Capitulo 17

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Todo ocurrió demasiado rápido. Estaba en casa cenando y lamentándome porque creía que por lo ocurrido en clases había perdido a Amber para siempre. De pronto ella me llamó y mi corazón quiso estallar como fuego artificial en feria de pueblo pequeño. De la alegría pasé al temor en muy poco tiempo. Su voz estaba quebrada, me estaba suplicando que fuera a ayudarla. No tuve que pensarlo dos veces. Me puse de pie sin decir casi nada, tomé mi bicicleta y salí tan rápido como pude hacia su casa. Amber no vivía muy lejos, aun así demoré más de lo que hubiera querido. Por momentos sentía que corriendo hubiera llegado más rápido. Al llegar dejé la bicicleta en el jardín tirada y abrí la puerta a toda velocidad. La luz estaba encendida y en el suelo descansaban algunas botellas y vasos vacíos.

—¿Amber? —Pregunté alzando la voz. No estaba en el piso de abajo. Subí las escaleras a toda velocidad. Mientras me acercaba a su habitación sentía como mis músculos se tensaban. Mis piernas intentaron no responder.

Cuando estamos en situaciones de ese tipo nuestra mente funciona a demasiada velocidad y en milésimas de segundos nos envía al cerebro imágenes con finales desastrosos. La verdad es que ninguna de esas imágenes se comparó con lo que vieron mis ojos. Amber estaba en el baño, semidesnuda, encogida debajo de la ducha en una posición fetal. El agua de la ducha corría por su rostro pálido mientras miraba un punto fijo. Tardé unos segundos en reaccionar. Cuando lo hice corrí hacia ella, tomé una toalla que encontré y la envolví en ella después de cerrar la ducha. Estaba tiritando, no parecía haber percibido mi presencia. Parecía ausente, como si hubiera abandonado su cuerpo y su mente estuviera a millones de años luz de su casa. Verla de esa forma me rompió el corazón. Era como si estuviera perdida en su dolor. Sus ojos no reflejaban nada, ni si quiera parecía que vieran nada. Me pregunté qué le podía haber ocurrido para haberla dejado en ese estado.

—Amber, ¿me escuchas? Tranquila, llamaré una ambulancia. —le aseguré sacando el celular.

—No —susurró sin mirarme—. No…

—¿Qué quieres que haga entonces?

No respondió ni hizo ningún gesto. Su cabello empapado ocultaba su rostro casi por completo. Aparté su cabello con la mano temblorosa para verla bien. Debajo de sus ojos rojos dos líneas negras desdibujaban su rostro. Al fijarme bien noté lo grandes que estaban sus pupilas. Entonces lo entendí todo. Estaba drogada. Palpé su pulsación y noté lo acelerada que estaba.

—Amber, sea lo que sea que te haya sucedido para que estés así quiero que sepas que estoy aquí contigo. No te dejaré sola.

Por primera vez pareció reaccionar. Sus ojos me enfocaron y parecieron aliviados. Tragó con dificultad antes de pedir en un susurro casi inaudible:

—¿Me abrazas?

No lo dudé ni por un segundo. Me senté a su lado y la abracé con fuerza. La abracé con ganas de absorber su tristeza. La abracé como hubiera querido que me abrazaran cuando mi madre murió y me sentí completamente roto. Entonces por primera vez desde que aquella chica y yo nos habíamos conocido se quebró ante mis ojos. Amber estaba llorando en mis hombros, sus lágrimas resbalaban por su rostro y sentía como caían en mi pecho. No sabía qué le estaba sucediendo pero entendía como se sentía. Muchas veces había estado así. Cuando guardamos lo que sentimos por mucho tiempo en el menor descuido todo sale y lo hace con más fuerza logrando que los resultados sean peores.

Ante mis ojos estaba viendo la verdadera Amber, la original, la de carne y hueso que se daba el lujo de sentir y llorar. Me entristeció verla en aquel estado, tan sola en aquella gigantesca casa. En ese momento entendí que lo tenía peor que yo porque no tenía hermanos y su madre vivía ausente. Sentí pena por ella pero, al mismo tiempo, me alegró que me hubiera llamado a mí y no a su novio o a cualquiera de sus amigos. En mi mente eso significaba que de alguna forma que desconocía era importante para ella.

El taller de los imperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora