CAPITULO 31 Sorpresas.

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Narrado por Bill.

Me estaba terminando de arreglar. Me miré al espejo, me terminé de acomodar el pelo y un poco de sombra un pelín más oscura que mi color de piel. Mis anillos y mis pulseras. Me volví a mirar al espejo y con mis manos planché la chaqueta. Listo, perfecto. Pero muerto de nervios.

– ¿Estás preparado, hijo?

– Más que nunca, mamá.

Me dio un abrazo y, junto a ella, emprendí mi camino. Una limusina blanca, preciosa, esperaba en la puerta de casa de mamá. Estaba que moría, mi corazón chocaba en mi pecho, podía incluso oír mis propios latidos, me iba a dar algo. Pero feliz, sí, feliz como nunca.

Cuando llegamos, salí del coche, en la puerta no había nadie, todo el mundo esperaba dentro. Tal y como a mí me gustaba. Siempre había querido que mi día fuera así, que yo llegara el último, que entrara solo del brazo de mi madre, que la gente esperara, y seguir ese camino hasta el final acompañado por esa melodía tan conocida y popular.

Y así fue. Las puertas se abrieron dejando ver todas las caras conocidas. Familia, amigos, todos. Todo el mundo estaba allí y, al final de mi camino, él, Tom. Tan guapo tan... La música empezó a sonar, la marcha nupcial retumbaba entre esas paredes. Caminaba por ese pasillo, mirando mi destino. Tom. Seguía caminando acompañado de esa melodía y cuando me tomaba de la mano...

– ¡¡Papi!! ¡¡Papi!!

– Hum.... Alex...

– Papi, mira, mira lo que me ha comprado papá.

A la mierda mi sueño perfecto. Abrí los ojos mientras me los sobaba con las manos. Joder, estaba a punto de casarme y viene mi hijo y me despierta.

– A ver, enséñame qué es para despertarme a gritos. – me incorporé un poco quedándome sentado.

– ¡Mira! – Alex se acercó despacio hasta mí. Con sus manitas juntas como si tuviera algo entre manos que tuviera miedo de hacerle daño o de que se rompiera.

– ¿Qué es? ¡Anda, una tortuga, cariño! – ¿de dónde mierdas había sacado Tom una tortuga?

– Si. Es mi segunda mascota. Pero Pumbi se la quiere comer y no puedo jugar con ella.

– Alex, con las tortugas no se juegan. Son para tenerlas en su... pecera. – ¿cómo mierdas se llamaba donde estaban los tortugas?

– Pero no es un pez. Tontito.

– ¡¡Oye!! ¿¿Como que tontito??

Me reí y subí a Alex en la cama. Él dejó a la tortuga encima de las sábanas, tan feliz viendo como el pequeño animalito andaba a sus anchas, a paso lento. Desde luego, cuando Tom dijo de comprar un montón de juguetes a Alex, no pensé en otro animal en casa.

– Alex, ¿estás feliz de que papá esté en casa? – le acaricié las rastas, tendría que llevarlo a la peluquería para que se las retocaran, ya parecían nudos y las raíces las tenía largas.

– ¡Si, mucho!

– Le echabas de menos, verdad, ¿cariño?

– Si. Papi... – se tumbó en mis piernas. – ¿Papá se tiene que ir de viaje más veces?

– No, Alex. – miré hacia la puerta al oír a Tom contestarle, estaba apoyado mirándonos. Vino hasta la cama y se sentó a su lado. – Papá no se va a ir de viaje más. – le dijo él.

– ¿De verdad? – se levantó de mis piernas y abrazó a Tom.

– De verdad, pequeño.

– Oye, si te vas otra vez, papi y yo iremos contigo. – Tom me miró y le sonreí. – Porque papi también te ha echado de menos.

Mentiras en la red 2 - TWC-RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora