Capitulo 32

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Mis ojos se abrieron y vi las estrellas, estaban lejos y no paraban de dar vueltas por lo que estiré las manos para atraparlas. Un dolor en mi espalda me paralizó y un chico me zarandeó con fuerza. Cuando dejé de ver borroso vi quien era, Ernesto Dumas. A él no lo había visto más desde que realizamos los preparativos para la fiesta.

—Joder, Maic, dime que estás bien. —me dijo—. ¡Mierda, mierda, mierda! Te atravesaste en mi camino. ¿En qué mierda estabas pensando? ¿Te puedes mover?

Asentí y solté una bocanada de aire antes de comenzar a llorar con fuerza.

—Tío, seguro te rompí algo —Continuó diciendo preocupado—. Mejor llamo una ambulancia. ¡Mierda, iré preso! —exclamó y miró hacia mi casa—. Tú vives en esa casa, llamaré a alguien.

—No llames a nadie —gimoteé—. Estoy bien.

—¿Y por qué cojones lloras si estás bien?

Dudé si era buena idea o no lo que iba a decir pero al final lo solté. Sentía que mantener aquellas palabras en mi interior dolía demasiado. —Porque cuando vi el auto no me quise apartar. Quería que toda esta mierda terminara.

Guardó silencio y me tendió la mano para incorporarme.

—Venga, no digas eso —Me pidió después de unos minutos—. Sea lo que sea lo que te está sucediendo va a pasar. Vamos, si no quieres ir a tu casa te llevaré a una fiesta.

—Ernesto, lo menos que quiero en estos momentos es ir a una fiesta. —Farfullé sacudiéndome el polvo de la ropa.

—Eso te crees tú, pero sí que lo necesitas. ¿No quieres olvidar todo? —asentí—. Pues ven conmigo y lo harás. Tengo un doctorado en temas de olvidar mierdas.

La verdad es que solo me había dado un golpe que me había tirado al suelo, no había sido para tanto. Más me dolían las heridas del corazón. Creí que estaba preparado para aceptar que mi padre podía tener novia. Estuve equivocado. Al parecer no analicé lo que iba a sentir cuando estuviera en casa y la tuviera de frente. Sé que estaba siendo infantil y había actuado mal al no saludarla pero lo que sentí fue más fuerte que la educación que tenía, fue más fuerte que todo.

Fue de esa forma que terminé en el auto que apenas unos minutos había estado a punto de asesinarme, un ferrari rojo que olía a cigarro y a alcohol rancio.

Ernesto en todo el camino no dejó de hablar con sus amigos hasta que llegamos a la casa de Tefani, una de las antiguas amigas de Amber. Nunca había estado en aquel lugar, pero por las historias que había escuchado las fiestas en aquella casa eran legendarias. Y sí que lo era. La casa, o sea, la mansión, constaba de dos pisos enormes. La fiesta era en la parte de atrás, justo en la piscina donde un grupo enorme de adolescentes hormonales bailaban, fumaban, se enrollaban, bebían y fumaban con alegría. Aquel definitivamente no era mi ambiente, en mi sano juicio ni en broma habría entrado sin Harrison o algún amigo a ese lugar, pero aun así decidí que debía estar allí. Quería tomar cuanto pudiera para ver si así me calmaba y me sentía mejor.

No les puedo asegurar si fue en el  primero, el segundo o el tercer baso con las bebidas raras, pero de pronto los colores, olores, sonidos y sabores se agudizaron y fueron mil veces más fuertes y todo me empezó a dar igual. Sin saber por qué me quité la camisa y me lancé a la piscina con unos chicos que no conocía. Al salir empapado me puse a bailar y a hacer el tonto mientras reía sin parar. Todo me daba ganas de morir riendo. Y qué decir de las voces, todas me hacían mucha gracia. No dejaba de dar vueltas y de chocar con otras personas que también reían. Y fumé por primera vez y casi me ahogué cuando el humo de aquella cosa para provocar cáncer llegó a mis pulmones, tuve que robarle un vaso a una chica para no ahogarme.

El taller de los imperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora