Al llegar a la casa de Britney, una pequeña residencia de dos pisos rodeada por un jardín plagado de nomos y figuritas de cerámica, toqué el timbre varias veces hasta que por fin me abrió la puerta una anciana canosa que llevaba unos lentes de esos que hacen ver los ojos de las personas enormes.
Sin dejarme hablar soltó:
—No, niño, no queremos comprar nada. —Y me cerró la puerta en la cara.
Volví a tocar el timbre y volvió a abrir la misma señora.
—Hola, ¿Esta es la casa de Britney? —me apresuré a decir.
—Aaah sí, pasa, ahora te la llamo. —abrió la puerta y entré—. Disculpa lo de hace un rato, en esta vecindad los vendedores son muy insistentes. Hace unos días hubo uno de tu edad que se quiso propasar conmigo.
La observé pasmado y estalló en una carcajada cansada. —Es broma. Ya quisiera que alguien de tu edad se fijara en una vieja como yo. Aquí donde me vez sigo sintiéndome viva.
Seguía pasmado. La abuela de Britney hablaba sin parar y la conversación se estaba volviendo un pelín incómoda.
—Seguro debes de ser un tigre en la cama... —reaccioné con lo último que dijo. Para mi alivio su nieta apareció para salvarme de una violación segura.
La chica bajó por unas escaleras de madera dando pequeños saltitos. Parecía una niña pequeña encerrada en el cuerpo de una adolescente.
—¡Abuela, estoy cansada de decirte que dejes a mis visitas tranquilas!
Diciendo eso me tomó del brazo con mala cara para alejarme de la anciana.
Aquella era la típica casa donde vive una anciana y todo lo tiene reluciente y plagado de adornos y fotos antiguas.
—Britney, ve a ver lo que haces con ese chico. No me vallas a salir embarazada. —dijo su abuela cuando íbamos por los primeros escalones de la escalera.
Ella frenó en seco y apretó los ojos antes de decirme. —Has como que no escuchaste eso.
—Está bien —Sonreí divertido aunque en realidad estaba más rojo que un tomate.
De esa forma me condujo por unas escaleras hasta llegar a su habitación, esta no era como la de las chicas de las películas. Estaba plagada de posters de películas de ciencia ficción. A mi derecha, encima del cabecero de la cama, toda la pared estaba cubierta por una enorme estantería llena de libros de distintos tonos, colores y grosores. Todo lo otro era lo normal. Su armario dejaba ver un montón de ropa amontonada mientras el escritorio lleno de hojas desparramadas por doquier me recordaba al mío cuando estudiaba. Todo estaba un poco desordenado pero no dije nada al respecto. Es más, fingí que no había visto el sobre de preservativos que había en la cama.
—Esto, ponte cómodo. No suelo recibir visitas. —dijo frotando sus manos contra sus vaqueros.
—Se nota. —Serré la boca al darme cuenta de que lo había dicho en voz alta.
—Al menos viene alguien de vez en cuando —espetó con tono acusador—. Al tuyo estoy segura de que nadie lo ha visitado nunca.
—Puedes ir cuando quieras... —contesté indignado, pero en cuanto noté su sonrisa perversa añadí—. O sea no. No de esa forma... Tampoco es que no quisiera eso, solo que… mierda, me lié.
Me puse nervioso de inmediato.
—No seas tonto —dijo restándole importancia—. Es mejor que vallamos al grano. ¿Qué te hizo cambiar de opinión con respecto a mi plan? La última vez que nos vimos no te noté tan seguro de hacer esto.
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El taller de los imperfectos
RomanceMaicol es un bicho raro, un invisible, un marginado, como lo quieran llamar, pero su realidad cambia cuando a su mesa llega una chica rara con nombre de cantante, desde ese momento su vida da un giro de 180 grados y se ve en situaciones que jamás im...