos y ahora siempre caminaba con la cabeza baja, aferrand...

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Pasó una semana desde el incidente de los dos chicos y no los había vuelto a ver, ahora todas las mañanas salía a caminar e iba a desayunar al bar de Makino, se había distanciado mucho de todos y ahora siempre caminaba con la cabeza baja, aferrando una de sus manos a su bolso. Las personas de la villa se habían acostumbrado a la presencia de los piratas al darse cuenta que no tenían malas intenciones, así que cada que el azabache salía, la gente lo saludaba con una sonrisa, aunque este no se las devolviera.
–Disculpa, Shanks, ¿puedo consultarle algo?–habló la cantinera al pelirrojo, quien tenía su mirada en su hijo, el cual dibujaba en una de las mesas de la cantina.
–Claro, ¿qué sucede?
–¿Por qué están aquí?, por lo que Anchor me ha contado, este no es el clásico lugar en el que se detienen a descansar–ante la pregunta, el capitán guardó silencio por unos segundos.
–Le estamos buscando un hogar, uno tranquilo en el que no tenga que arriesgar su vida.
–¿Que?, pero si eres su padre, ¿planeas dejarlo aquí?, ¿por cuánto tiempo?
–Hasta que sea lo suficientemente mayor como para decidir qué hacer.
–¿Y por que quieres abandonarlo?, ¿te hizo algo?
–No, por supuesto que no, es un niño maravilloso, pero...en la última batalla resultó herido, casi muere por mi culpa y ahora tiene una horrible cicatriz en su abdomen, solo no quiero que pase por el mismo dolor dos veces, la vida pirata es demasiado peligrosa para él.

La cantinera frunció un poco el ceño, no le gustaban para nada las personas que dejaban botados así como así a sus hijos, pero entendía al contrario.
–Yo puedo cuidarlo–declaró la de cabello verde, ganándose la completa atención del de sombrero–Puede venirse a vivir conmigo, yo lo alimentaré, cuidare y educare.
–¿Que?, Makino, ¿estas segura?, es una gran responsabilidad.
–Siempre me he llevado bien con los niños y los padres de la villa de ves en cuando me piden cuidar a sus hijos, además, Anchor es alguien bastante independiente, no será ningún problema, estará seguro aquí, casi nunca hay problemas–el pelirrojo se mantuvo pensativo, sin estar seguro de que decisión tomar.
–Nos quedaremos aquí unos meses y allí veremos si se adapta bien–informó, a lo que la mesera asintió con una pequeña sonrisa.

El niño se levantó de su lugar y se acercó a la barra, tirando un poco de la ropa del mayor para que esté lo mirara.
–¿Qué sucede, hijo?–preguntó, dedicándole una sonrisa.
–Iré a dar una vuelta por los campos, volveré en un rato–luego de decir eso, solo se marchó, sin interesarle la opinión de su padre.

Estuvo unos 20 minutos sentado en el pasto al lado de uno de los molinos, solo miraba el mar, hasta que su vista se dirigió al Red Force, vio a dos niños de espaldas corriendo por cubierta con dos grandes bolsas, uno vestía azul y el otro naranjo,...

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Estuvo unos 20 minutos sentado en el pasto al lado de uno de los molinos, solo miraba el mar, hasta que su vista se dirigió al Red Force, vio a dos niños de espaldas corriendo por cubierta con dos grandes bolsas, uno vestía azul y el otro naranjo, se dirigían al bosque, los reconoció al instante, eran los mismos que los de la otra vez.
Sin pensarlo dos veces, se levantó y comenzó a perseguirlos pues sabía que se llevaban parte del tesoro de los piratas, no le interesó tener que adentrarse en el bosque que le prohibieron estar.
–¡Idiotas!, ¡vengan para acá!–les gritó cuando ya estuvo lo suficientemente cerca para que lo escucharan. Ambas sombras iban ágiles saltando por los árboles y al escuchar su voz, se detuvieron para voltearlo a ver.
–¡Vete y mas te vale no decirle nada a tu capitán!
–¡Lo que le diga o no, no es su problema!–exclamó enojado el menor con la respiración agitada por correr.

Los dos chicos se murmuraron algo entre sí y luego se sentaron en las ramas, aún manteniendo su rostro oculto por las sombras.
–Te tengo un trato–dijo el más alto de ellos.
–No hago tratos con bandidos.
–Oye, imbecil, no somos bandidos–reprochó el segundo, a lo que el menor se lo pensó y luego volvió a hablar.
–Está bien, ¿qué quieren?
–Lo único que tienes que hacer es contestar una pregunta y te devolveremos la mitad del dinero–explicó el de naranja.
–¿Solo la mitad?
–Es eso o nada, niño, es imposible que nos alcances, este bosque es mucho más grande de lo que parece y lo conocemos como la palma de nuestras manos–explicó el de vestimenta azul, Anchor lo pensó unos momentos y finalmente asintió.
–¿Cómo te convertiste en pirata?–pudo notar un pequeño destello de emoción en su voz.

Pirata por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora