Capítulo 2

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Capítulo 2

Al día siguiente, después de clases, volvió a suceder. Tuve que esperar hasta tarde a que mi padre saliera de una reunión de trabajo para que pasara a recogerme. Por lo que, mientras esperaba su llegada, me senté en uno de los bancos de la entrada mientras escuchaba música con mis auriculares.

Estaba entretenido con los ojos cerrados sintiendo la música y moviendo mi cuerpo cuando sentí que tocaban mi hombro. Abrí los ojos asustado. Al ver quien era sonreí y apagué la música.

-¿De nuevo por aquí? -preguntó el mismo chico de la tarde anterior sentándose a mi lado mientras prendía un cigarro.

-Por lo que veo estás en lo mismo.

Se encogió de hombros. -Mi hermana está al llegar. Vamos a una fiesta en casa de una amiga. ¿Te apuntas?

-¿Eh?

-Que si quieres venir con nosotros.

Todo se detuvo de pronto. Díganme loco o lo que quieran pero debía analizar su propuesta porque, ¡era la primera vez que me invitaban a una jodida fiesta en mi vida! Seguro habrían chicas, alcohol, y chicas...

-¡Oye! -chasqueó los dedos frente a mis ojos regresándome a la realidad-. Si no quieres no vengas, no pasa nada.

-¡Sí! O sea -me aclaré la garganta un poco colorado-. Que quiero ir.

-¡Wha, verás lo bien que te lo vas a pasar!

Recordé de inmediato que mi padre me iba a recoger y lo llamé un poco nervioso.

-¡Maicol! -gritó-. Ya voy, dame media hora y te prometo que...

-Oye, no... no te preocupes, unos amigos me van a llevar a casa.

-¡Qué! ¿Amigos? ¿Desde cuándo tienes amigos? Maicol, ya te he dicho mil veces que porque alguien extraño te haga comentarios banales no quiere decir que son tus amigos.

-¡Lo sé! Ya te dije que son mis amigos. No te preocupes.

-Está bien, en casa hablamos entonces.

-Está bien, papá.

Miré al chico después de colgar y en su rostro se dibujó una sonrisa de burla. Había escuchado todo.

-No digas nada.

Hizo como que cerraba un cierre en sus labios divertido.

Cinco minutos después llegó un auto antiguo y supe que era el de su hermana.

-Lisi, él es un amigo, va a ir con nosotros.

Al entrar al auto ella me observó y sonrió. Era una chica de cabello riso igual al de su hermano lo que negro. Mis ojos se desviaron a sus tatuajes, eran muy llamativos y cubrían buena parte de su cuerpo.

De inmediato aceleró y por un segundo creí que en cualquier momento íbamos a morir ahí dentro. Sin duda su fuerte no era conducir y lo peor de todo era que cada cinco minutos le gritaba un insulto a algún conductor que se le adelantaba o le sacaba el dedo del medio. Aquella situación era rara. Ni siquiera sabía el nombre del chico, lo supe después por casualidad porque su hermana lo mencionó. Se llamaba Leandro. En cierto momento, cuando los minutos pasaron me empecé a poner nervioso. Cientos de películas de terror comenzaban cuando el protagonista se subía al auto de unos extraños. Me prometí que si se desviaban hacia algún bosque me lanzaría del auto y huiría por mi vida. Milagrosamente, y para mi alivio, nada de eso sucedió y llegamos vivos a la casa en la que sería la dichosa fiesta. Aquel sin duda era un lugar al que nunca había ido.

Era una casa enorme, mil veces más grande que la mía. Parecía una mansión de esas que uno ve en las telenovelas atiborrada de cuadros, objetos valiosos, adornos extraños y un reluciente piso de mármol. Seguro que si me soltaban solo ahí dentro me perdía.

El taller de los imperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora