|37| Capítulo

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⁓ LA IRA DEL REY ⁓

Los pasos resonaban en los corredores de Azkaban, cada uno llevándome más cerca de mi destino. Sentía la tensión en el aire, la ansiedad y la determinación mezclándose en mi pecho mientras me acercaba a la celda de mi hermano.

Al llegar, lo vi allí, tendido en el suelo, con la mirada perdida en algún punto distante. El corazón me latía con fuerza, el peso de lo que estaba a punto de hacerme parecía aplastarme.

— Sirius... — murmuré, mis palabras apenas un susurro en el aire cargado de la prisión.

Mi hermano se incorporó lentamente, confundido por mi presencia. — ¿Quién está ahí? — Preguntó.

— Un amigo — respondí, ocultando mi rostro en las sombras para evitar ser reconocido de inmediato.

Sirius frunció el ceño, tratando de discernir mi identidad en la penumbra. — ¿Qué es lo que quieres?

Di un paso adelante, permitiendo que la luz de la luna iluminara mi rostro. Al verme claramente, vi el reconocimiento cruzar los ojos de Sirius.

— Regulus... — susurró, la sorpresa colorea sus palabras.
— Hola hermano. — le contestó.
— Esto no es real, esto no es real, esto no es real... 

— Estoy vivo, Sirius. — dije, las palabras resonando con una verdad que había mantenido oculta durante tanto tiempo. — Pero hay algo que necesitas saber. Diana y yo hemos viajado en el tiempo.

Sirius quedó en silencio, procesando mis palabras mientras me miraba con asombro. Lentamente, comenzó a darse cuenta de las reverencias que había presenciado antes de mi llegada, y lo que significaban.

— ¿Viajaron en el tiempo? — repitió, su mente girando ante la idea. — ¿Cómo es eso posible?

Le conté sobre la gema antigua que nos permitió cambiar el curso del destino. Describí nuestro viaje al presente, nuestra misión para corregir los errores del pasado.

Sirius escuchó atentamente, asimilando cada palabra con incredulidad y esperanza. A medida que la verdad se desplegaba ante él, vi una chispa de esperanza brillar en sus ojos cansados.

— Entonces... ¿hay una forma de salir de aquí? — preguntó, su voz llena de urgencia y determinación. — Él está solo allá afuera...

Asentí solemnemente, mi determinación ardiendo más brillantemente que nunca. — Sí, hermano. Juntos encontraremos una salida. Confía en mí.

Me callo en seguida y le hago una seña a Sirius para que no hable.

Los murmullos distantes llegaron a mis oídos, como susurros cargados de veneno que me obligaron a detenerme en mi camino por los oscuros pasillos de Azkaban. Escuché la conversación entre los guardias, sus palabras llenas de lascivia y desdén hacia mi amada Diana, la Reina del mundo mágico, mi esposa.

Mis puños se cerraron con furia contenida mientras escuchaba cómo hablaban de ella de manera irrespetuosa. Sentí el ardor de la indignación correr por mis venas mientras me acercaba sigilosamente, cada paso resonando con determinación en la penumbra de la prisión.

— Pero, ¿has escuchado los rumores sobre lo que hizo en la última reunión del Consejo Mágico? — continuó el primer guardia con malicia, sus palabras alimentando el fuego de mi ira. — Dicen que tiene un temperamento ardiente y que no tiene miedo de usar su encanto para conseguir lo que quiere.

— ¡Oh, me gustaría ver eso! — respondió el segundo guardia con una risa lasciva, desatando una tormenta de furia dentro de mí.

No pude contenerme más. Salí de las sombras con una determinación feroz, enfrentando a los guardias con una mirada llena de furia contenida.

— ¿Qué están diciendo sobre la Reina? — mi voz resonó con un peligro apenas contenido, cada palabra cargada de advertencia.

Los guardias se giraron con sorpresa al verme, el Rey del mundo mágico, ante ellos. Sus rostros palidecieron al darse cuenta de quién era su interlocutor.

— Lo siento, su majestad. — balbuceó el primer guardia, retrocediendo unos pasos. — No sabíamos que estaba aquí...
— ¡Cállense!— rugí, mi puño apretado con ira. — No me interesa lo que piensen o digan. Pero si vuelvo a escuchar una palabra irrespetuosa sobre mi esposa, les aseguro que las consecuencias serán desastrosas para ustedes.

Los guardias asintieron frenéticamente, temblando ante la ira del Rey encarcelado. Los observé con ojos duros, dejando claro que no toleraría ninguna falta de respeto hacia mi Diana.

Con paso lento me acerque a ellos, golpeé a uno dejándolo en el suelo y tome al otro por el cuello.

— Escuche cada palabra... Lo hermosa que es, lo ardiente... como la quieres tener. Así que... — Y con una advertencia final, agregué con voz gélida. — Tócala y te mato.

Lo suelto dejándolo caer en el frío suelo.

— Arréstenlos. — Ordené y en ese instante más guardias llegaron para llevarse a ese par. 

Escucho un silbido familiar, volteo y veo a Sirius fuera de sus celda.

— Diana es intocable ¿no? — Pregunta y yo asiento. — Me sorprende que no estén muertos, como el estudiante de aquella fiesta...
— Pronto... — Le contesté. 

Sirius se acerca y me abraza.

— Estoy feliz de que no estés muerto, hermanito. — Suelto un suspiro con gracia.
— Larguémonos de aquí, Sirius. 

Slytherin Queen - Regulus Black © ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora