Capitulo 23

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—Díganme que apareció. —Solté al atravesar la puerta de mi casa.

Dentro mi padre caminaba de un lado a otro preocupado. Linda lo miraba igual de nerviosa y Maikel no paraba de fumar.

—Nada, no está por ningún lado —me respondió mi padre—. No entiendo en qué estaban pensando cuando lo dejaron solo.

—Solo fueron unos segundos. Lo dejamos con Maicol y cuando bajamos creímos que se había ido con él. —contestó mi hermano mirándome como si yo fuera el culpable de todo.

—¿Cuándo he hecho yo algo así? —pregunté ofendido—. Siempre que salgo con él le digo a mi papá. No soy un irresponsable como otros por ahí.

—Lo importante es Miguel —aclaró mi cuñada—. Es solo un niño. No pudo haber ido muy lejos. ¿Saben si tiene algún amigo que viva cerca?

Miré a Linda y negué con la cabeza. —Y si fue para la casa de la abuela. A pie se puede ir y él se sabe el camino.

—No podemos simplemente llamar a tu abuela y preguntarle por Miguel. —dijo mi padre—. Puede usar esto para ganar el juicio.

—Mierda, el juicio. El puto juicio es mañana. —gritó histérico Maikel

—No vamos a hacer nada aquí sentados —espetó mi padre—. Maikel y Linda salgan en su auto y busquen por los alrededores. Yo llamaré a su maestra para preguntarle si ha notado algo raro que nos de una pista. Y tú, Maicol, pon a trabajar tus neuronas o sal a buscarlo. Mi hijo tiene que aparecer lo antes posible, no pudo ir demasiado lejos.

Asentí y subí a su habitación. Esperaba encontrar algún indicio que me pudiera indicar en donde estaba. Registré su escritorio, su armario, los cajones y su pequeña caja donde guardaba pequeñas cosas que le recordaban diferentes recuerdos. No había nada especial. Me incliné debajo de la cama, revisé sus zapatos, su caja de ropa sucia. Todo parecía normal, aunque sentía al mismo tiempo que había algo mal en todo aquello. Sus sábanas eran blancas y sus cortinas de azul entero. Las paredes apenas tenían dos fotos y un poster de Juego de tronos que yo mismo había pegado. Aquella no parecía la habitación de un niño de su edad. Le faltaba alegría, color, ilusión. ¿Qué estaba sucediendo con la vida de mi hermano?

A mi mente llegó la conversación que habíamos tenido donde me confesó su peor miedo.

—Mamá se murió. Ustedes también se pueden morir. ¿Qué pasa si se mueren y me quedo solo?

Fue en ese momento que lo entendí todo. Desde un principio Miguel me había intentado decir lo que sentía y no lo había escuchado. Había puesto mis problemas por encima de los suyos. Era solo un niño, un niño que pasaba la mayor parte del tiempo solo en una habitación tan deprimente y fría como aquella. A mi mente llegó el día que entré a la habitación de Amber, esta estaba igual que la de mi hermano. Parecía que en ambos lugares no vivieran personas de carne y hueso, sino robots carentes de emociones. Ahora entendía por qué el niño se pasaba los días metido en el celular. Sentía que aquel mundo virtual era más interesante que el suyo. Fui muy egoísta, no vi que mi hermano menor estaba luchando con los monstruos que por tanto tiempo yo había combatido.

Se me ocurrió llamar a Amber. Imaginé que ella podía tener alguna idea.

—Dime, Maic, ¿cómo estás?

—No muy bien —respondí—. Necesito que me digas algo. Si fueras un niño de 7 años y decidieras huir de casa a donde irías.

Se hizo un silencio.

—Amber, ¿sigues ahí?

—Aquí estoy. Estaba pensando. Si fuera yo sin duda iría a un lugar que significa algo para mí.

El taller de los imperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora