El lunes no vi a Amber, ni el martes, ni el miércoles. Al parecer alguna fuerza mayor que nosotros se empeñaba en lograr que no nos encontráramos después de aquellos mensajes. Era mejor así. Aunque extrañaba su presencia en los pasillos del instituto sabía que lo mejor por el momento era mantenerme alejado de su mundo.
A veces me preguntaba quién decidía esas cosas. Ya saben, dividirnos en clases sociales. En qué momento todo se empieza a tornar tan confuso. En la primaria todo era más fácil. Todos jugábamos con todos. Nos peleábamos, pero aquello era normal y lo mejor de todo era que en cuanto aparecía un juego nuevo las discusiones sin sentido eran olvidadas. No sabía quién había decidido excluirme del grupo de los populares, o del de los frikies, pero lo habían hecho y tenía que vivir con ello. O de lo contrario seguir a Britney y sus locuras con la esperanza de poder cambiar las cosas.
Esa tarde después de clases me tocaba ir a buscar a Miguel a la escuela pero para poder ir con Britney de compras tuve que dejarlo con mis abuelos ya que mi padre y mi hermano estarían ocupados.
Sólo de pensar en el hecho de que estaría unos segundos con mis abuelos hacía que se me revolviera el estómago.
—¿Vas a entrar conmigo? —preguntó mi hermano cuando estuvimos frente a la enorme casa amarilla.
Negué con la cabeza y nos detuvimos en frente.
—¿Por qué nunca quieres entrar a la casa de los abuelos?
Me encogí de hombros. —No tengo tiempo, quedé con una amiga de ir a un lugar.
—Sólo será un momento. Por favor. —me miró con carita de perrito regañado y sólo con esa mirada logró que cediera.
A veces me sorprendía la capacidad de convencerme a hacer cosas que no quería que tenía a sus 8 años.
Tragué en seco y avancé hasta llegar a la puerta de cristal. La misma puerta por la que avancé tantas veces de pequeño. Lo que Miguel no sabía era que por mucho tiempo mi familia y yo vivimos con los abuelos. Tenía un sinnúmero de recuerdos en aquella casa, algunos lindos y otros no tanto. Por eso nunca iba, por eso y por lo que sucedió después de lo de mi madre. Habían sucedido tantas cosas en tan poco tiempo que era difícil no pensar en todo sin que se me hiciera un nudo en la garganta. Por mucho tiempo había evitado todo contacto posible con los padres de mi madre, pero, en ese momento estaba ahí de pie frente a su casa, con una pared de distancia de lo que tanto temía.
La puerta se abrió de pronto y me sobresalté al ver a mi abuela asomarse.
Mi presencia frente a su puerta también la sorprendió a ella. Al verme se quedó pasmada. Seguro no entendía qué hacía en aquel lugar. Yo tampoco lo entendía.
Miguel se abalanzó hacia ella y la abrazó. De inmediato reaccionó, se agachó y le dio un beso en la mejilla.
—Miguel, ve a saludar a tu abuelo, en un rato voy con ustedes. —le dijo al niño sin desviar la mirada de mí.
Di un paso hacia atrás para marcar distancia entre nosotros y si era posible marcharme pero me detuvieron sus palabras.
—Hace tiempo que no te veía. Desde el funeral, para ser exactos…
Sus palabras me hirieron. A mi mente llegó el funeral de mi madre. Tanto que evitaba pensar en ese momento y en un segundo de conversación con mi abuela lo recordaba todo de golpe.
—Miguel quiso que lo acompañara —me excusé—. Sabes como es él cuando quiere algo.
—Lo sé —me observó minuciosamente por un momento y añadió—. Estás enorme.
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El taller de los imperfectos
RomanceMaicol es un bicho raro, un invisible, un marginado, como lo quieran llamar, pero su realidad cambia cuando a su mesa llega una chica rara con nombre de cantante, desde ese momento su vida da un giro de 180 grados y se ve en situaciones que jamás im...