Capítulo 9

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—¡Frena! —Grité y el pie de mi padre fue hacia los frenos. De inmediato frenó en seco provocando que las gomas chirrearan y que por inercia nos fuéramos hacia adelante.

Ambos permanecimos en silencio por unos segundos, luego mi padre me fulminó con su mirada más asesina.

—¿Por qué frenamos?

—No hay tiempo —dije—. Da... date la vuelta y ve a la quinta avenida. Amber me está esperando.

— ¿Qué? ¿Amber, Amber? 

Asentí con ganas de gritar. —La Amber de siempre...

— ¿Tienen una cita?

—No lo sé, me dijo que fuera con ella a... Mierda, mira mi ropa, no puedo ir así. Pero si voy a casa llegaré tarde y no quiero eso. ¡Por qué me pasa esto a mí!

—Maicol, no seas dramático. Pareces quinceañera enamorada. No estás taaan mal.

Entrecerré los ojos, pero cambié el gesto resignado.

—Vale, date la vuelta y llévame a la cafetería de Fátima.

—Ok.

No sabía lo lento que conducía mi padre hasta ese momento. Por segundos quise salir del auto y probar si así iba más rápido. Estaba nervioso, que nervioso, nerviosísimo. Mis manos sudaban a chorros y sentía que mi ropa de casa no era para nada elegante. ¿Pero saben qué? Ese miedo se fue a los confines de la tierra cuando al entrar a la cafetería (Gracias a una fuerza divina mi progenitor traía efectivo en la guantera del auto y me lo dio, junto con un preservativo, según él uno nunca sabe, yo si sabía que no iba a suceder nada) la vi y todo lo demás no importó.

Estaba más hermosa que nunca. Su cabello rubio iba suelto y le caía por los hombros. Estaba de espaldas a mí. Al acercarme y verla de cerca se me encogió el estómago. Frente a ella había una botella de vino. Sus ojos verdes parecían un manantial cristalino y debajo de ellos dos manchas de rímel afirmaban que había estado llorando.

En cuanto me vio forzó una sonrisa y me indicó con un gesto que me sentara. Lo hice no sin antes fijarme en que la botella estaba medio vacía.

—¿Estás bien? —pregunté y me arrepentí en cuanto las palabras salieron de mi boca.

Se encogió de hombros y se llevó la copa de vino a su boca para darle un sorbo al contenido. En cuanto se dio un trago aparecieron ante mí sus labios húmedos y rojos y me vi en la necesidad de tragar en seco.

—¿Quién no lo está? —Fue su respuesta y me limité a encogerme de hombros sin saber muy bien qué decir.

—¿Quieres vino? —preguntó en cuanto notó que veía la botella y asentí dudando de si era buena idea o no. No tardó en verter un poco en la copa que había frente a mí.

—¿Hay algo entre Britney y tú? —soltó de la nada como si fuera una pregunta cualquiera o como si toda la situación fuera lo más normal del mundo.

Me atrabanqué con el sorbo de vino que estaba dando en ese momento y sentí como mi rostro se cubrió de rojo. Odiaba mi color de piel por eso. Era tan blanco que cualquier síntoma de vergüenza era más que evidente en mí. Su pregunta me había tomado por sorpresa, ¿desde cuando le interesaba mi vida?

—Puede que sí y puede que no. Depende. —contesté y esta vez sí que tomé un sorbo de vino.

—¿Depende de qué?

—De que cierta persona que me gusta me dé vía blanca para acercarme a ella.

La miré a los ojos con más insistencia mientras apretaba mis manos por debajo de la mesa sin entender de donde había sacado valor para decir eso.

El taller de los imperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora