CAPITULO 20 Miedo y dolor.

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Narrado por Bill.

Llegué a la tienda de nuevo después de comer con Tom. Seguía con la imagen de la chica que me crucé en el ascensor al salir de él en el edificio del restaurante. No podía ser Mía. No ahora. Justo ahora. Seguro era idea de mi mente y del miedo a la sola idea de que ella apareciera justo en el momento menos indicado. Ahora tendría camino libre para llenarle la cabeza a Tom con ideas que, bueno, son sus propias ideas. ¿Que más le podría meter en la cabeza?

Aunque una parte de mi esté de acuerdo en esto, la otra no. La otra me dice que esto no servirá de nada. Pero qué puedo hacer si no callarme y seguir con esto. No puedo obligar a Tom a seguir a mi lado cuando no lo ve correcto.

– ¡Uh! Que mala cara. ¿Quieres un masaje?

– Damián, por favor. – alcé la mano para que no se le ocurriera dar un paso más dentro de la oficina. – Creo que dejamos las cosas claras.

– Ups. – se encogió de hombros y dio un paso atrás, justo el paso que estaba dentro de la oficina. – Nada de pisar la oficina y nada de acercarme a más de un palmo.

– Un metro. – le corregí. Me senté en el escritorio y me sobé la frente, se me estaba poniendo dolor de cabeza.

– Bueno... pero al menos puedo traerte algo, para el dolor de cabeza, digo. – le miré frunciendo las cejas. – Vamos. Llevo dos años trabajando contigo, se cuando te duele la cabeza. No lo niegues.

– Esta bien. Si me haces el favor...

Cuando abrí los ojos ya no estaba. Mi cabeza explotaría en cualquier momento. No podía tener más pensamientos en ella. Tom, Alex, Damián y, ahora... Mia. Es que estoy seguro que era ella.

– Joder. – dije para mí mismo.

– Ten. – me sobresalté. – Que no muerdo, hombre. – dijo con una risita.

– Creí que...

– ¿Y qué quieres? ¿Qué te tire el vaso de agua y la pastilla? Vamos. – me callé, en eso tenía razón. – ¿Las cosas andan mal? – me tomé la pastilla y el vaso de agua.

– ¿A qué te refieres? – no lo aguantaba más. Me apoyé sobre mis manos y cerré los ojos.

– Con otros podrás disimular, pero no conmigo. Sé que algo te pasa. ¿Las cosas están mal en tu casa? – me mordí la lengua para no gritarle capullo a la cara.

– No creo que te importe.

– Bien. Si no me quieres decir, tampoco te voy a obligar. Solo... bueno, estoy aquí para lo que quieras.

– Si. Para joder mi vida.

– Oye, ya te pedí perdón. ¿Qué más quieres que haga?

– Que me dejes tranquilo. Solo de escucharte me duele más la cabeza.

– Bien. – dijo en un tono más bajo. – Estaré fuera si necesitas algo.

Me sorprendió. Se fue sin decir nada más. ¿Qué coño le pasaba a este? No era normal que se comportara así. Se hubiera aprovechado de que no le dije nada por entrar y de que estaba tolerando que estuviera a mi lado. De todas maneras, mejor así. Ahora no tenía ganas de tener que aguantar también sus tonterías.

La tarde pasó algo lenta, pero pasó, al fin. No salí de la oficina y Damián tampoco vino a molestarme. El dolor de cabeza se me pasó al poco rato y pude trabajar en las facturas pendientes y papeleos que me quedaron. Damián solo tocó a la puerta de mi oficina para avisar de que se iba. Recogí un poco el escritorio y yo también me fui para casa. Tenía ganas de escuchar a mi pequeño contándome las cosas del colegio y lo que habían hecho hoy en el recreo y la comida del comedor. Le gustaba quedarse allí y menos mal. A veces odio trabajar por eso, porque me roba demasiado tiempo.

Mentiras en la red 2 - TWC-RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora