Cap. 11.

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By Anna.

El panorama no pintaba para nada bien con Mamá, pero obedecí a mi Padre y confíe en que con los días dejaría de odiarme y lograría comprenderme.
Mi Padre me había ofrecido de vuelta mi habitación de la adolescencia para que pudiera descansar con mis hijos, así que opte por encerrarme en el cuarto para procesar lo que ocurría.

Tenía registrado el número telefónico de Mark, él sería mi primer jefe en el Tribunl de Berlín. Debía llamarle y contarle que estaba ya ubicada en la zona para comenzar a trabajar, pero como aún no solucionaba con quién dejaría a mis hijos para hacerlo, preferí esperar unos días más, debía buscar una niñera, mis horarios como abogada en la corte serían matutinos, por lo tanto solo serían unas cuatro a cinco horas por la mañana que tendría que dejarlos bajo el cuidado de alguien responsable. Odiaba la idea de estar sin ellos, pero si quería comenzar un nueva vida tenía que hacerlo, por el bienestar de ellos y el mío.

Alice y Theo se habían quedado profundamente dormidos sobre la cama y yo aproveche de desempacar nuestras maletas. Estaba terminando de guardar las últimas prendas cuando aparecieron las dos camisetas que había traido conmigo desde Hamburgo. Con una en cada mano me quede observandolas, mi realidad me invadió junto con la fragancia de esos dos hombres que llevaba clavados en el pecho. Lentamente me lleve ambas prendas hasta el rostro y las olí al mismo tiempo.

Las manos de Tom afirmando mis caderas con fuerza, sus gruñidos tan masculinos y esa forma tan bestial de hacerme suya. Los suaves besos de Bill, su dulce boca siendo la más generosa al demostrarme toda la pasión que sentía por mi. Ellos, los dos, ambos al mismo tiempo dentro de mí, era el recuerdo más placentero y aturdidor que llevaba en mi maleta.
Dos suaves golpesitos sonaron en la puerta y abrí los ojos asustada, volví a dejar las camisetas escondidas en el cajón e intenté espabilar de mis acalorados recuerdos.

—¿Anna?. —Me dirigí a la puerta rápidamente y la abrí de inmediato.
Papá estaba allí, con su particular rostro de preocupación.

—Hija, no quiero molestarte, pero quería decirte que si necesitas algo, no dudes en moverte con libertad, ésta también es tu casa, puedes pedirme lo que necesites, para ti y para mis nietos. — Eran alrededor de las doce de la noche, Papá se veía cansado y me conmovió bastante que se preocupara tanto por nosotros.

—Gracias Papá, ¿Quieres pasar?. —Le ofrecí en voz baja.

—Debes estar cansada, no quiero molestarte. —Dijo avergonzado.

—No me molestas Papá, adelante. —Accedió sigiloso y camino hacia el interior de mi habitación, miro a los mellizos que dormían plácidamente y sonrió con calidez.

—El viaje los dejo exhaustos. —Dijo susurrando.

—Sí, seguramente dormirán hasta mañana. —Respondí sentandome a los pies de la cama.

—Tú también deberías descansar. —Volvió a decir. Asentí con la cabeza y guarde silencio.

—Anna, hija... Sé que todo lo que les está ocurriendo es algo muy difícil, tal vez desconozco todo por lo que han pasado pero... —Hizo una pausa y se acomodó a mi lado para tomar mis manos.

—Quería pedirte perdón. —Papá nunca me había lastimado, siempre había sido un hombre bueno y cálido conmigo, pero sabía que si se disculpaba era por haber permitido que mamá si lo hiciera, ella a diferencia de papá siempre me había tratado con crueldad y por lo mismo yo había tomado la decisión de irme de Berlín y hacer mi vida lejos de ellos.

—No te preocupes Papá, no tienes la culpa de nada. —Dije mirandole a los ojos.

—Claro que si, yo... Nunca te cuide como debía, si yo nunca le hubiera permitido a tú Madre ser tan dura contigo tal vez... Tal vez todo sería distinto. —Sentí tanta pena de oirle hablar de esa manera.

Me enamoré de los Dos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora